Campesinas brasileñas aprenden ecología tormenta a tormenta

Rosana Nogueira en uno de los invernaderos de su finca, rodeada de lechugas Crédito: Fabíola Ortiz /IPS
Rosana Nogueira en uno de los invernaderos de su finca, rodeada de lechugas Crédito: Fabíola Ortiz /IPS

En el cinturón verde que constituye la despensa de la ciudad brasileña de Río de Janeiro, pequeñas productoras agrícolas aprenden prácticas ecológicas a medida que el campo es castigado por los impactos de las alteraciones climáticas.

En la llamada región serrana del sudoriental estado de Río de Janeiro, son muchas las mujeres que sobreviven de la pequeña agricultura y que en enero de 2011 vieron como los vendavales ocasionaron inundaciones y derrumbes que arrasaron con prácticamente toda la producción de hortalizas y legumbres de la zona.

Los productores ya lograron normalizar la actividad y lo hacen con una mayor preocupación por una agricultura menos invasiva y una mejor adaptación a la nueva realidad que está en sus vidas: el cambio climático, dijo a IPS una de ellas, Rosana Nogueira, de 38 años, que dirige una pequeña explotación familiar.

La finca de 24 hectáreas está en el área de Lúcios, donde viven unas 400 familias dentro de la cuenca del río Formiga, en el distrito rural de Bonsucesso, cercano a la ciudad de Teresópolis, en una de las zonas más dañadas por las tormentas del año pasado, que se saldaron con 916 personas muertas en el estado.

Nogueira y su madre, Jandira Nogueira, de 68 años, son un ejemplo de agricultura de bajo impacto ambiental con protección de la vegetación de las riberas fluviales y limitada erosión del suelo, en un manejo que comienza a ayudar a mitigar los efectos del cambio climático en la zona.
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Rebecca Tavares, directora regional de ONU Mujeres para Brasil y el Cono Sur, dijo a IPS que en este país, como sucede en términos globales, las mujeres rurales "aportan contribuciones vitales para el bienestar de sus familias, sus comunidades, así como la economía local y nacional".

Además, ante el fenómeno del cambio climático, ellas "tienen un rol prioritario en la gestión ambiental, producción de alimentos y reproducción social", aseguró.

Los agricultores de la cuenca del Formiga notan año a año el calentamiento global. Los veranos se alargan, sus temperaturas aumentan, las tormentas crecen en número y en intensidad, mientras que, en cambio, los inviernos son todavía más secos. Todo ello impacta los ciclos productivos y el calendario de siembra y cosecha tradicional.

"No estábamos acostumbrados a desastres ambientales como el del año pasado. Vivo en esta propiedad toda mi vida, mi padre está aquí hace 73 años, y nunca vio nada igual, ni mi abuelo le relató algo semejante", comentó Rosana Nogueira, quien recordó que entonces su familia estuvo aislada por 15 días y pasó un mes sin electricidad.

La producción se recuperó en el segundo semestre y en los agricultores germinó una nueva conciencia, todavía insuficiente, para atender los aspectos ambientales de su actividad.

"Muchos aún invaden el bosque para expandir la producción, cuando es una defensa para el clima, pero otros comienzan a entender", dijo Rosana Nogueira mientras recorría su explotación con IPS, en la que los nuevos invernaderos de cultivo, la ladera sembrada y la incipiente reforestación de la orilla del río son una respuesta al desastre.

En otro punto en que está cambiando la mentalidad campesina es en el de los pesticidas. "Creíamos que para producir más, había que usar mucho agrotóxico, y el propio productor se intoxicaba cuando utilizaba el veneno. Ahora el agricultor ya quiere librarse del agrotóxico", afirmó.

Nogueira no tiene las cifras, pero sí percibe que en la región hay cada vez más productoras, responsables de pequeñas y medianas explotaciones. Unas veces están solas, otras sus maridos colaboran, pero tienen trabajos asalariados en las vecinas ciudades.

Incluso cuando hay un agricultor al frente de la finca, casi siempre la esposa trabaja con él, explicó.

"Cuidamos más los detalles productivos, somos más organizadas. Tenemos más preocupación por el ambiente y somos más firmes en preservarlo e incorporarlo a los cultivos", consideró Nogueira, que vive en la finca con sus padres, su marido y su hijo de 12 años, y está embarazada de seis meses. Los cuatro adultos trabajan en ella.

"La mujer tiene más visión que el hombre para el futuro de su familia y somos más abiertas para las novedades y el camino para la agricultura en el campo es de más sustentabilidad", siguió desgranando convencida.

El desastre climático de 2011 supuso una pérdida de unos 12.000 dólares para la explotación familiar. Cerca de 30 por ciento del área de cultivo fue dañada y se perdió 90 por ciento de la cosecha.

La familia Nogueira produce variadas hortalizas y algunos cítricos y debió usar sus ahorros para reconstruir los invernaderos y recuperar los suelos.

Pero, además, Nogueira logró 8.000 dólares no reembolsables del Programa Río Rural de la Secretaría de Agricultura del estado.

El programa administra un fondo de 79 millones de dólares, otorgado por el Banco Mundial en 2009, para promover prácticas de desarrollo sostenible en la zona rural del estado, con un enfoque especial en las mujeres productoras.

"Ellas son estratégicas para la sustentabilidad de la familia y de las unidades productivas y son las más preocupadas por la seguridad alimentaria", dijo a IPS la coordinadora técnica de Río Rural, Helga Hissa.

Las mujeres rurales también actúan como promotoras de la conciencia ecológica en su entorno, aseguró. "Conducen a la familia a la adopción de prácticas como los huertos ecológicos, e introducen especies nativas que después constituyen un pequeño bosque en su unidad productiva", detalló Hissa.

El programa incluye las cuencas hidrográficas de 59 municipios, donde viven unas 37.000 familias campesinas. Son unas 150.000 personas, que representan 30 por ciento de la población rural del estado, y que tienen como ciudad de referencia Teresópolis, a 100 kilómetros de Río de Janeiro.

Hessa reconoció que el desastre de 2011 sensibilizó mucho a la población de la zona sobre el cambio climático, dentro de un proceso en que "la mujer tiene un rol articulador, porque es emprendedora y está más abierta a incorporar nuevas prácticas".

"No sabíamos cómo recuperar la tierra tras las inundaciones, el suelo estaba deteriorado. Dentro del programa, hicimos un curso de recuperación verde. Nos enseñaron a plantar avena para recuperar el suelo, así como sembrar en curvas de niveles en la tierra", explicó Rosana Nogueira.

"También aprendí a hacer huertos ecológicos y plantar los alimentos para nuestra subsistencia sin usar agrotóxicos", detalló.

Los cuatro adultos lograron recuperar juntos la vegetación de las orillas del río y reforestar 10 por ciento de la finca, el doble de lo que obliga la ley en las pequeñas explotaciones.

"Antes teníamos árboles de 40 años en el margen del río. Los árboles sostienen el suelo y mantienen el curso del río y ayudan con la temperatura", explicó Jandira Nogueira.

"Lo que falta a muchos productores es información sobre lo que está pasando con el clima. Si no sabemos, seguiremos sufriendo tragedias como la del año pasado", reflexionó.

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