Brasil pretende cumplir sus metas climáticas en el sector agrícola estimulando algunas técnicas ya conocidas, que reducen las emisiones de gas carbónico, pero que pueden incrementar el uso de agrotóxicos, según activistas.
La siembra directa, recuperación de pastizales, integración cultivos-ganadería-bosque, fijación biológica de nitrógeno, reforestación comercial y el aprovechamiento de residuos animales para producir biogás son las prácticas fomentadas por una línea de crédito blando, disponible desde agosto.
El Programa Agricultura de Bajo Carbono (ABC), adoptado por el gobierno, prevé eliminar de 142 a 173 millones de toneladas del gas carbónico que la agricultura liberaría hacia 2020.
Brasil asumió en 2009 en Copenhague, ante la 15 Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, el compromiso voluntario de reducir entre 36,1 y 38,9 por ciento del dióxido de carbono que lanzaría a la atmósfera en 2020 si no adoptase iniciativas mitigadoras.
Eso significa evitar la emisión de entre 1.168 y 1.259 millones de toneladas de dióxido de carbono equivalente, dependiendo del crecimiento que logre de su economía.
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El mayor aporte a esa meta será reducir la deforestación. La Política Nacional sobre Cambio Climático, fijada en ley de diciembre de 2009, obliga a reducir 80 por ciento los índices de deforestación amazónica, hasta 2020, en comparación con el promedio de 1996 a 2005.
La agricultura cumplirá su parte con avances en las seis buenas prácticas fomentadas por una línea de crédito de 3.150 millones de reales (1.750 millones de dólares), con "tres ventajas" en sus préstamos, aseguró Carlos Magno Brandão, director de Sistema de Producción y Sustentabilidad del Ministerio de Agricultura.
La tasa de interés de 5,5 por ciento al año, inferior a la inflación actual, un plazo máximo de 15 años y hasta ocho años de gracia son las condiciones ofrecidas para intensificar las medidas, especialmente la recuperación de 15 millones de pastizales degradados en 10 años, que responde por 60 por ciento de la meta agrícola, destacó Brandão a IPS.
La siembra directa ya se diseminó por Brasil en las últimas décadas, alcanzando a casi 25 millones de hectáreas, cerca de la mitad del área sembrada de granos en el país, estimó Brandão. La propuesta es ampliarla en ocho millones de hectáreas hasta 2020.
Pero esa práctica los grandes productores agrícolas aumentan el uso de agrotóxicos, empleados para desecar y tumbar los restos de la siembra anterior y también para combatir los hongos, favorecidos por el aumento de la temperatura y de la humedad del suelo cubierto de paja, señaló el ingeniero forestal Luiz Zarref.
Los agrotóxicos liberan gases de impacto mucho más intenso que el dióxido de carbono (CO2) en relación al clima, como el óxido nitroso (NO3), 300 veces más potente, observó Zarref, activista de la red internacional no gubernamental Via Campesina.
Además, el ABC fomentará el empleo de fertilizantes químicos compuestos de nitrógeno, también fuente de óxido nitroso y de otros gases como los derivados del petróleo, acotó a IPS.
El programa neutraliza parte de ese aumento, al incentivar la fijación biológica de nitrógeno, una tecnología desarrollada por la Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria (Embrapa) que ahorra gran volumen de ese fertilizante, con el uso de bacterias que lo captan del aire y lo fijan en las plantas, especialmente en la soja.
Pero aparte de la soja, esa tecnología todavía es solo "una promesa", ya que afronta dificultades para extenderse a otras siembras, según Jean Marc von der Weid, fundador y dirigente de Asesoría y Servicios a Proyectos de Tecnología Alternativa (ASPTA), organización no gubernamental de apoyo a agricultura familiar y agroecología.
En su opinión, solo el crédito barato y con montos pequeños no permite superar la "complejidad" y las trabas a una expansión de la siembra directa, la recuperación de tierras degradadas y la integración cultivo-ganadería-bosques.
Los activistas critican la ausencia de la agroecología en el programa gubernamental. Pero se trata de "una opción compleja que depende de desconcentrar la tierra, diversificar la producción y evitar insumos químico-industriales", ajena al espíritu del ABC pensado para "latifundios y monocultivos", sentenció Zarref.
Brandão, por el contrario, considera que el programa se dirige a agricultores de pequeña y mediana escala, limitando al máximo de un millón de reales (550.000 dólares) cada préstamo, para "socializar" los recursos disponibles. "Los grandes (empresarios) tienen otras fuentes de crédito", arguyó.
Mas allá del programa ABC, la crisis climática abre "nuevas oportunidades" para la agricultura y la investigación sectorial en Brasil, evaluó el jefe del Centro de Medio Ambiente de Embrapa, Celso Manzatto.
Se trata de desarrollar una "agricultura verde", que comprende, por ejemplo, "fertilizantes inteligentes", de liberación lenta y menos volátil, por lo tanto más eficientes y de pérdidas reducidas. También incluye el pago de servicios ambientales a agricultores que, además de producir alimentos, fibras y energía, conservan recursos naturales.
El aumento de la productividad es una forma de mitigar el recalentamiento global, y en la actividad agropecuaria hay un espacio enorme para ese avance, destacó Manzatto, quien hace 16 años que es investigador de Embrapa, el organismo estatal que tuvo un papel decisivo en la conversión de Brasil en potencia agrícola tropical.
Hay muchos lugares en Brasil donde la ganadería extensiva mantiene en promedio un animal cada dos hectáreas, ante lo cual es fácil duplicar la productividad, con resultados importantes en los factores climáticos, como es evitar la deforestación cuando se amplía la tenencia de vacunos, destacó.
El programa ABC exige un gran esfuerzo de transferencia de tecnología especialmente a los pequeños agricultores, anteriormente "marginado" de los avances logrados incluso por Embrapa, admitió.
La adaptación de la agricultura al cambio climático también abre grandes oportunidades a Brasil, por haber vencido el desafío "casi imposible" de desarrollar en las zonas tropicales una agricultura competitiva ante los grandes productores de clima templado, concluyó.
El compromiso brasileño de reducir sus emisiones de carbono se planteó para contribuir a un acuerdo mundial que permita evitar que la temperatura promedio del planeta aumente más de dos grados en este siglo. Fue una oferta voluntaria, de un país hasta ahora no obligado a ese esfuerzo por no pertenecer al mundo industrializado.
La reducción de la deforestación amazónica en los últimos años fortalece la imagen brasileña en esas negociaciones. En cambio, las críticas de ambientalistas proliferan ante los cambios en el Código Forestal que estudia el parlamento y que, en caso de ser aprobados, flexibilizará las reglas y penalizaciones a los terratenientes que destruyen bosques.