Japón: El dragón durmiente

Roberto Savio Crédito: Cortesía del autor
Roberto Savio Crédito: Cortesía del autor

En los años 80, Japón era el dragón del mundo. Toda nueva tecnología -automóviles, aparatos, cámaras, equipamiento médico y nuevos sistemas de gestión- provenía de Japón. Luego el país empezó a aminorar el ritmo, hasta adormecerse.

No obstante, sus niveles de producción y reservas financieras eran suficientemente altos para que el declive no afectara demasiado al ciudadano medio.

Aunque Sony fue substituida por Apple y ahora China tiene la imagen del dragón, tras haberlo sobrepasado como la segunda economía mundial, la calidad de vida de los habitantes de Japón supera a casi todos los demás países.

Pero ahora se comienza a tomar conciencia de que los logros sociales pueden ser afectados si la economía no crece. La tasa de desempleo es inferior a cinco por ciento, una magnitud irrisoria en Europa, pero sin precedentes en este país.

En el pasado, las corporaciones empresariales aseguraban a sus dependientes un empleo de por vida. Pero ya no es así, el trabajo no está más garantizado y tampoco los jóvenes consiguen un puesto laboral inmediatamente después de graduarse en la escuela o la universidad.

Japón sigue siendo un modelo de calles inmaculadas, orden, disciplina y de un fuerte sentido cívico, donde la combinación de sintoísmo (basado en la naturaleza), budismo (basado en los logros individuales), y confucianismo (basado en los logros sociales) han creado un raro equilibrio entre naturaleza, ser humano y sociedad.
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La historia milenaria de esta nación, a lo largo de una línea ininterrumpida de emperadores, puede explicar las diferencias profundas con China, que ha sido para Japón lo que Grecia fue para Roma.

Pero la modernización recién comienza en 1853, como reacción a la intervención de la flota estadounidense bajo el comando del almirante Matthew Perry en 1853.

Después de la victoriosa guerra contra Rusia en 1904, que colocó a Japón en pie de igualdad con las grandes potencias, los círculos militares se impusieron y desencadenaron una serie de conflictos regionales que solo cesaron con la derrota en la II Guerra Mundial.

Por presión del general Douglas MacArthur, quien comandó casi todo el periodo las fuerzas aliadas que ocuparon Japón desde 1945 a 1952, se introdujo el sistema democrático. Pero el Partido Liberal Democrático (PLD), que ha gobernado el país prácticamente sin interrupción desde la posguerra, se ha convertido cada vez más en una máquina política autorreferencial, mientras los otros partidos políticos no han podido presentar alternativas dinámicas.

Hoy en día, lo que es nuevo y perturbador es una oleada nacionalista que ha creado un conflicto con China absolutamente innecesario sobre las pequeñas islas Senkaku (o Diayu para China).

Tres ciudades importantes -Tokio, Nagoya y Osaka- son gobernadas por líderes nacionalistas, el alcalde de Osaka está organizando un nuevo partido nacionalista y el líder del PLD, Shinzo Abe, es un nacionalista duro. Pero hay una clara y creciente desconexión entre los políticos y los ciudadanos. Aunque esta es una tendencia global, en Japón es sobresaliente.

Los japoneses están habituados a convivir con terremotos y tsunamis. El extraordinario esfuerzo de reconstrucción de la ciudad de Kobe, demolida en 1995 por un gran sismo que causó 5.100 muertos, ha sido aclamado por el mundo como un ejemplo de resiliencia y solidaridad social.

Pero el terremoto de marzo de 2011 y el subsiguiente tsunami han creado un desafío sin precedentes. Más de 650 kilómetros de costa en el nordeste del país fueron devastados y unas 20.000 personas murieron. El costo estimado de los daños es de 200.000 millones de dólares, pero aún no es claro cuánto costará la reconstrucción. Basta decir que solamente la remoción y el reciclamiento de seis millones de toneladas en el distrito de Ishinomaki, uno de los muchos de la costa, está estimado en 244.000 millones de dólares.

La decadencia de las instituciones políticas es paralela a un acelerado envejecimiento de la población y a un cierto desgano del sector privado.
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Es así que, por primera vez desde la II Guerra Mundial, cunde en la sociedad japonesa un sentido de inseguridad sobre el presente y de incertidumbre sobre el futuro.

Es particularmente grave que el número de beneficiarios de la asistencia social gubernamental haya llegado a 2,1 millones en junio pasado, un récord para este país de 128 millones de habitantes. Esta situación ha causado una fuerte impresión, porque revela una amenazadora tendencia.

Por otra parte, la movilización de la sociedad civil y el voluntariado están en aumento. Pero quizás las reacciones más notables se observan en las mujeres, que se muestran cada vez más independientes, ya no ven el matrimonio como necesario y no consideran al hombre como su destino primario. Una reacción extrema se advierte en muchas jóvenes que se visten y actúan en manera extravagante y provocadora, en abierto desafío al tradicionalismo japonés.

Es difícil discernir si estas nuevas fuerzas podrán bastar para equilibrar el declive de las instituciones políticas y el envejecimiento del sector privado, pero esta es la esperanza más consistente a la que el Japón de hoy puede aferrarse. (FIN/COPYRIGHT IPS)

* Roberto Savio, fundador y presidente emérito de la agencia de noticias IPS (Inter Press Service) y editor de Other News

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