La pediatra Grisel Navarro dice ser una «jubilada diferente», porque siguió vinculada a su profesión, sale a pasear y se niega «a estar a merced de todas las necesidades familiares y de todos», una realidad que le resta calidad de vida a muchas cubanas a la hora del retiro laboral.
Navarro, de 62 años, se jubiló hace cinco meses y ahora tiene un contrato a tiempo parcial en el hospital habanero capitalino «Ángel Arturo Aballí». «Sigo trabajando en lo que me gusta, de manera más pausada», contó a IPS esta integrante de una generación femenina que superó con creces los niveles de instrucción y empleo de sus madres.
Las cubanas que arriban hoy a la edad del retiro, elevada en 2008 por las autoridades de 55 a 60 años para las mujeres y de 60 a 65 años para los hombres, tuvieron acceso masivo a la educación desde la infancia y apostaron al empleo.
Lo hicieron imbuidas por la llamada «revolución dentro de la Revolución», como se conoció la emancipación femenina dentro del proceso iniciado en 1959 en Cuba, que elevó los niveles de participación de las mujeres y alcanzó avances como la igualdad de salarios con los hombres, entre otros.
Sin embargo, activistas abogan hoy por más cambios en pro de la equidad de género y dirigir más las políticas públicas a las necesidades particulares de las mujeres y las niñas en este país, con 11,2 millones de habitantes, en el que persiste el machismo.
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Las adultas mayores como Navarro tienen entre sus aspiraciones «vivir a plenitud la tercera edad», pero ese sueño puede ser truncado por diversos factores como las desventajas de género y otros propios de la vejez, como ser este un sector de escasos recursos económicos.
Sobre ellas siguen recayendo las mayores responsabilidades del hogar y el cuidado de niños y enfermos, tienden más a quedar viudas y seguir a solas, quedan a cargo de nietos debido a la emigración de jóvenes, y muchas carecen de seguridad económica por haber sido siempre trabajadoras en el hogar o recibir pensiones estatales mínimas.
«Si bien las mujeres viven más, lo hacen con menos salud o más afectadas por eventos mórbidos o de enfermedad, una manifestación de menor calidad de vida», explicó a IPS la demógrafa Sonia Catasus. «En este fenómeno inciden de alguna manera los elementos vinculados a la subordinación de género», sostuvo.
Las cubanas tienen una esperanza de vida de 80,7 años, mientras que el promedio de los hombres es de 76,6 años, un indicador que tiende a crecer para ambos sexos, según la estatal Oficina de Estadísticas e Información (ONEI).
Cada vez se alarga más el período entre la jubilación y la muerte de la población. Este hecho demuestra los avances sociales y en salud del país, pero al mismo tiempo constituye un reto para su economía, típica de naciones en desarrollo, que intenta salir de la profunda crisis que sufre desde hace más de 20 años.
Por razones biológicas, la población femenina vive más años que la masculina en todas las latitudes, abundó Catasus. Por ello, se habla de un proceso de «feminización del envejecimiento» a nivel global, un asunto que requiere de un tratamiento particular por parte de los gobiernos.
Una investigación al respecto de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, que toma datos de 2010, indica que las mujeres de más de 60 años representaban 10,7 por ciento de la población femenina de la región, mientras que los ancianos eran nueve por ciento del total de hombres.
Además, tres de cada 10 mujeres mayores latinoamericanas tenían entonces 75 años o más.
También ese mismo año, la Organización Mundial de la Salud estudió 31 países latinoamericanos y caribeños y advirtió que las mujeres tenían, dentro de su esperanza de vida, 10 años carentes de buena salud, mientras que los hombres solo ocho.
Ese panorama será más crítico en el futuro cercano, un pronóstico que pone en jaque a las familias, los sistemas de cuidado, de apoyo a cuidadores, asistencia social y de salud, y la manera en que se planifica la fuerza laboral en países como Argentina, Brasil, Cuba, Chile, Costa Rica, Puerto Rico, República Dominicana y Uruguay.
El informe «Envejecer en el siglo XXI: una celebración y un reto», publicado en 2012 por el Fondo de Población de las Naciones Unidas, estima que 25 por ciento de las personas latinoamericanas tendrán más de 60 años en 2050.
Para entonces, Cuba estará entre las 11 naciones con población más anciana del orbe, con 38 por ciento de sus habitantes con más de 60 años.
Si bien la cobertura económica y los servicios de salud resultan fundamentales para mejorar las condiciones de la tercera edad, jubiladas como la cubana Caridad Pegudo, de 67 años, aseguran que es imprescindible «prepararse y cambiar de actitud» para tener una buena calidad de vida en la vejez.
«Para nosotras (las ancianas) es importante alternar la calle con la casa, que nos absorbe. Cuando salimos nos tenemos que arreglar y siempre se conversa con otras personas», contó a IPS esta maestra retirada que integra el grupo Tula, de aficionadas a la técnica de costura del parche artístico (artesanías en telas).
«Mantenerse activa socialmente contribuye a enfermarse menos y no acerca a nuevos conocimientos», opinó esta habanera, que asistió a fines de marzo al Tercer Encuentro de Meditación. Esta iniciativa comunitaria, celebrada en La Habana, movilizó a más de 1.000 personas, sobre todo a mujeres de la tercera edad.
«Las mujeres han sido educadas para sustentar a la familia y a los otros. Con los cambios actuales, muchas ancianas se preocupan más por sí mismas. Pienso que la meditación las ayuda a reconectarse con ellas mismas, además de que esta práctica mejora su salud», valoró Juan Dávila, organizador del encuentro.
Ese proyecto se une a otras iniciativas civiles y estatales que intentan apoyar a la creciente población anciana en Cuba. Entre ellas, destacan las más de 500 Aulas del Adulto Mayor, que actualizan sobre avances científicos del momento; y los llamados Círculos de Abuelos, para realizar ejercicios físicos en grupo.