De entre los árboles emerge una cúpula de color terracota, ubicada encima de una antigua casa de piedra, usada hace siglos para rezar. A lo lejos se ven los verdes valles y las colinas del centro de Cisjordania.
Este santuario, conocido como Al-Khawass, está 540 metros sobre el nivel del mar en la aldea palestina de Deir Ghassaneh. Es una de varias paradas a lo largo del sendero sufí, que empieza en el valle que está debajo y hace que visitantes y lugareños por igual se retrotraigan a los tiempos en que el sufismo, una forma mística del Islam, estaba generalizado en el área.
“Quiero que los extranjeros conozcan la cultura palestina, nuestra cultura. Y quiero que los palestinos sean tenaces en esto. Este es vuestro hogar. Enorgullézcanse de la tierra, de la patria”, dijo Rafat Jamil, director de trayectos y guía de la Asociación Rozana.
Con sede en la localidad cisjordana de Birzeit, cerca de Ramalah, esa entidad trabaja para restaurar y acondicionar edificios históricos palestinos, así como para fortalecer el patrimonio cultural palestino.
La organización también creó tres rutas sufíes en el centro y el norte de Cisjordania.
[related_articles]Los participantes en estas excursiones de un día ven alrededor de cinco santuarios a lo largo de estos senderos y aprecian el paisaje del lugar. Indicadores pintados con los colores de la bandera palestina –rojo, verde y blanco- y ubicados cada 30 o 40 metros avisan a los turistas que están en el camino correcto.
Cisjordania tiene unos 600 santuarios sufíes, entre ellos algunos que datan de hace 800 años, según Jamil. Muchos se construyeron cuando el Sultanato Mameluco y el Imperio Otomano gobernaban la antigua Palestina.
“Hay una lucha en torno a la historia. Para los israelíes nada es palestino, solo judío e israelí. La idea es que las personas conversen sobre la historia de Palestina, y que quieran ver santuarios y casas antiguas, de los períodos romano y otomano”, dijo Jamil a IPS.
“Los israelíes dicen que toda la cultura de aquí es de ellos”, señaló, agregando que, sin embargo, cuando los turistas se acercan, “ven algo más”.
El turismo alternativo en Palestina no es un fenómeno nuevo. Decenas de organizaciones lideran recorridos en Cisjordania y Jerusalén, que incluyen viajes “políticos” por el día, estadías en hogares de familias palestinas, cosecha de olivas y festivales de artes y patrimonio cultural.
Pero la gradual expansión y desarrollo de los senderos para caminatas en los territorios ocupados es algo que los palestinos esperan atraiga tanto turistas como apoyo internacional.
“Queremos traer turismo a áreas que nunca lo tuvieron, y generar un buen impacto económico en la comunidad”, explicó Michel Awad, director ejecutivo y cofundador del Centro Siraj, un operador turístico sin fines de lucro con sede en Beit Sahour, cerca de Belén.
Si más gente pasara más tiempo en los territorios palestinos, “se irían con una real comprensión de la causa palestina y se volverían promotores de la justicia en sus países”, agregó Awad.
El Centro Siraj organiza recorridos a pie y en bicicleta, así como excursiones políticas para visitantes internacionales por toda Cisjordania. Estas incluyen la llamada ruta de la Natividad, que serpentea desde Nazaret hasta Belén, y que se cree sigue el viaje que hicieron José y María previo al nacimiento de Jesús; o los caminos del patriarca Abraham, que abarcan unos 170 kilómetros desde Naplusa hasta Hebrón.
Awad dijo a IPS que los operadores turísticos israelíes manejan la mayoría de los recorridos de peregrinajes religiosos –todo un negocio en la “Tierra Santa”- aunque estos se adentren en áreas palestinas.
A menudo, los turistas visitan sitios sagrados en Belén, solo para volver por la noche a hoteles administrados por israelíes en Jerusalén, por ejemplo.
A consecuencia, el turismo basado en la comunidad es una alternativa a estos itinerarios religiosos y fortalece a los palestinos. Israel no puede competir, porque estos trayectos implican mucho más que una caminata, dijo Awad. “Se trata de conocer a la comunidad y a las familias. Es totalmente diferente”.
Los concejos de aldeas y poblados palestinos brindan insumos y orientación para las caminatas del Centro Siraj, y con regularidad las familias reciben a participantes para almuerzos o para pasar la noche en sus casas.
Las familias que cocinan el almuerzo para los participantes durante las excursiones semanales, por ejemplo, reciben 40 shekels (unos 10 dólares) por cada invitado.
“Nuestro objetivo es crear en Palestina un nuevo turismo basado en la experiencia que permita a los viajeros vivir la hospitalidad palestina y conocer muchos paisajes. Queremos crear un nuevo tipo de turismo que esté en contacto con las comunidades locales y que genere beneficios directos para las áreas rurales”, dijo Awad.
Desde enero a junio de 2012 se realizaron aproximadamente 3,5 millones de visitas a sitios turísticos en los territorios palestinos ocupados, según el Buró Central Palestino de Estadísticas, y la mayoría tuvieron lugar en la gobernación de Belén.
Pero realizar excursiones en Palestina hace más que generar turismo.
“Nos encanta el paisaje: las piedras, los árboles, todo. Es una bocanada de aire fresco, literalmente”, dijo Bassam Al Mohor, fotógrafo y miembro del colectivo excursionista Shat-ha, con sede en Ramalah.
Cada viernes, esa entidad organiza recorridos por diferentes áreas de Cisjordania, y ocasionalmente a lugares dentro de Israel, Jordania u otros países. Los trayectos no son complicados, son gratuitos y generalmente duran desde primeras horas de la mañana a temprano en la tarde.
La organización tiende a centrarse en palestinos de la zona, aunque los visitantes internacionales son bienvenidos, dado que busca conectar a los palestinos urbanos con los rurales, fortaleciendo los vínculos entre el pueblo y su patria.
“El paisaje en Cisjordania se está reduciendo, desapareciendo, muriendo lentamente. Y eso se debe principalmente a la ocupación. Si nos acercamos a las colonias (judías), corremos el riesgo de que nos ataquen. Es realmente triste ver que senderos por los que realizábamos lindas caminatas de repente quedaron fuera de nuestros límites”, explicó Al Mohor.
“Pero cuando uno camina y ve viejas casas de piedra o terrazas o pueblos antiguos, como viajero, lo primero que le atrae es ese patrimonio. Nunca supimos que la naturaleza podía ser así. Uno puede perderse en esto”, añadió.