A menos que la sociedad civil organizada lance su propio plan de acción en la Cumbre de la Tierra (Río+20) que se realizará en junio de 2012 en Río de Janeiro, la conferencia será poco más que un lujoso debate.
Esto se debe a que los delegados de los gobiernos no abordarán el problema de reorientar la economía mundial, tarea que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) considera esencial para hacer frente a la creciente crisis de sustentabilidad ambiental.
El informe que a comienzos de este año presentó el secretario general Ban Ki-moon al comité organizador de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible (Río+20) señala que para hacer sustentables los modelos de consumo y producción, las políticas públicas deben ir "mucho más allá" de enderezar los precios.
Pero Ban no dijo qué medidas específicas se necesitan. De hecho, en ninguna parte de la enorme cantidad de documentación que la ONU ha producido desde que convocó la primera Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente Humano, en junio de 1972 en Estocolmo, se puede hallar un solo análisis sobre ese tema.
La Agenda 21, el voluminoso plan de acción adoptado en la Cumbre de la Tierra de 1992 en Río, tampoco abordó el asunto, y la Comisión sobre el Desarrollo Sostenible, que vigiló su implementación durante dos décadas, no lo consideró.
El Estudio Económico y Social Mundial que la ONU publicó este año, estima en 72 billones de dólares el costo de hacer verde la economía mundial, sin detallar cómo.
Estas lagunas reflejan una ineludible realidad política contemporánea: el poder de las corporaciones que dominan la economía mundial y que establecieron los actuales modelos de producción y consumo con el objetivo de maximizar sus ganancias y de oponerse a los acuerdos que intenten restringir sus efectos sociales y ambientales negativos.
Entre los años 70 y 80, la ONU intentó infructuosamente negociar un código de conducta para las corporaciones transnacionales. En la década posterior, probó un enfoque más blando, invitándolas a integrarse al Pacto Mundial para el cumplimiento voluntario de una serie de estándares ambientales y de derechos humanos.
Menos de 5.000 de las 60.000 corporaciones con ganancias anuales de más de 1.000 millones de dólares se unieron al Pacto Mundial. E incluso esta cifra minúscula maquilla su verdadero impacto, ya que incluye empresas pequeñas y medianas, muchas de países en desarrollo.
Durante este prolongado punto muerto, los problemas ambientales adquirieron proporciones de catástrofe. La contaminación y la pérdida de habitat llevan especies a la extinción a un ritmo que no se veía desde la desaparición de los dinosaurios.
En la última década, condiciones meteorológicas extremas que los científicos asocian con el recalentamiento planetario causaron desastres naturales sin precedentes en todo el mundo.
A menos que se frene el calentamiento, los científicos proyectan cambios significativos en lluvias y sequías, con importantes consecuencias para la productividad agrícola. Si no se hace nada para evitar el recalentamiento planetario, podría acuñarse una era de guerras por la tierra que destruirían toda semblanza de legalidad y orden internacional.
Pese a estas perspectivas aterradoras, pocos gobiernos están dispuestos a enfrentarse a los intereses corporativos.
En este escenario, la sociedad civil organizada es la que puede elaborar una estrategia de salida segura. Conoce la naturaleza y el alcance de los problemas ambientales, e Internet le ha dado una capacidad sin precedentes para crear redes mundiales.
Si el activismo combina esos elementos con la capacidad local para la acción efectiva lo más sencillo sería aliarse con pequeñas y medianas empresas, podría crear un mecanismo poderoso y flexible, capaz de trazar el mapa de los problemas ambientales, controlar su desarrollo y hacerles frente, promoviendo al mismo tiempo actividades económicas amigables con la naturaleza en lo local y regional.
Así se movería gradualmente la economía mundial de los enormes intercambios internacionales que desperdician gigantescas cantidades de energía y recursos naturales hacia modelos de actividad regional y subregional mucho más eficientes.
Semejante cambio tendría impactos mínimos en la creación de riqueza y puestos de trabajo. De hecho, como las empresas medianas y pequeñas son mucho más intensivas en mano de obra que los monstruos que hoy controlan la economía mundial, veríamos un ascenso del empleo, la demanda y de un crecimiento socialmente justo.
Los gobiernos no necesitarían negociar reglas comunes para naciones y comunidades terriblemente desiguales en riqueza y capacidad técnica.
Si las decisiones y las medidas quedaran por completo en manos de autoridades nacionales y locales, la red mundial se convertiría en un poderoso mecanismo de solidaridad internacional, transferencia tecnológica y apoyo financiero, coordinando acciones donde sea necesario y divulgando las mejores prácticas.
Necesitamos ir a Río+20 preparados para acordar un manifiesto que recoja estos principios y un plan de acción que se detalla en el siguiente borrador:
Plan de acción
En el marco de los objetivos y valores ya expresados, los activistas presentes en la conferencia Río+20 acuerdan:
1. Red: Los activistas crearán una red electrónica mundial organizada en una estructura de acceso sencillo (local, nacional, regional, mundial) para facilitar la información compartida, el debate interactivo y la acción concertada.
2. Organizar: Los activistas trabajarán con empresarios que estén al frente de compañías pequeñas y medianas a fin de crear organizaciones comunitarias para la acción cooperativa. Estas organizaciones serán las unidades básicas de la red mundial y tendrán dos objetivos principales: proteger el ambiente y acelerar el crecimiento económico en los planos local, subregional y regional.
3. Inspeccionar y controlar: La red compartirá los mejores conocimientos disponibles en las agencias nacionales e internacionales, y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente desempeñará un rol de coordinación. Los activistas iniciarán un relevamiento ambiental mundial alimentado con aportes comunitarios, creando un sistema de control permanente para brindar informes de situación en tiempo real a las autoridades nacionales, regionales y mundiales.
4. Analizar: Con base en la información recolectada, un grupo experto gubernamental que trabajará con la red creará un plan técnico de medidas preventivas y correctivas para todos los problemas ambientales mundiales. El plan se implementará mediante la acción comunitaria, donde sea posible, y los gobiernos y agencias internacionales aportarán capacidad financiera y técnica.
5. Educar y movilizar: Las organizaciones comunitarias y sus redes se abocarán a la tarea de educar y movilizar apoyo popular para la acción ambiental.
Estos pasos deberían crear un aparato mundial capaz de fiscalizar los daños causados por la acción humana y de asumir su remediación. Ese proceso debería reorientar toda la gama de actividades económicas hacia modelos amigables con el ambiente y crear y sostener el apoyo de la opinión pública para una acción permanente.
* Bhaskar Menon tiene cuatro décadas de experiencia en la cobertura de la Organización de las Naciones Unidas y edita http://www.Undiplomatictimes.com. Publicado el 12 de noviembre por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.