En el marco de la firma del Acuerdo de Asociación entre Centroamérica y la Unión Europea (UE) se observa que la región latinoamericana aparentemente está a salvo de la crisis de Europa.
Pero esta percepción, confirmada por los datos estadísticos de crecimiento, se contradice por las mismas dificultades de los avances de los planes de integración, más allá de los experimentos de cooperación y consulta interlatinoamericanos.
Resulta paradójico que América Central, una subregión de límites geográficos modestos, que parecía rezagada en completar su proceso de integración y que había visto demorada la consecución del ansiado acuerdo, ahora aparezca como ganadora de la atención europea.
De la obsesión de la UE por la apuesta de un Mercosur con brillante futuro, que se fuera desparramando por el resto del continente, se ha llegado a primar una subregión de limitadas proporciones. Se ha regresado al origen de la relación, cuando América Central recibía más ayuda europea que el resto del mundo, con la recompensa de haber contribuido a la pacificación y la reconstrucción.
Hay que meditar sobre el desarrollo de los sistemas de integración latinoamericanos por una variedad de razones, entre las que se destacan dos clases.
Una es el examen de la evolución de cada uno de los experimentos, ya que todos en cierta medida tienen la inspiración del modelo europeo.
Otras razones atañen a la región como escenario receptor de inversiones, ayuda al desarrollo y mutuas relaciones directas, tanto en terrenos de trasvase de emigración, como en temas conflictivos (narcotráfico). Toda atención mutua debe tener siempre presente que América Latina (junto con Estados Unidos y Canadá) es la región del planeta más próxima a Europa por motivos históricos.
Conviene reparar en la incidencia de la crisis del euro en el propio tejido de integración, base de la consolidación de la paz, la convivencia democrática y la construcción de un punto de referencia para el resto de los experimentos de integración, cooperación económica y consulta entre Estados.
Especial atención se debiera prestar al impacto que la coyuntura económica tiene en el entramado institucional de la UE y en algunos países más emblemáticos.
En un plano general de la UE, se detectan dudas sobre la viabilidad de su esencia, que los ciudadanos perciben como lejana. Hay reticencias de algunos países del Norte a seguir contribuyendo, con el peligro de una Europa a dos velocidades y la generación de un cisma. Se ha agotado el método Jean Monnet de integración y se detecta un refuerzo del inter-gubernamentalismo.
Entre algunos remedios resalta la necesidad de más Europa, mayor profundización del proceso (elecciones directas para la Comisión, fusión de las presidencias del Consejo y Comisión), la cuidadosa aplicación del minitratado de austeridad, y una mayor dosis de poder para el Banco Central Europeo.
En el plano político se nota un desprestigio de los partidos históricos, la difuminación de la influencia de la socialdemocracia, la generación de formaciones de ultraderecha, el refuerzo de alternativas de la ultraizquierda y el renacimiento del nacionalismo.
En el sector económico-social, hay una desconfianza hacia el sistema bancario, ausencia de castigos y correcciones para los banksters, el fracaso de la hiperconstrucción inmobiliaria, el alarmante nivel de desempleo, especialmente juvenil, y la amenaza contra el estado de bienestar.
Se detecta una generalizada corrupción en algunos países (España), la sistemática violación de legislaciones fiscales y el crecimiento de fuga de capitales.
Respecto del euro, se lo señala como principal culpable de la crisis, con la consiguiente duda de su adopción. Entre las estrategias, se oscila de salvar el euro para salvar Europa a salvar Europa para salvar el euro, y se debate contradictoriamente entre la necesidad del euro a toda costa y el sopesado análisis del coste del euro.
La actuación de algunos Estados miembro varía desde la firmeza de Alemania en exigir disciplina fiscal al progresivo aislamiento de Gran Bretaña.
El cambio político en París ha afectado el tándem Alemania-Francia. El duro rescate de la economía portuguesa contrasta con el desastre generalizado político-económico de Grecia y con la contundencia del caso español. Es paradójico que España, todavía la novena potencia económica mundial y la cuarta europea, ahora se encuentre en una situación financiera precaria. Como daño colateral, este síntoma amenaza su cohesión social y su propio sistema político.
Con respecto a la ampliación de la UE, se tiene duda y arrepentimiento por las prisas en 2004, teniendo en cuenta el impacto de la inmigración, interior y exterior, con la generación de racismo, intolerancia y discriminación. En el entorno cercano, se presta mayor prudencia hacia el resto de la antigua Yugoslavia y Turquía, mientras se nota la presión de las rebeliones árabes.
Sin embargo, el balance histórico muestra que desde la fundación de la UE no ha habido en toda la historia europea un periodo tan largo de crecimiento, aumento del nivel de vida y paz: ha cumplido todas sus misiones fundamentales. Si fenece, moriría de éxito.
A pesar de las dificultades socio-económicas y el deterioro político, la UE sigue siendo el modelo o punto de referencia irremplazable para cualquier experimento de integración regional. Es, reescribiendo a Churchill, el peor sistema de integración, si se descuentan todos los demás.
Pero la UE tiene un conjunto de desafíos: debe poner en orden su propio proceso, apuntalar la economía, reforzar el estado de bienestar y consecuentemente mandar un mensaje positivo al exterior. Todo esto atañe, directa o indirectamente, a la coyuntura latinoamericana. (FIN/COPYRIGHT IPS)
* Joaquín Roy es catedrático Jean Monnet y director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami.