«Muchos mienten» al negar su participación en la práctica común de capturar tortugas para consumo propio o venta, asegura un pescador asentado en la ribera del tramo final del río Xingú, en la Amazonia oriental brasileña.
Ese mismo lugareño, conocido por sus habilidades pesqueras, es ejemplo de los riesgos de esta actividad ilegal. Ya le costó multas que ascienden a 45.000 reales (24.000 dólares), una fortuna para los habitantes del lugar, impuestas por autoridades ambientales.
La última vez lo multaron por la captura de ocho tortugas amazónicas (http://www.tierramerica.info/nota.php?lang=esp&idnews=3208&olt=411). Pero "eran solo cinco, iba a soltar dos pequeñas y comer tres, pero me multaron por ocho", intentó defenderse en diálogo con IPS.
Para hacer frente a esa penalización, este pescador, que prefiere no identificarse, cuenta también con ingresos de la extracción de látex de las "seringueiras" (hevea brasiliensis), los árboles amazónicos que producen la materia prima del caucho natural y que abundan en los bosques del Bajo Xingú.
La legislación brasileña incluye quelonios entre los animales de caza o pesca prohibida, sin reconocer la captura para la sobrevivencia de comunidades tradicionales, como las ribereñas y las descendientes de los esclavos africanos, exceptuándose solamente las poblaciones indígenas en sus territorios. Las penalizaciones son pesadas multas y a veces detenciones.
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No es racional ni justo, según el biólogo Juarez Pezzuti, profesor de la Universidad Federal de Pará.
Se penaliza drásticamente poblaciones ribereñas pobres por un hábito de subsistencia que no es la mayor amenaza que sufren los quelonios en comparación con la captura comercial, mientras se tolera la pesca de especies que sí están en riesgo de extinción, arguyó.
Además se estimula desde 1992 los criaderos de dos especies de quelonios más consumidas por los humanos en la Amazonia, que son la tortuga (Podocnemis expansa) y el tracajá (Podocnemis unifilis), para abastecer restaurantes autorizados a ofrecer la carne de esos animales silvestres.
El gubernamental Instituto Brasileño de Medio Ambiente (Ibama) dona a los "ganaderos" de quelonios oficialmente reconocidos hasta 10 por ciento de los millones de tortuguitas que el Programa Quelonios de Amazonia (PQA) protege en sus primeras semanas de vida, para evitar la depredación en las playas, antes de soltarlos en los ríos.
De los tracajás se puede distribuir hasta 20 por ciento de los recién nacidos.
Así surgieron centenares de criaderos sin que se notaran avances en el objetivo pretendido de reducir la presión de la caza y el comercio ilegales sobre los animales. Los datos conocidos indican que poco o nada se logró en ese sentido.
Pezzuti entiende que esa práctica debería ser ilegal, ya que se transfiere a privados elementos de la fauna silvestre que la Constitución considera patrimonio del Estado.
El tratamiento es el opuesto al destinado a los ribereños. Hay una distinción de clase, ya que la carne de los criaderos se destina a restaurantes exclusivos, naturalmente frecuentados por personas de altos ingresos que buscan manjares raros. La ley penaliza solo a "ladrones de gallina", según un dicho popular que este caso parece confirmar.
Pero ocurre también otra discriminación. Y es que se admite como legal la carne producida con técnicas ganaderas, con los animales sacados de su hábitat y engordados en cautiverio, en lagos artificiales.
El biólogo señala que flexibilizar la legislación que ignora la caza de subsistencia y permitir un aprovechamiento sustentable serían pasos importantes para una conservación más eficaz de los quelonios, y probablemente de otros animales silvestres.
La represión y el control estatal coleccionan fracasos, por la imposibilidad de un Estado omnipresente en la Amazonia, mientras hay experiencias exitosas de manejo participativo, como las de Costa Rica y Ecuador, con el uso de huevos de quelonios de nidos condenados por la acción de las hembras, o por las crecidas de los ríos, añadió.
La ilegalidad no permite recoger datos confiables, opone la población local a la autoridad ambiental y dificulta la integración entre conocimiento tradicional y académico y por ende afecta la eficacia del manejo.
Su propuesta, para preservar e incluso aumentar la población de quelonios en la Amazonia, es que la actividad cuente con la participación de comunidades ribereñas. Hay iniciativas comunitarias que lograron recuperar la abundancia de esas especies, pero la imposibilidad de disfrutar legalmente de sus resultados debilita la adhesión y el manejo a largo plazo, advirtió Pezzuti.
Gran parte de los huevos que ponen las tortugas en las playas, como las del Tabuleiro do Embaubal, un conjunto de más de 100 islas en el tramo final del río Xingú, se pierde porque los nidos se inundan, por el calor excesivo y otras causas variadas.
Una recolección controlada y selectiva, en los nidos más susceptibles de pérdidas, no afectaría la reproducción, asegura el investigador.
Los quelonios son extremadamente prolíficos, como estrategia reproductiva ante la masiva depredación por elementos y enemigos naturales, como gaviotas, buitres, reptiles y peces. Las tortugas son particularmente fecundas, poniendo más de 100 huevos en buena parte de sus nidos.
Una proporción ínfima, aún desconocida por la ciencia, llega a la edad adulta. Pero esas condiciones favorecen el manejo. Algunos cuidados contra la depredación, por ejemplo, pueden asegurar una reproducción multiplicadora.
Eso se comprobó con el PQA, que en las tres últimas décadas promovió la protección de los nidos y las tortugas recién nacidas, recogiéndolas para soltarlas en los ríos cuando ya están menos vulnerables. Se evitó así la depredación en las playas, recuperando la población de quelonios en muchos "tableros" amazónicos.
Para los ribereños pobres, la carne y los huevos, especialmente de las tortugas amazónicas, representan una gran fuente de proteínas.
Un estudio publicado en 2007 de Maria de Jesus Rodrigues, profesora de la Universidad Federal Rural del Amazonia, y Luciane de Moura, ingeniera, comprobó un alto índice de proteína en la carne de tortugas, 79,27 por ciento en el material seco, muy por encima de la carne de vacuno y de tortugas as engordadas en criaderos.
Pero cambiar la legislación es difícil. Los interesados son desarticulados y dispersos, en contraste con la marea creciente del movimiento ambiental, que seguramente vetaría flexibilizaciones. Además, la Ley de Delitos Ambientales, que recrudeció la visión represiva, es reciente, de 1998.