En Libia, una dosis de LSD (ácido lisérgico) cuesta 78 centavos de dólar y, una de marihuana, 7,80 dólares. En este país, las drogas son accesibles por una simple razón: «Bajar los precios permite crear una demanda y abrir un mercado», dijo a IPS un diplomático occidental que no quiso dar su nombre.«Los precios aumentarán cuando haya suficiente gente agarrada», añadió el diplomático, quien trabaja en cuestiones de defensa y seguridad.
No hay datos oficiales sobre la cantidad de adictos en Libia, pero el narcotráfico parece estar en auge. El médico Abdullah Fannar, subdirector del hospital psiquiátrico de Gargaresh, un suburbio rico del este de Trípoli, nota un cambio en la cantidad de adictos que atienden.
«La cantidad de personas adictas a sustancias ilegales aumentó. Hace 10 años teníamos un departamento especial para adicciones, y estamos pensando en reabrirlo», precisó.
Fannar señaló que atiende pacientes presos enviados por la policía o personas llevadas por sus familiares cuando sufren abstinencia.
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Según el médico, el consumo afecta a los «jóvenes y soldados rebeldes que padecen estrés postraumático luego de la guerra».
Otros grupos vulnerables, como quienes carecen de educación o militares retirados, caen fácilmente en el abuso de drogas, incluido el alcohol, que en Libia también es ilegal.
A principios de marzo, varias decenas de personas murieron envenenadas con metanol, incluido en una bebida alcohólica local adulterada.
El narcotráfico no es un fenómeno nuevo en Libia.
Durante el régimen de Muammar Gaddafi (1969-2011), numerosos informes de la Organización de las Naciones Unidas hacen referencia al tráfico ilegal entre África y Europa a través de Libia. Pero con los restringidos controles aduaneros dispuestos por el nuevo gobierno, el narcotráfico prolifera.
«Sabemos que tenemos un problema con el contrabando de drogas y alcohol, en especial en las fronteras del sur», reconoció a IPS el coronel Adel Barasi, portavoz del Ministerio de Defensa.
«Trabajamos en una estrategia de vigilancia, capacitación y equipamiento del ejército. Si Dios quiere, el ejército libio será capaz de proteger nuestras fronteras», apuntó.
Céline Bardet, experta en crímenes de guerra y delincuencia trasnacional, dijo a IPS que las rutas de la droga se trazan a escala global y apuntan a países inestables donde la seguridad flaquea.
«Así están las cosas en Libia. Hay un enorme volumen de narcotráfico con probabilidades de empeorar», observó.
Bardet, consultora de la Comisión Europea, cree que en Libia existen laboratorios que procesan drogas, aunque todavía no se haya encontrado ninguno. «La policía comienza a atender el problema con ayuda internacional», puntualizó.
En un distrito oriental de Trípoli, una unidad especial de la policía, creada en 2012 bajo la brigada contra el delito, se enorgullece de mostrar los resultados de su lucha contra el narcotráfico y el comercio ilegal de alcohol.
Abdulhakim Belhasi, portavoz de la unidad, mostró a IPS las sustancias incautadas: siete kilogramos de heroína y cocaína, una gran cantidad de cannabis, 1.400 tabletas del analgésico tramadol, whisky y vodka, además de 1.400 litros de alcohol adulterado. El decomiso se guarda en un hangar para su destrucción.
En la última incautación, anunciada el 23 de febrero por el portavoz de la armada libia, coronel Ayub Gacem, se confiscaron 30 toneladas de drogas no especificadas. Tres personas fueron detenidas en un barco interceptado por la guardia costera el día anterior.
«Se lanzó una guerra a través del narcotráfico», dijo Belhasi a IPS. «Quieren destruir el tejido moral de nuestros jóvenes. Los responsables solo pueden ser gadafistas de países vecinos. Son los únicos con esa cantidad de dinero», añadió al reclamar asistencia internacional.
A un consumidor de sustancias ilegales que no quiso dar su nombre le causó gracia la afirmación. «¡Tomar un trago y fumar un porro nunca le hizo mal a nadie! Los barbudos (islamistas) nos persiguen para poder imponer la shariá» (ley islámica), explicó.
Jaled Kara, integrante de una organización contra las drogas y exalcalde del distrito tripolino de Souq-al-Juma, protestó contra esa caracterización. «Uso barba, parezco un islamista, pero soy moderado», dijo a IPS.
«Los narcotraficantes son muy violentos. Están dispuestos a hacer cualquier cosa con tal de proteger su negocio. Tienen mejor armamento que la unidad especial. Tienen lanzadores de cohetes cuando la policía solo tiene pistolas», expresó con preocupación.
Los oficiales de la unidad especial dijeron que les gustaría tener mejores armas y denunciaron otro tipo de presiones.
«Mi hijo de 18 meses fue secuestrado», relató Kamal, quien no quiso dar su apellido por razones de seguridad. «Se lo llevaron solo unas horas, pero cuando lo encontré tenía un mensaje: Si no renuncias, la próxima vez será tu esposa».
Al ser consultado por IPS sobre si eso le preocupaba, Kamal, quien es admirado por sus compañeros por su valor durante la revolución, solo contestó: «Estoy aquí, estoy trabajando».
Un compañero suyo agregó: «Peleamos en la revolución por nuestro país, luchamos contra los narcotraficantes por nuestro país».
Muchos miembros de la unidad especial salen a trabajar de pasamontañas.