Zuhur Al Khalaf está embarazada de ocho meses y vive en una improvisada vivienda sin división alguna en el norte de Líbano con su esposo y cinco hijos.
Las paredes de tela y el techo de cartón y papel se empaparon y deterioraron luego de las fuertes tormentas de la semana pasada. Además, dos de sus hijos sufren ahora fiebre e infecciones respiratorias.
La familia huyó de la occidental ciudad siria de Homs, cuando su hogar fue destruido en una dura batalla por el distrito de Bab Al Amr a comienzos del año pasado, que culminó con el bombardeo de la zona por las fuerzas del régimen de Bashar Al Assad.
"Fuimos de un lugar a otro hasta que no quedó nadie, y entonces vinimos a Líbano hace unos tres meses", cuenta Zuhur. La vivienda de la familia se encuentra en medio de un campamento con más de 200 refugiados, a las afueras de esta norteña ciudad libanesa de Trípoli.
Su situación se agravó con las últimas tormentas, que trajeron nevadas e inundaciones en gran parte de Líbano. "Estos refugios no nos dan ninguna protección. Todo se mojó y todavía hace mucho frío", dice la mujer.
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Sus dos hijos enfermos yacen acurrucados bajo frazadas a su lado. Un puñado de pedazos de pan mojados se seca afuera sobre hojas de diario.
"Vivimos a pan, té y bananas", dice otro refugiado del campamento. "No podemos darnos el lujo de desechar nada".
Las familias alquilan tiendas de campaña a un agricultor de la zona por unos 70 dólares al mes, e intentan hallar trabajo en faenas agrícolas.
Los hombres pueden llevar a su familia, a lo sumo, el equivalente a 10 dólares tras un día de labor, y las mujeres siete, pero la mayoría de los refugiados no pueden encontrar ocupación remunerada.
"La vida aquí es mejor que en Siria, pero en realidad es todavía muy mala para nosotros. No hay trabajo y no estamos recibiendo el apoyo que necesitamos", lamenta Zuhur.
Poco menos de 200.000 personas huyeron a Líbano desde que se inició la crisis interna siria hace casi dos años, según las últimas cifras de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur).
Muchos de los que viven en el campamento no están registrados ante esa agencia de la Organización de las Naciones Unidas, y por tanto no reciben ninguno de los servicios básicos de apoyo que esta ofrece.
"Perdimos nuestros documentos cuando nuestra casa se destruyó, así que no tenemos nada para demostrar quiénes somos", dice el esposo de Zuhur, Mohammad Al Ahmad.
Algunos refugiados prefieren no registrarse en Acnur por temor a ser vigilados por las autoridades. La paranoia es común. Muchos temen que los servicios de inteligencia sirios se hayan infiltrado en Líbano.
"Prefiero vivir en forma anónima", sostiene Abul Nidal, originario de la noroccidental ciudad siria de Idlib. "Cualquier cosa podría pasar en el futuro, ¿y qué ocurrirá si tenemos que volver a Siria?", pregunta.
Las autoridades libanesas pidieron la ayuda de los demás estados de la Liga Árabe, en la sesión extraordinaria del grupo celebrada el domingo 13 en El Cairo, alertando sobre "una peligrosa situación humanitaria".
Beirut acaba de anunciar un plan por 180 millones de dólares anuales para brindar servicios básicos de salud y educación a los refugiados.
Pero Líbano está en medio de un estancamiento político interno a causa de su precaria situación fiscal, y la limitada infraestructura obstaculiza los esfuerzos para brindar los servicios necesarios.
El conflicto sirio genera profundas divisiones internas en Líbano, y esto también afecta la capacidad de brindar atención a los refugiados.
La falta de una política coherente del gobierno ha impedido que se instalen campamentos formales para los sirios que huyen de su país, como sí ocurrió en Jordania o en Turquía.
"En otros países vecinos hay campamentos adecuados, de tal manera que las organizaciones saben dónde están las personas y qué servicios necesitan", dice Ashraf Alhafny, coordinador de proyectos de la organización Warad, que distribuye camas y ropa entre la comunidad de refugiados en el norte libanés.
"Pero aquí todo es tan informal que no se sabe qué necesitan ni dónde están", opina.
Además del clima hostil, las dificultades económicas y la falta de apoyo material, muchos refugiados son víctimas de racismo.
Líbano y Siria han tenido una historia común y muchas veces conflictiva, y la llegada de refugiados sirios está exacerbando la inestabilidad política y la vulnerabilidad económica libanesa.
Dos jóvenes refugiados cuentan cómo les fue a lo largo del día, en el que básicamente se dedicaron a mendigar en las calles. "Me golpearon", dice uno. "La gente nos echa y nos dice: Eres un sirio, un gitano, vete de aquí", lamenta el otro.