Temiendo las repercusiones de una eventual caída del presidente sirio Bashar Al Assad, los líderes de Israel fluctúan entre la autocomplacencia, el cauto optimismo y el temor.
La semana pasada, cuando se disparó el número de muertos en la crisis siria, que ya lleva 11 meses, el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu destacó orgulloso que su país era "una casa de campo en la jungla de Medio Oriente".
Con la situación en Siria, "hemos recibido un recordatorio del tipo de vecindario en el que vivimos", añadió.
Israel oficialmente adoptó una política de no interferencia en la crisis siria. Pero eso fue antes de que la situación se agravara y el número de civiles muertos aumentara.
La radio del ejército le preguntó al ministro de Asuntos Estratégicos, Moshe Yaalon, si Israel tenía contactos con la oposición siria, pero éste evitó dar una respuesta: "No espere que discuta estos temas ante los medios".
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Apenas hace tres meses, el ministro de Defensa, Ehud Barak, anticipó que la salida de Assad era cuestión "no de meses", sino "de semanas", y expresó su satisfacción porque Siria dejaría de ser el eje estratégico de la alianza de los enemigos de Israel.
"Cuando la familia Assad caiga, será un gran golpe al eje radical liderado por Irán Debilitará al (movimiento libanés) Hezbolá (Partido de Dios), así como el apoyo a Hamás (acrónimo árabe del Movimiento de Resistencia Islámica), y les privará a los iraníes de un baluarte en el mundo árabe. Esto es algo positivo para Israel", predijo Barak en diciembre.
Israel lanzó dos guerras contra aliados de Siria en el frente norte y el frente sur: en 2006 contra Hezbolá en Líbano y en 2008 (que se extendió hasta 2009) contra Hamás en la franja de Gaza.
Pero la evaluación de Barak es una de las tantas y diversas hechas por los círculos de inteligencia israelíes mientras observan nerviosamente cómo se transforma la región. Y no todas son optimistas.
Israel ha elaborado una y otra vez planes de contingencia para los peores escenarios.
Mientras el triunfo electoral de la Hermandad Musulmana en Egipto, en las primeras elecciones tras la caída de Hosni Mubarak, causaba temores en Israel de que la Primavera Árabe se transformara en un "Invierno islamista", Siria era vista como una muralla estable contra el posible avance de musulmanes fundamentalistas.
A los funcionarios israelíes les gusta recordar cómo el padre del actual mandatario sirio, Hafez Al Assad, reprimió violentamente una insurgencia de la Hermandad Musulmana a comienzos de los años 80.
Hasta hace poco, también destacaban que, desde el acuerdo de cese del fuego firmado con Siria tras la guerra de 1973, la calma ha prevalecido en las Alturas del Golán, ocupadas por Israel desde 1967.
Pero en mayo y junio, en medio de la crisis siria, refugiados palestinos rompieron los límites impuestos por el cese del fuego y marcharon hacia la zona israelí.
Eso desató el caos: soldados israelíes mataron a decenas de manifestantes. Israel responsabilizó a Assad de los incidentes, puesto que poco antes había advertido que una intervención extranjera en su país desataría una crisis en toda la región.
La forma en que Israel ve a Assad ha sufrido profundos cambios en la última década.
En 2005, cuando el presidente estadounidense George W. Bush (2001- 2009) promovía un "cambio de régimen" en varios países árabes, el entonces primer ministro israelí Ariel Sharon (2001-2006) alertó sobre los peligros de aplicar esa estrategia a Assad, a quien llamó "el malo conocido".
Sharon sostenía que era mejor para Israel preservar a un líder predecible como Assad que promover la llegada de un sucesor incierto.
Sin embargo, dos años después, cuando quedó claro que Siria intentaba construir un reactor nuclear con conocimientos norcoreanos, Assad dejó de ser considerado un líder convencional. El incipiente reactor fue bombardeado por Israel en 2007.
Ahora la pregunta es: ¿Qué pasará el día en que Assad sea derrocado?
Luego del veto de China y de Rusia a una resolución del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas que pedía la renuncia de Assad, expertos en defensa israelíes analizan otra vez si Siria podría arrastrar a su país a una guerra.
Algunos especulan con que Assad podría -siguiendo la filosofía "Si me caigo, te caes conmigo"-, transferir sus avanzados misiles tierra- tierra y sus supuestos arsenales de armas químicas y biológicas a Hezbolá.
"La preocupación inmediata es el gran arsenal de (armas) químicas y biológicas" de Damasco, dijo a los medios el mes pasado el comandante de la Fuerza Aérea israelí, Amir Eshel.
Pero el prominente analista de defensa Ron Ben-Yishai, señaló en el diario Yedioth Aharonoth: "De momento, no hay indicios de que eso se haya materializado, ni de que Assad intente iniciar una guerra con Israel".
Según las últimas estimaciones del jefe de inteligencia militar, Aviv Kochavi, Hezbolá y Hamas ya poseían un arsenal de unos 200.000 misiles y cohetes provistos por Siria e Irán, y destinados a ser empleados contra Israel.
Otro temor es que, tras una eventual caída de Assad, esas armas sean contrabandeadas y lleguen a manos de combatientes islmistas, de la misma forma en que armas libias terminaron en poder de Hamás luego de que fuera derrocado Muammar Gadafi.
Por último, los líderes israelíes conjeturan que Occidente podría intervenir en Siria para detener el derramamiento de sangre, y consideran que tal muestra de determinación podría disuadir a Irán de continuar con su programa nuclear por temor a correr la misma suerte.
"Algunos creen que un ataque contra Siria en nombre de los derechos humanos podría prevenir una guerra con Irán para que detenga su programa nuclear", escribió el analista Zvi Barel la semana pasada en el diario progresista Haaretz.