Los vínculos atlánticos

En los tiempos recientes predomina la insistencia en una acrecentada importancia de la cuenca del Pacífico. Se justifica en gran parte esta persistente moda en la inserción de los intereses de China en América Latina y en los vínculos asiáticos con la economía norteamericana, además de la europea.

Los mitos de la globalización también contribuyen al refuerzo del mito transformacional. En materia de seguridad, el Pentágono está ubicando el grueso de la flota en los puertos del Pacífico, como si esperara un nuevo Pearl Harbor. Esta tónica, sin embargo, contrasta con la historia de cinco siglos y los datos del presente que refuerzan la permanencia del ligamen atlántico.

Por de pronto, hay que considerar que de establecerse una plena zona de libre comercio entre los países del Tratado de Libre Comercio de América del Norte y la Unión Europea (UE), el resultante bloque sería la mayor región económica del planeta, sin competencia de cualquier alianza establecida entre los países del Hemisferio Occidental con partes de Asia.

Solamente entre Estados Unidos y la UE, el conjunto económico sería el mercado más grande y más próspero, comprendiendo más de 54 por ciento del producto bruto mundial en valor absoluto y 40 por ciento en poder adquisitivo.

Hay que tener en cuenta que este intercambio birregional genera casi cinco billones de dólares y emplea 15 millones de trabajadores. Este intercambio comercial representa 30 por ciento del total mundial, con un monto que llegó a los 636.000 millones de dólares en 2011, un aumento de 14 por ciento con respecto al año anterior. El sector de servicios abarca 40 ciento del intercambio mundial. Tanto en comercio como en servicios, cada una de las partes es el proveedor más importante e insustituible de la otra.

Estados Unidos y Europa son mutuamente la principal fuente y destino de la inversión extranjera directa, más de 60 por ciento de la inversión interior total y más de 75 por ciento de la exterior. Se da el caso de que las inversiones de Estados Unidos en Holanda durante la década de 2000-2010 fueron nueve veces mayores que las inversiones en China; las inversiones estadounidenses en Gran Bretaña fueron siete veces mayores, y en Irlanda el triple que en el gigante asiático.

En la misma década, las compañías estadounidenses destinaron a Europa 60 por ciento de sus inversiones externas. Recíprocamente, las inversiones europeas en Estados Unidos representaron casi 75 por ciento del total. En cifras comparativas, las inversiones europeas de Estados Unidos cuadriplicaron las efectuadas en toda Asia.

En el terreno de la ayuda exterior al desarrollo, la contribución dual llega a 80 por ciento de la global. Mientras la población conjunta de más de 800 millones (501 en Europa y 310 en Estados Unidos) representa menos de 12 por ciento de la mundial, su participación en el producto mundial rebasa la mitad: 28 por ciento de la UE y 25 por ciento de Estados Unidos.

Conjuntamente, Europa y Estados Unidos contribuyeron con más de 100.000 millones de dólares en la misma década.

Volviendo la mirada hacia el sur, aunque el vínculo comercial entre Europa y América Latina es comparativamente modesto, la dependencia latinoamericana de Europa y Estados Unidos no tiene par.

El segundo inversor en América Latina es Europa. La UE y sus países miembro son el primer donante en suelo latinoamericano. Un país emblemático, España, debe su globalización a las operaciones de sus empresas en América Latina. Sin el continente americano, el español no sería la segunda “segunda lengua” del mundo, con más estudiantes que cualquier otro idioma, con excepción del inglés.

Mientras se critican ciclos de aparente desdén de Estados Unidos hacia América Latina, como el actual, las aguas vuelven siempre a su cauce y se efectúa un “redescubrimiento” del socio (o la víctima) natural.

Si Estados Unidos puede ser acusado frecuentemente de considerar a Europa como aliado garantizado y socio económico fiable, lo cierto es que cuando la problemática europea dispara las alarmas (como es el actual caso de la crisis de la eurozona), Washington reacciona y sabe distinguir dónde están sus prioridades y sus intereses.

Por todo lo anterior, aplicable a otras dimensiones, se comprueba fehacientemente la sólida existencia de ese triángulo que tiene su origen terminológico en el mito de Atlantis. Es más, se considera que este vínculo triangular sigue teniendo más valor que la vaga red tendida a ambas orillas del Pacífico, como resultado de diversos factores (estratégicos y económicos) que poco tienen que ver con la historia y los ligámenes humanos y sociales.

Ni el ascenso de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), ni la detectable inserción comercial asiática en América Latina serán suficientes para borrar más de medio milenio de existencia común, compartiendo valores que difícilmente dejarán de pesar en la permanencia del triángulo atlántico.

Si hay una macrorregión idónea para las “alianzas estratégicas”, en la terminología de la UE, esta es la que comprende desde Alaska a Tierra de Fuego, desde San Petersburgo a Santiago de Chile, desde el Bósforo a California, desde Panamá a Gibraltar. (FIN/COPYRIGHT IPS)

* Joaquín Roy es catedrático Jean Monnet y director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami (jroy@Miami.edu).

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