«Mire las balas de las guerras de 1948 y 1967», dice el anciano palestino Badr Abu Ad-Dula, mostrando las marcas en los muros exteriores del edificio de Jerusalén oriental donde vive con su familia de 13 miembros.
"Aquí estaba el puesto de control jordano", agrega, señalando un agujero que ahora es la ventana de un dormitorio.
Cruzando la callejuela, una cantidad indescriptible de metal corrugado y alambres de púa oxidados marcan donde antes se encontraba la frontera.
La casa de Ad-Dula se ubica en lo que antes de 1967 era tierra de nadie, entre los sectores oriental y occidental de la ciudad. Cuarenta y cinco años después, el edificio de tres pisos está en la primera línea de las muchas disputas que ocurren en barrios palestinos de Jerusalén oriental.
Las cinco familias que viven allí bajo un solo techo -70 personas en total- están unidas contra una amenaza común: la del desalojo por parte de una organización de colonos israelíes llamada Nahalat Shimon, cuyo fin es que más judíos se establezcan en el vecindario.
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Mientras duró el mandato jordano (1948-1967), se otorgó a los palestinos -muchos de ellos refugiados- derechos de ocupantes en casas de Jerusalén oriental, bajo la jurisdicción del Custodio Jordano de Propiedades Enemigas. Fue así como reemplazaron a los judíos que habían dejado sus hogares y se habían ido a vivir del lado israelí.
Ahora, israelíes ultranacionalistas invocan la Ley de Propiedad de Ausentes, impuesta a la parte ocupada de la ciudad para desalojar a palestinos de casas donde viven desde hace décadas.
Sobre la misma calle de la casa de Ad-Dula, un activista judío sale de una vivienda árabe que, hasta hace cinco años, era ocupada exclusivamente por los Al-Kurd. En su fachada, un grafiti refleja el amargo conflicto que enfrentó a los intrusos israelíes con la familia palestina: a un "Liberen Palestina" le fue añadido "de escoria izquierdista".
"Los activistas propalestinos escribieron su parte, y nosotros agregamos la nuestra", explica Yaakov Fauci, uno de los inquilinos judíos que ahora ocupan las habitaciones del frente. Los Al-Kurd quedaron relegados a la parte trasera de la casa.
"La Corte Suprema (de Israel) falló a nuestro favor", dice.
"Pero el frente es una extensión ilegal de la construcción original que está atrás. No contaba con permisos de construcción, de ahí que violara el acuerdo sobre los derechos de ocupación", agrega.
"Así que la Corte dictaminó que los árabes tenían que mudarse a la parte de atrás. Nosotros en realidad nos mudamos al anexo ilegal", dice.
Fauci admite: "Es una situación extraña, sin precedentes para las leyes israelíes. Podría decirse que vivimos legalmente en una construcción ilegal. Pero hoy en día ocurren muchas cosas extrañas. Simplemente es una situación muy mala".
Implementada por medio de batallas legales que pueden insumir años, la cohabitación forzada es vigilada de cerca: las casas ocupadas por colonos judíos están equipadas con cámaras de circuito cerrado de televisión.
Y no hay una coexistencia genuina cuando la percepción mutua es que la existencia nacional está en juego. "A cada uno le importa lo suyo. Tenemos que aferrarnos a lo que tenemos", declara Fauci.
En la misma calle, la frase "aferrarnos a lo que tenemos" refleja con precisión la mentalidad de Badr Abu Ad-Dula.
"Solo me sacarán de aquí con las aplanadoras", advierte con indignación este jefe de familia, imitando con sus brazos el movimiento de las máquinas.
"He vivido aquí los últimos 57 años. Me quedo. Eso es todo", afirma.
Ad-Dula vive en este edificio desde que tenía tres años. Tras la guerra de 1948, la construcción fue abandonada por sus dueños judíos. Entonces, los Ad-Dula vivían en la parte antigua de la ciudad y eran pobres.
Cuando las autoridades jordanas les concedieron los derechos de ocupación, en 1955, se mudaron a lo que ahora es su hogar. "Nadie quería vivir aquí, cerca de la frontera. Creían que estábamos locos", recuerda.
Un par de meses después de la reunificación de la ciudad bajo el mando israelí, en 1967, los herederos de los dueños judíos reclamaron que les devolvieran su propiedad.
"En 1972, el Tribunal Distrital israelí falló que el edificio pertenecía a los judíos. Bien, pero también prohibió que nos desalojaran. Nos prohibió hacer reformas. Bien, pero también prohibió a los dueños aumentar el alquiler", explica Ad-Dula.
Hace dos años, los dueños "legítimos" vendieron la propiedad al magnate judío estadounidense Irving Moskowitz, respaldo de muchos proyectos de asentamientos dentro de las áreas palestinas de la ciudad.
Ahora el caso volvió al tribunal. "Moskowitz quiere desalojar a todos los árabes de aquí. Hay un fallo judicial. Nosotros pagamos el alquiler", protesta Ad-Dula, quien trabaja como director de mantenimiento en el cercano Hotel Monte Scopus.
La vecina de Ad-Dula, Umm Auni Bashiti, sostiene que antes de 1948 su familia tenía "cuatro comercios y siete casas" en el barrio judío de la parte antigua de Jerusalén.
"Dejen que los israelíes me devuelvan esas propiedades", dice.
Pero los israelíes gozan de un privilegio que los palestinos no tienen: el derecho a que les regresen propiedades abandonadas tras la guerra de 1948.
La lógica de los colonos es resumida por uno de ellos, que vive en el barrio y que no quiere que se divulgue su nombre: "Las propiedades de Jerusalén oriental fueron tomadas por una guerra y una conquista legítimas".
"Sin embargo, si ellos quieren desafiarnos legalmente, estoy seguro de que tendrán su oportunidad en tribunales", agrega.
Los colonos están seguros de que sus muchas batallas legales por los derechos y títulos de propiedad en Jerusalén oriental pronto darán frutos irreversibles.
Mientras, la política israelí de "dejar hacer" en relación a los colonos solo profundiza el estancamiento diplomático. "El camino hacia la paz es la afirmación de nuestros reclamos y derechos", es el lema de los colonos.
Anochece; es la hora de cenar. La comida es sencilla en el hogar de Ad-Dula: pollo asado, arroz hervido y ensaladas.
En tiempos de incertidumbre, también hay que buscar confort en la familia, y orar. "Quisiera que mis hijos y nietos vivan aquí todas sus vidas, como yo. Pero tendrán que irse", dice Ad-Dula.
"Los colonos tienen leyes y abogados; nosotros solo tenemos la justicia de Dios", añade.
* Este artículo es el segundo de una serie de dos sobre la batalla que libran los colonos israelíes por la tierra y las propiedades dentro de los barrios palestinos de Jerusalén oriental.