Un grupo de jóvenes caminan sonrientes por las calles de esta ciudad estadounidense. Tienen razones para la alegría: aún resuenan en sus oídos las ovaciones tras presentar un repertorio latinoamericano con la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar de Venezuela.
Se saben profesionales integrantes de un elenco que agota las localidades en los escenarios a los que acude, en Europa, Asía o América, pero que también es emblema de un sistema orquestal y coral desarrollado como proyecto social y educativo, que integran unos 400.000 jóvenes, adolescentes y niños en su país.
Desde hace mucho están inmersos en la ejecución musical, como cualquier virtuoso. Pero, en su caso, fueron reunidos primero en los núcleos regionales para el aprendizaje, y luego, ya para encarar al público, en la pirámide de orquestas infantiles y juveniles de la que ahora son la joya más reconocida.
Valores como estudio, constancia y trabajo en equipo son sus claves. Lo resume el primer fagot, Gonzalo Hidalgo, de 28 años, nativo del estado de Barinas, en los llanos del sudoeste, con algunos tíos arpistas populares y quien acaba de graduarse de médico.
"¿Cómo hacía para tocar en la orquesta y estudiar ocho años de medicina? Bueno, a costa de días libres, mientras otros iban a la playa o a bailar yo no, dividía mi tiempo, buscaba a los docentes para que me adelantasen los exámenes, y fueron comprensivos, porque creo que dos de cada tres de mis profesores eran músicos frustrados", dijo a IPS.
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Como médico residente, su jornada empieza al alba en el Hospital Clínico Universitario de Caracas, donde atiende a sus pacientes hasta que a las 11:00 va a ensayar con la orquesta por tres horas. Regresa al hospital y cuando termina su jornada estudia de nuevo en las noches. Un colega vela por sus pacientes mientras viaja.
"Destaco momentos gratos, como tocar en la Acrópolis de Atenas o en el teatro de la Orquesta Filarmónica de Berlín, y de allí, el solo de fagot de "La consagración de la primavera", de Igor Stravinski. Pero sobre todo lo que hemos hecho en Venezuela para acercar a la gente a las salas de concierto y a la música clásica", señaló Hidalgo.
En el bullicioso centro de Caracas vive la cellista Gabriela Jiménez, de 28 años. "Integramos una orquesta exigente y muy enérgica, que emociona a públicos experimentados como el italiano o el alemán, y aborda la defensa de nuestra música, de un repertorio latinoamericano", dijo a IPS convencida.
La orquesta trajo a la gira estadounidense por San Francisco, Chicago, Filadelfia, Washington y Nueva York, la "Sinfonía India", del mexicano Carlos Chávez (1899-1978), "Tres versiones sinfónicas", del hispano-cubano Julián Orbón (1925-1991), y "La noche de los mayas", del mexicano Silvestre Revueltas (1899-1940).
También "Rituales Amerindios-Chaac" del joven argentino Esteban Benzecry, "Choros número 10" del brasileño Heitor Villa-Lobos (1887-1959) y la "Cantata Criolla" del venezolano Antonio Estévez (1916-1988).
"De muy niña recibí clases de música, luego fui a un núcleo del sistema, llegué a la Bolívar por audiciones en 2006. En algún momento quise ser arquitecto pero ahora esto es nuestro mundo, todo gira alrededor de la orquesta", comentó Jiménez, titular de una maestría en Industrias Culturales por la Universidad Complutense de Madrid.
De los Andes del sudoeste, fronterizo con Colombia, llegó Mayerling Carrero, quien cuenta entre sus familiares 22 músicos, de los cuales 15 son trombonistas, uno de ellos el primero de la orquesta, su hermano Pedro.
Era natural que tomase ese aerófono. "El trombón tiene siete posiciones. Cuando niña, los brazos alcanzaban solo tres", contó entre risas a IPS. Como sus compañeros, repartió su educación primaria entre escuela en las mañanas y música en las tardes. Después vino un bachillerato musical, la Universidad de las Artes y la orquesta.
A sus 29 años y ya madre de una niña de 15 meses, Carrero es la única mujer trombonista en la Simón Bolívar, donde lleva 12 años. Pero no duda en afirmar que "cualquier chica a la que le guste este instrumento puede serlo, si está dispuesta a estudiarlo, tocar y luchar".
Félix Mendoza, primero en la percusión, también recoge una herencia. Su abuelo Napoleón Baltodano llegó de Nicaragua en 1929, fue trompetista, maestro de música, compuso merengues y creó una orquesta en las llanuras de Venezuela.
"Cuentan que comencé como tantos niños, golpeteando las ollas con los cubiertos en la cocina", relató a IPS. "Más adelante quise tocar trompeta, pero me dijeron que no, por ser muy pequeño, y entonces se me hizo fácil ir a la percusión, tras recibir clases de un tío que era baterista".
Su padre es pastor evangélico en El Tigre, una ciudad petrolera del sureste venezolano. "Siempre apoyó mis estudios de música, pero con mucha aprensión sobre si esta actividad realmente serviría para vivir y sustentar un hogar. Ahora ve que es posible", contó Mendoza, de 27 años, casado con una violinista y padre de una recién nacida.
Semejantes a sus historias son las de los otros 180 ejecutantes de la sinfónica Simón Bolívar que por estos días recorre Estados Unidos bajo la batuta de su máxima estrella, Gustavo Dudamel, otro joven de provincias, consagrado gracias a "el sistema" orquestal venezolano como uno de los más solicitados directores en varios continentes.