La sombra del escándalo amenaza ahora en Bolivia a María Lusa, una cacica del siglo XVII a quien antes se la colmaba de méritos, mientras un atisbo de justicia surge para otra mujer, la aymara Simona Huaranca, 55 años después de su muerte.
"Una historia llama a la otra. Apenas recorriendo esta zona, entre el lago Titicaca y los valles interandinos, llegan a nuestro recuerdo hechos de toda época", dice el historiador Pedro Callisaya. "Hay mucho por investigar", reflexiona, mientras recorre con IPS algunas locaciones de sus estudios en la zona.
Es un descubrir y redescubrir que va por cuenta de la Asociación de Historiadores Indígenas "Apupachakamayu" (deidad aymara para el conocimiento del pasado). La mayoría de ellos pertenece a la Universidad Mayor de San Andrés de La Paz, aunque cuentan con asociados en zonas amazónicas.
"Nos organizamos a principios de este siglo", explica a IPS otro historiador, José Mollo. "Queremos recuperar y contar esas historias que no fueron oficiales. Queremos contar lo que pasó sin ocultar nada", plantea sobre la labor de revisión de la historia de Bolivia con la incorporación de la mirada indígena.
Ese no ocultar nada se advierte en la reciente investigación que Apupachakamayu trabaja. Indagando pacientemente entre ófricos archivos y agotadoras expediciones a campo abierto va derribando lo que empezaba a convertirse en un mito.
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"María Lusa era, aproximadamente en 1630, hija de unos caciques de esta zona de Waicho", relata Callisaya.
Waicho es un puerto lacustre, llamado ahora Puerto Acosta, a unos 90 kilómetros de la ciudad de La Paz, en la ribera norte del lago Titicaca, situado en la zona altiplánica del noroccidental departamento de La Paz, donde domina la cultura aymara.
"La historia muestra que los caciques se convirtieron en una clase social endógama al servicio administrativo de los españoles", dice Callisaya.
"Por ello, Lusa fue desposada en Ambaná con Juan Moya. Según el testamento de Lusa, el matrimonio procreó dos hijas y, tras morir Moya, María logró criarlas y mantener autoridad y bienes por sí sola", detalla.
Ambaná se encuentra en un valle a unos 50 kilómetros de Titicaca, el lago navegable a mayor altitud del mundo. Ahí se quedó el investigador francés Thierry Saignes, que en un estudio en 1990 la presentó como una mujer admirable y colmada de virtudes.
Pero los historiadores de Apupachacamayu se encontraron algo distinto, cuando hallaron material sobre un juicio contra los descendientes de Lusa, tras recopilar documentos de archivos y visitar Ambaná. El proceso involucra a familiares de Moya, el personal de sus haciendas y pobladores de la localidad.
Según los expedientes, las dos hijas de Lusa fueron criadas alejadas de Moya. Una de ellas tenía facciones particularmente blancas. Fue muy comentada la fuga de la cacica con un español con el que tuvo amoríos y su traumático retorno con Moya.
Posteriormente se supo de otra aventura con un cacique a quien el marido castigó con el garrote. Se menciona además, detalladamente, que Moya, murió con síntomas de envenenamiento mientras decidía el futuro de Lusa.
Apupachakamayu busca ahora reescribir la historia de la "admirable cacica" citada por Saignes. "En base a la información de los archivos ubicamos también a esta casa colonial semiderruida", indica David Alarcón, residente de Ambaná, al mostrar los restos de una edificación.
"La gente conocía la casa como "La Moya". Ahora ya sabemos por qué", dice. La ubicación coincide con el área de las haciendas del cacique Moya y luego de su viuda, ambos aymaras.
"Moya, Lusa y sus familiares demuestran la incesante disputa por tierras que desató terribles pasiones dentro del mundo indígena", dice Callisaya.
"Descubrimos historias impresionantemente crueles. A veces buscamos semanas sin hallar nada, pero a veces es como si ellas nos llamaran", asegura.
Eso pasó con lo sucedido en los años 50 a la aymara Simona Huaranca y su hija, también en el área de Titicaca. Rastreando documentos del Archivo de La Paz, los historiadores indígenas hilaron la guerra legal que Huaranca entabló contra el pueblo de Chajana.
Tras la llamada Revolución Nacional de 1952, los campesinos tomaron cientos de haciendas otrora detentadas por terratenientes. Las familias de exsiervos se fueron convirtiendo en dueñas de parcelas y chacras (fincas). En Chajana no hubo una división armoniosa. "Mientras Simona Huaranca era retenida por la fuerza en el pueblo, un grupo de comunarios (comuneros o campesinos de tierras colectivas) irrumpió esa noche en su propiedad", relata Mollo.
"Robaron el ganado ovino y porcino así como las semillas y cosechas. Mataron a sus perros. Luego persiguieron a su hija que debió refugiarse en los cerros. Finalmente, de madrugada, destrozaron y saquearon la totalidad de su pequeña propiedad hasta reducirla a escombros", detalla.
Huaranca, traumatizada, deambuló durante días sin caer en razón. Luego fue recogida por algunos ancianos, también temerosos de los asaltos. Según los documentos rescatados, acudió a los juzgados. Su proceso contra quienes arrasaron con su propiedad duró ocho años.
En 1962, el juzgado de Puerto Acosta dictaminó que los acusados por Huaranca eran culpables. Curiosamente los operadores de justicia encargados de proceder a las capturas señalan en los expedientes que no podrían efectuarlas porque "Huaranca es muy pobre". El relato sobre Huaranca acompaña el recorrido por la ribera del río Suches, en el camino de tierra que va desde Puerto Acosta hacia Ambaná, a la mitad del cual se encuentra Chajana.
"Una historia trae otras", reitera Callisaya, "y hay pares que se presentan radicalmente contrapuestos". Él halló el caso de Huaranca mientras investigaban la historia del líder aymara Lawreano Machaca. En los años 40, Machaca, siendo adolescente, fue adoptado por la familia de un militar a quien había ayudado en Waicho. Un lustro más tarde, con nombres y apellidos cambiados, ingresó al Colegio Militar de Ejército, reservado solo para jóvenes de la oligarquía.
A punto de graduarse tuvo el impulso de visitar su pueblo. Dejó el ejército y asumió el liderazgo sindical y político de la región.
En 1955 encabezó uno de los levantamientos indígenas más temidos e ideologizados de aquel tiempo. Los sublevados elaboraron planes para tomar La Paz, incluso se conoció su estructura como la "República Aymara".
Autoridades y comunarios de zonas vecinas urdieron una vasta celada que acabó con el asesinato y desmembración de Machaca. Su historia fue reconstruida meticulosamente por Callisaya y constituye el eje de su tesis universitaria. Machaca resulta su mayor trabajo histórico, pero la investigación de su vida, literalmente, es otra. Cotejando informes carcelarios y recortes de prensa de hace siete décadas, reconstruyó la historia de Mariano Quispe.
Él participó en el grupo que, acaudillado por Leandro Nina, apostó en los años 30 por brindar educación a los comunarios de las haciendas del altiplano y los valles paceños. Como se trataba de una actividad clandestina y sospechosa de "comunista", estos luchadores fueron condenados a prisión.
Quispe murió en la cárcel en 1933. Era el bisabuelo de Callisaya. "Una historia llama a la otra", sonríe.