La multitud que rodeó la casa de Mohammad Nour, un chiita egipcio radicado en el distrito cairota de Bab El-Shaariya, clamaba que tenía la misión de vacunar a Egipto contra las creencias religiosas de esa secta islámica. Sin intervención, la doctrina se propagará por Egipto «como un cáncer», alertaron.
Nour era un musulmán sunita de nacimiento, pero se convirtió al chiismo hace casi dos décadas. Desde que sus vecinos se enteraron, a comienzos del año pasado, ha enfrentado constantes amenazas y acoso.
"Mis vecinos ya no me hablan e intentan hacer que me mude de aquí. La gente arroja piedras contra mi casa, me amenaza por teléfono e incendia mi automóvil. Me preocupa la seguridad de mi familia", dijo.
La división entre sunitas y chiitas se remonta a la muerte del profeta Mahoma, en 632, pero la hostilidad hacia la minoría chiita de Egipto está firmemente arraigada en la política moderna.
Durante sus 29 años en el poder, el expresidente egipcio Hosni Mubarak expresó un odio visceral hacia Irán, orquestando su política exterior para contener la "marea chiita", en la creencia de que Irán estaba exportando esta rama del Islam para expandir su influencia política en el mundo árabe.
[related_articles]
La animosidad entre Egipto, predominantemente sunita, e Irán, dominado por los chiitas, data de los primeros días de la Revolución Islámica de 1979 en este último. Ambos países cortaron relaciones diplomáticas luego de que el expresidente egipcio Anwar Sadat firmó un acuerdo de paz con Israel y le concedió asilo al exiliado shah de Irán, Reza Pahlevi.
"El régimen de Mubarak miraba con profundas sospechas a su minoría chiita", dijo Ishaak Ibrahim, investigador sobre derechos religiosos en la Iniciativa Egipcia para los Derechos Personales.
"Presumía que todos los chiitas eran leales a Irán, controlaba de cerca sus actividades y les impedía reunirse. Muchos chiitas fueron arrestados bajo cargos" espurios, agregó.
Activistas sostienen que la caída de Mubarak, en 2011, abrió una pequeña ventana para los chiitas de Egipto, cuyos miembros se estima oscilan entre 800.000 y alrededor de dos millones de personas. Pero la ventana se cerró de golpe, y la situación empeoró desde que el año pasado llegó al poder el gobierno islamista del presidente Mohammad Morsi.
El Estado continúa aplicando medidas discriminatorias contra los chiitas, mientras deja a la comunidad expuesta al creciente peligro del extremismo salafista, dijo Ahmad Rasem El-Nafis, un destacado erudito chiita.
"Es mucho peor ahora, bajo el gobierno de Morsi, porque no hay seguridad", dijo a IPS.
"Los salafistas están divulgando mentiras sobre nosotros y cometiendo delitos contra nosotros con (impunidad). En julio de 2011 fui víctima de un atentado, y recibo amenazas casi a diario", añadió.
El salafismo, una secta sunita radical influenciada por el wahhabismo saudita, fue empujado a la clandestinidad por el régimen autoritario de Mubarak. Desde la revolución de 2011, sus integrantes se organizaron políticamente y se las arreglaron para captar más de la cuarta parte de los votos en las elecciones parlamentarias del año pasado, donde solo fueron superados por la Hermandad Musulmana.
El Islam chiita tiene un largo historial en Egipto. El Cairo fue fundado en 969 por la dinastía chiita Fatimí, que gobernó Egipto durante 200 años y moldeó su identidad. Incluso en la actualidad, los sunitas egipcios visitan reverenciados santuarios chiitas, como El-Hussein y Sayeda Zeinab, e incorporan naturalmente prácticas chiitas a sus tradiciones y ritos funerarios.
"No se puede distinguir rápidamente a los sunitas de los chiitas por su comportamiento", afirmó El-Nafis.
"Las diferencias entre las dos sectas islámicas son manufacturadas y exageradas por motivos puramente políticos", sostuvo.
Para evitar las persecuciones, muchos chiitas practican su fe bajo el paraguas del sufismo, una variedad mística del Islam que comparte la veneración chiita por los Ahl Al-Beyt, la familia del profeta Mahoma.
"Nosotros (los chiitas) todavía no podemos reunirnos abiertamente como grupo", dijo El-Nafis. "Si yo visito a un chiita en su casa, los salafistas dirán que estamos haciendo una husseineya (casa de rezos chiitas), y si voy a una mezquita con otro chiita seguramente seremos acosados".
En diciembre de 2011, las fuerzas de seguridad impidieron que cientos de chiitas observaran las celebraciones religiosas de Ashura en la mezquita de El-Hussein, un sitio sagrado para estos fieles en El Cairo.
La policía retiró por la fuerza de la mezquita a los feligreses chiitas, después de que grupos salafistas los acusaron de practicar ritos "brutales".
Pero incluso cuando están solos, los chiitas enfrentan la inteolerancia, y un sistema legal que, según organizaciones de derechos humanos, viola los principios de la libertad religiosa.
En julio del año pasado, un tribunal penal sentenció a Mohammad Asfour, un egipcio chiita converso, a un año de prisión por "profanar un lugar de culto" e "insultar a los discípulos del profeta".
Los fiscales dijeron que se había hallado a Asfour colocando una piedra bajo su cabeza mientras rezaba en la mezquita de una aldea, práctica mal vista por los musulmanes sunitas.
El arresto tuvo lugar tras semanas de abusos, luego de que los aldeanos se enteraron de que Asfour se había convertido al Islam chiita. Su conversión provocó la hostilidad de vecinos y familiares políticos, que lo presionaron para que se divorciara de su esposa sunita.
"Egipto es un país sunita y debemos proteger la sociedad de la influencia chiita", dijo Khaled Fahmi, un comerciante textil de El Cairo que acusa a Irán de "usar agentes pagos" para realizar proselitismo.
"Los egipcios pobres y analfabetos son fácilmente engañados por sus mentiras", agregó.
Como muchos egipcios sunitas, Fahmi está indignado por la tibia apertura del gobierno en cuanto a acercarse a Irán.
El presidente Morsi enfrentó severas críticas dentro de su país por haber asistido en agosto del año pasado a una cumbre regional en Teherán. El presidente iraní, Mahmoud Ahmadineyad, soportó la humillación de que le arrojaran zapatos cuando visitó El Cairo en febrero.
A comienzos de este mes, un grupo de manifestantes principalmente salafistas rodearon la residencia del encargado de negocios en El Cairo para protestar contra un nuevo protocolo de intercambio turístico por el cual viajeros iraníes llegaron a Egipto por primera vez en unos 30 años.
La violenta reacción alentó al gobierno a suspender toda otra visita turística.