Un avión de combate F16 de la fuerza aérea de Israel ruge rumbo a una misión en territorio palestino de Gaza. En las calles de esta sureña ciudad israelí, el estruendo queda disimulado por el lastimero sonido de una alarma.
A los pocos segundos se escucha el estrépito con que el sistema de defensa aérea móvil de Israel "Iron Dome" lanza con una chispa de luz un misil que intercepta un cohete Grad.
"No es seguro quedarse aquí para los niños", se lamenta Elisheva Pinto, junto a su hija Chava, de 13 años, y su hijo Arieh, de 11, en el refugio de la estación central de esta ciudad mientras espera abordar un autobús hacia Jerusalén el domingo.
"Nos vamos durante el día y volvemos en la noche. No tenemos otro lugar adonde ir", añade.
Las escuelas permanecen cerradas desde hace cuatro días y los parques infantiles están vacíos.
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El edificio de apartamentos ubicado en el número 93 de la avenida Independencia recibió el sábado el impacto directo de un cohete, aunque no hubo muertos. Ashdod es una ciudad de clase trabajadora con unos 200.000 habitantes.
Funcionarios de la autoridad de catastro llegan a evaluar los daños. El cohete golpeó un apartamento en el cuarto piso que quedó destruido, con un agujero en la pared del balcón. Las metrallas en las paredes del salón reflejan la trayectoria del proyectil.
Un montón de esquirlas de vidrios rotos quedaron regadas por el suelo, mezcladas con perdigones de metal. Cuando el cohete explotó, muchos de ellos llovieron sobre los capós de los automóviles estacionados en la calle, lo que maximizó la destrucción.
El estallido hizo volar un marco con una fotografía familiar de una pareja con sus dos hijas, que fue a parar sobre un plato que estaba en la mesa del comedor con las modestas sobras de un almuerzo de sábado: arroz, lentejas y pollo.
Los inquilinos, la familia Elikashvili, fueron evacuados a un hotel del barrio de Ramat Gan, en Tel Aviv, 30 kilómetros al norte. El propietario del edificio declara ante los funcionarios de catastro, cuando la radio informa que Tel Aviv también fue blanco de un ataque de cohete.
Otra alarma resuena en la sala de estar. Los visitantes abandonan el apartamento destruido y corren por el corredor hacia las escaleras del edificio que sirven de refugio para la mayoría de los habitantes. Algunas personas prefieren quedarse en sus refugios privados. Por ley, las nuevas construcciones deben tener una habitación protegida.
Dos pisos más abajo, la familia Amsaleg, abuelos, madre y dos hijos pequeños, Natanel e Ilay, se acurrucan bajo la tenue luz. "¡Esto no es vida!", protesta la abuela, Annette Belladev.
Terminada el alerta, la familia regresa a su apartamento de tres habitaciones.
Natanel tiene hambre después de un día sin comer. Se prepara una tostada de pan con queso crema en la mesa de la cocina. "Estuve vomitando por el misil", explica. "¿Estarás bien, Natanel?", le pregunta su madre, Dvora, peinándole la cabellera con los dedos de la mano.
Pero suena otra alarma, Natanel interrumpe su rápida merienda y corre a las escaleras con su hermano menor, su mamá y los abuelos. Tienen 30 segundos para refugiarse antes de escuchar una explosión a lo lejos. El aire tiembla.
Este 20 de noviembre es el Día Universal del Niño. El secretario general de la Organización de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, visita Jerusalén y la ciudad cisjordana de Ramalah para ayudar en los esfuerzos de declarar un alto al fuego.
La idea fue que esta "fecha se dedicaría a la fraternidad y a la comprensión entre los niños del mundo entero", según el deseo expresado por la Asamblea General de la ONU cuando recomendó en 1954 que todos los países instituyeran ese día.
Desde el comienzo de la operación "Pilar de Defensa", lanzada por Israel contra Hamás (acrónimo árabe de Movimiento de Resistencia Islámica) en Gaza el miércoles 14, murieron por los menos 24 niñas y niños palestinos a causa de las más de 1.400 incursiones de la Fuerza Aérea y la Marina, según cifras oficiales palestinas; más de 200 quedaron heridos.
Un niño israelí fue herido como resultado de los 1.200 cohetes lanzados desde ese territorio palestino.
Los niños y niñas y las familias de esta ciudad portuaria conviven con la amenaza de unos 10 ataques diarios con cohetes lanzados por combatientes palestinos desde Gaza, a 23 kilómetros de distancia.
Nadie en Ashdod se anima a decir que los niños israelíes sufren lo mismo que lo que soportan sus pares palestinos en la sitiada franja de Gaza. Pero el miedo y el dolor ciegan y hacen olvidar el sufrimiento del otro.
Natanel cumple nueve años. Mira a su alrededor en las escaleras cuando suena el alerta, su rostro se retuerce en un último momento de terror como si suplicara en silencio. "Celebraremos tu cumpleaños cuando todo esto termine, ¿está bien?", lo reconforta su madre.
"¿Qué te gustaría para tu cumpleaños?", le preguntó. "Me gustaría que Israel matara a todos los palestinos, a todos ellos y también a sus hijos", responde sin inmutarse.
"No deberías decir esas cosas horribles", protesta su madre. "Judíos y árabes somos todos seres humanos. Al igual que nosotros, ellos están atrapados en un atolladero imposible. Al igual que nosotros, ellos no pidieron esto", explica.
Natanel asiente de forma casi imperceptible. A diferencia de ejemplo que da su madre, quien lo besa, él parece estar sintiendo muy poco el dolor "del otro lado".
Cuando vuelve la calma, los habitantes pasan el día viendo la televisión, escuchando las noticias que relatan lo que ocurre aquí mismo: un feroz ataque de Israel y la destrucción de otro cohete por la batería "Iron Dome", ubicada en una loma a las afueras de la ciudad.
Natanel se aburre: "Ojalá pudiera ir a la escuela y jugar. Extraño a mis amigos", se queja.
Otro ataque, el tercero en una hora, y otro cohete interceptado por Israel. Sobre el mar, una nube de humo blanco mancha el inmaculado cielo.
Diez minutos después, la ciudad vuelve a su rutina habitual, ajena a la vida y a la muerte. Natanel regresa a la mesa de la cocina, pone mantequilla sobre otra rodaja de pan tostado.
"Entonces, ¿cuándo festejamos tu cumpleaños Natanel?", pregunta Dvora, preparando cocoa caliente. "En un mes", murmura este, "cuando termine la guerra".