Perseguidos y estigmatizados, quienes fueron leales al coronel Muammar Gadafi están obligados a reinventarse a sí mismos para sobrevivir en la Libia de posguerra. Algunos tienen más éxito que otros.
"Antes conducías un vehículo de doble tracción y te acusaban de gadafista. Ahora casi todos los comandantes rebeldes conducen uno y se saltan las leyes de circulación con total impunidad", se queja Bashar, en mitad de uno de los habituales atascos de Trípoli.
Desde que la ciudad cayó en manos de la oposición a Gadafi el 21 de agosto, este joven de 30 años la ha visto transformarse a través del parabrisas de su destartalado taxi. Como la mayoría de los libios, Bashar solo ha conocido una forma de gobierno, pero no está ni mucho menos contento con el nuevo Poder Ejecutivo anunciado el 22 de noviembre.
"¿Es esta la libertad y la paz que prometían los rebeldes? ¿Son estos los nuevos líderes de Libia?", se queja apenas atraviesa uno de los numerosos puestos de control de la capital, gestionado por milicianos. Una sonrisa fingida y una bandera tricolor colgando del espejo retrovisor son su improvisado salvoconducto para poder seguir viviendo de su taxi.
"Muammar, Muammar
", exclama Bashar con nostalgia ante la visión de la destrucción en Bab al Aziziya- el antiguo búnker de Gadafi (1969-2011).
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Las cicatrices de la guerra son también visibles en el barrio de Abu Salim, tres kilómetros al sur de la Plaza de los Mártires. Cráteres de todos los calibres rodean ventanas ennegrecidas desde las que, sorprendentemente, es posible ver aquí y allá ropa lavada y tendida.
La normalidad también intenta abrirse paso en el bazar de Abu Salim. Por el momento, todavía son muy pocos los que han subido las persianas de sus tiendas en un lugar que las bombas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) redujeron a escombros.
Abdul Rahman vende hoy grifería de segunda mano junto al menaje de cocina que ya ofrecía desde mucho antes de que estallara la guerra, en febrero. Este solitario tendero nos da un rápido diagnóstico de la situación en su barrio. "La gente se está yendo. Todos tienen miedo de las patrullas. Entran en las casas con la excusa de buscar gadafistas y se llevan a los jóvenes sin que nadie sepa a dónde", explica Rahman.
Si bien el final de la guerra fue anunciado de manera oficial el 24 de octubre tres días después del asesinato de Gadafi en Abu Salim incluso en noviembre se registraron incidentes entre milicianos y presuntos gadafistas.
Asimismo la localidad de Beni Walid el penúltimo bastión gadafista también fue escenario de enfrentamientos similares el pasado mes.
No obstante, es difícil saber si esos episodios de violencia son causados por grupos bien organizados, o se trata de la respuesta espontánea y airada de unos vecinos castigados por las persecuciones y los arrestos arbitrarios.
Fieles a los viejos métodos
Según un informe de la Organización de las Naciones Unidas presentado en noviembre por su secretario general, Ban Ki-moon, alrededor de 7.000 personas están en manos de la Brigada Revolucionaria sin garantía legal de ningún tipo. El documento recoge las denuncias de torturas de muchas de ellas y apunta la existencia de extranjeros, mujeres y niños.
Como casi todos en esta crónica, Bilal prefiere no dar a IPS su nombre completo. Este joven de Abu Salim fue otro de los detenidos en la prisión de Jdeida, la principal de Trípoli. Nunca olvidará aquella pesadilla de una semana tras la que fue puesto en libertad sin ningún tipo de explicación.
"Me acusaban de haber pertenecido a las milicias de Gadafi y de haber asesinado a una mujer y a sus dos hijos en Souk al Juma, barrio del este de Trípoli", explica Bilal mientras se desabrocha la camisa.
"Me torturaron con electrodos y cigarrillos encendidos y me decían que tenían un testigo que confirmaría sus sospechas. Un día me ordenaron que me pusiera al fondo de la celda, y noté que alguien me observaba por la mirilla. A las pocas horas me dijeron que recogiera mis cosas y me fuera", recuerda este exvendedor de electrónica, desde el apartamento que un familiar le ha dejado en el distrito de Dara. Dice que no piensa volver a Abu Salim.
Testimonios como el de Bilal son recurrentes también fuera de la capital. La localidad de Majer, 150 kilómetros al este de Trípoli, fue puesta en el mapa tras ser duramente golpeada por la OTAN el 8 de agosto.
El entonces portavoz del gobierno de Gadafi, Musa Ibrahim, habló de 85 víctimas civiles mientras la OTAN aseguraba haber apuntado a "personal militar y a mercenarios".
Los familiares de las víctimas en el terreno aseguraron a IPS que enterraron 35 cadáveres en total. Hoy se debaten entre el dolor por la pérdida de sus seres queridos y la angustia provocada por las milicias que atraviesan continuamente este antiguo bastión gadafista de 18.000 habitantes.
"No solo no se nos ha reconocido ni compensado sino que, además, nos hemos convertido en simples cabezas de turco. Saquean nuestras propiedades, roban nuestros automóviles y luego nos acusan de esos o de cualquier otro delito", explica Merwan, tras cerciorarse de que nadie nos ha visto entrar en su casa.
Lealtad a prueba de bombas
De vuelta en Trípoli, Suleyman sigue conduciendo despreocupado el mismo vehículo de doble tracción que ha tenido en los últimos años. Este hombre de 40 años amasó una fortuna a la sombra del régimen y a través de varios sectores como el de la construcción, o el universalmente conocido como "importación y exportación".
"Claro que había corrupción en tiempos de Gadafi, pero no creo que fuera mucho mayor que en otros países de Medio Oriente, o incluso en el Mediterráneo europeo", explica Suleyman desde una cafetería de moda en el barrio de Gargaresh, uno de los más elitistas de la capital. Algunas de las tiendas más exclusivas de Libia se reparten a ambos lados de su avenida principal, y los automóviles con distintivos rebeldes son aquí minoría.
Suleyman se confiesa leal al depuesto coronel y tampoco se ha molestado en incorporar la bandera tricolor en su parabrisas. Asegura que tiene varios apartamentos en propiedad en la zona, sin duda un valor seguro frente la incertidumbre inherente a toda economía de posguerra. Sea como fuere, este empresario de éxito no se ve preocupado por el reciente cambio de gobierno en su país.
"Los hombres de negocios siempre nos las arreglamos para abrirnos paso a través de la jungla", explica confiado. "Además, mis contactos en el nuevo gobierno son prácticamente los mismos que tenía antes".