Un año más, los habitantes de Tarabuco, un pequeño municipio indígena de los valles centrales de Bolivia, cerraron su carnaval con la ritual danza del Pujllay, que celebra una histórica victoria de la Independencia y que se ha transformado en un hito turístico y ancestral del país.
El Pujllay, al que no dudó en sumarse el presidente boliviano, el aymara Evo Morales, se realizó el domingo 18 en esta localidad situada a 65 kilómetros de Sucre, la capital oficial del país, en el sudoriental departamento de Chuquisaca, y rememora a los caídos en la batalla de Jumbate, 196 años atrás.
"Primero se celebra la misa de almas por los indígenas muertos en la batalla, y después comienza el Pujllay, que es jugar en quechua", explicó a IPS el guía turístico local Mariano Roque, de 40 años y que desde los 18 participa en la danza ancestral, mientras cientos de turistas nacionales y extranjeros inundaban el lugar.
Roque fue uno de los danzantes a los que igualó sus pasos el presidente Morales, ataviado con el traje típico del Pujllay, cuando entró a la plaza principal de Tarabuco y comenzó a seguir el ritmo monótono de milenarios instrumentos de viento, como pinkillos, tarkas y pututus, a los que se unía el sonido de las espuelas de los bailarines.
El guía llevaba como otros muchos danzantes un poncho de coloridas rayas sobre una camisa, dos calzones y una vistosa faja tejida. A la espalda, otro poncho más pequeño, el "pallado", solo para fiestas, y encima un pañuelo grande, símbolo de júbilo.
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Sobre su cabeza, una "yampara ticachascada" (montera de cuero, adornada con flores e hilos de plata). Debajo de ella, una cofia de la que caían a su espalda dos grandes cintas bordadas con diferentes motivos, que se movían al ritmo que imprimían sus pies, calzados con unas ojotas (sandalias) de gran altura.
Los danzantes son una vitrina andante de los famosos tejidos de telares horizontales de Tarabuco, herencia de la alta técnica textil alcanzada por los quechuas de la región durante su esplendor, que aún es uno de los sostenes de la localidad y de comunidades vecinas.
"Es mi cultura y estoy orgullosa de poder bailar. Las niñas desde los 10 años ya podemos danzar y actualmente nos tratan igual que a los hombres", dijo a IPS la joven Teresa Pachakolla, de 17 años, de la vecina comunidad quechua de Miskamayu.
"Diseñé el traje con la ayuda de mi mamá en dos meses. Es el segundo año que bailo", detalló, mientras mostraba feliz su pollera (falda étnica) tejida, sus ponchos, sus pañuelos y su montera.
El Pujllay de Tarabuco tiene su origen en un acontecimiento guerrero, contó a IPS otro danzante, Pedro Calisaya. En 1816, la región que conforma actualmente Chuquisaca se sublevó contra España, dentro del proceso de Independencia que culminaría en 1825.
La historia indica que los españoles cometieron asesinatos y toda clase de abusos contra la población indígena, para someterlos. Al enterarse los líderes tarabuqueños, planificaron un ataque de venganza, dijo Calisaya. Se apostaron en las serranías y emboscaron a las tropas españolas el 12 de marzo, a su paso por la región de Jumbate.
"Los guerreros tarabuqueños ocultos detrás los arbustos sorprendieron a los españoles y los aniquilaron, provistos solo de armas rudimentarias como piedras, ondas y macanas. Llegaron a extraer sus corazones y devorárselos. De allí se los llama sunq'u mikhu, que en quechua significa come corazones", detalló.
Ya en el siglo XX, la danza conmemorativa de la victoria de Jumbate, donde se destacó Juana Azurduy, pasó a unirse con el carnaval que se festeja en marzo en la zona. Uno y otros tienen raíces prehispánicas.
El carnaval de Tarabuco, ajeno a raíces cristianas, se entronca con las festividades ancestrales de Pauker Waray (sacrificio al sol) y Jatun Pocoy (gran madurez).
El Pujllay, que cierra el carnaval y se celebra cada tercer domingo de marzo, es una danza ritual de tributo a la fertilidad de la "Pachamama" (madre tierra) y agradecimiento de la cosecha pasada, al comenzar la nueva siembra.
Con el tiempo, las dos festividades se han concentrado en Tarabuco, situado a 3.284 metros sobre el nivel del mar y con unos 1.400 habitantes, la mayoría mestizos y una minoría descendiente de los originarios quechuas. Todos tributarios de la cultura yampara, famosa por sus tejidos, sus cerámicas, su música y su danza.
La localidad, como parte de ese mestizaje, conserva casas de arquitectura colonial y calles empedradas, en que se mezclan tradiciones, costumbres y folclore indígena, que perviven adentrado el siglo XXI.
Por sus calles y plazas, siguiendo el ritmo de la música, los danzantes golpearon una vez más el domingo 18 el suelo con sus sandalias de cuero y plataformas de madera de más de 10 centímetros, a las que se sujetaban las espuelas de láminas de hierro, que al moverse acompañaban también el ritmo.
Ellos iban delante de ellas, rivalizando en vestimentas nativas, y danzaban con energía mientras masticaban hojas de coca, que ya vigorizaban a sus antepasados durante la dura faena de la siembra y la cosecha. Sus monteras, para simular los cascos de los españoles derrotados, cambian el acero por cuero endurecido de chivo y los adornos.
En el ritual del Pujllay, otro gran símbolo es la "Pucara", un altar en forma de arco o de torre hecho de madera durante la fiesta, de al menos cinco metros de altura, del que se cuelgan como ofrendas productos agrícolas autóctonos, como maíz, papas, legumbres, pan, bebidas y carnes.
En la cima de la Pucara este año flameó la Wiphala, la bandera simbólica de los movimientos indígenas originarios, junto a la boliviana y la tarabuqueña. A los pies de la Pucara, como siempre, cántaros de chicha, bebida de maíz fermentado, de los que bebían los danzantes mientras giraban sin parar. "La embriaguez con chicha aumenta su fuerza y valor", explicó a IPS el comunero Miguel Calizaya.
"La Pucara simboliza el retorno de los muertos al mundo de los vivos y su encarnación en un árbol", añadió.
Las nuevas generaciones cantan las mismas canciones quechuas de sus abuelos, contó Roque, y agregó que se busca preservar la tradición del Pujllay mediante la enseñanza de las tradiciones y costumbres a las nuevas generaciones.
Pero ha surgido un problema, se lamentó, el de la creciente emigración de la gente de la zona. "Los jóvenes de ahora no quieren trabajar en las comunidades y se van a trabajar a otras partes del país o al exterior. Solo retornan para el carnaval, terminan y se van", aseguró el guía turístico.
"Por eso hay poco sembradío y lo que hay ya no alcanza para mantener a la familia", detalló.
Las autoridades locales y organismos del Estado boliviano promueven el rescate, valorización y preservación del Pujllay con la enseñanza de este tesoro cultural y folclórico y otras iniciativas, como la conservación de los tejidos, cerámicas y gastronomía del lugar.
También se ha postulado a la cultura yampara, para que la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) declare al Pujllay y sus otras expresiones Patrimonio Cultural Intangible de la Humanidad.