LIBIA: El disgusto reina en Trípoli

«Terminó la guerra y Gadafi ya está enterrado. ¿Qué más se puede pedir?», preguntó Adnan Abdulrafiq en su restaurante de la ajetreada calle Omar Mukhtar, en el centro de la capital de Libia. La verdad es que los problemas están lejos de terminar.

Orgulloso, un niño sostiene un fusil Kaláshnikov que pidió prestado a unos combatientes Crédito: Karlos Zurutuza/IPS
Orgulloso, un niño sostiene un fusil Kaláshnikov que pidió prestado a unos combatientes Crédito: Karlos Zurutuza/IPS
El restaurante de Abdulrafiq está a 50 metros de la Plaza de los Mártires, el principal centro de concentración de Trípoli, donde solían desplegarse los símbolos del poder del coronel Muammar Gadafi, quien gobernó este país por más de 40 años.

Hoy la plaza está llena de gente que lleva con orgullo la bandera tricolor, prohibida hasta hace poco, pero que ahora figura en carteles y autoadhesivos de automóviles. Además, se pueden comprar anillos, pañuelos, collares y monederos con el nuevo símbolo en casi cualquier puesto callejero.

"Alguien debe de estar haciendo mucho dinero con todos esos productos. Me pregunto si será Qatar", señaló el joven Hafiz, en alusión al temprano e incondicional apoyo ofrecido por Doha a los rebeldes.

"Aprendan juntos", "Abrásense", rezan dos carteles pegados en varias paredes. "Reconciliación" fue una de las principales cuestiones mencionadas por el presidente del Consejo Nacional de Transición (CNT), Abdul Jalil, en su discurso del domingo 23, cuando declaró el fin de la guerra desde la oriental ciudad de Bengasi.
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No todo es jolgorio. "¿Has visto a esta persona?", se puede leer en otros carteles que muestran fotografías de cientos de rostros. La fecha de su desaparición está escrita junto a un teléfono de contacto.

Pero la persona más buscada en Libia es Saif al Islam Gadafi, el hijo prófugo del exdictador. "Se busca vivo o muerto", decía un póster pegado en la entrada del Banco Nacional antes de que alguien borrara la palabra "vivo".

"Más de 50.000 libios murieron en la guerra. Debemos perdonar, pero no olvidar lo que nos costó la libertad", señaló Rahul Tarhuni, un combatiente recién llegado de Misurata, el enclave rebelde en el oeste de Libia que sufrió un prolongado y brutal asedio de las fuerzas leales a Gadafi.

Desde hace dos meses, Trípoli es el destino favorito de combatientes de Misurata y Nafusa, una cadena montañosa a unos 100 kilómetros al sudoeste de la capital. Su papel fue fundamental en la liberación de esta ciudad, pero muchos tripolitanos creen que ya es tiempo de que empaquen sus cosas y se vayan.

"Disparan al aire todas las noches, incluso con artillería antiaérea desde sus camionetas", se lamentó Nawja Shakh, profesora de árabe.

"¿Sabía que más de 60 personas resultaron heridas por accidente cuando mataron a Gadafi?", dijo a IPS la mujer de 35 años. A 50 metros de nosotros, un hombre toma una fotografía de sus hijos con un fusil Kaláshnikov.

Selah Rahman, de 30 años, también está molesto por la presencia de los descontrolados combatientes.

"Ayer, uno de ellos me saludó diciendo Allah-u-Akbar (Dios es grande). Como no le respondí igual, me acusó de ser partidario de Gadafi y amenazó con detenerme", relató Rahman, que apoyó la revuelta "desde el principio", pero teme verse en problemas ahora.

"Quiero un país rico y laico, no otro emirato medieval y petrolero", agregó, casi en un lamento.

El anuncio que hizo el 23 de octubre el CNT de que la legislación de Libia se fundará en la shariá (ley islámica) causó malestar en muchos tripolitanos que temen que la religión tenga un peso excesivo en el futuro del país.

Por ahora reina un ambiente de normalidad en Trípoli. Los llamados de las mezquitas a la oración todavía se confunden con la música de los automóviles atascados en el tránsito.

El precio de la gasolina disminuyó de forma drástica desde que se reanudó el suministro. Los 0,9 centavos de dólar por litro son accesibles para la mayoría de quienes tienen automóviles.

A lo largo de Tarik Mukhtar, el camino al aeropuerto, se ven los muros derribados de Bab al Aziziya, el búnker residencial de Gadafi. Los restos de la mansión y, en especial, el laberinto de túneles, convirtieron este símbolo del autoritarismo en un "parque de diversiones" para las familias de la zona.

Un poco más al sur, hay decenas de edificios de apartamentos abandonados. Varias empresas extranjeras construían barrios residenciales, pero se fueron antes de terminar el trabajo.

Las barracas para los obreros de una empresa de construcción turca se usan como refugio provisorio para personas desplazadas. Ocho familias de Beni Walid, uno de los últimos bastiones de Gadafi ubicado 100 kilómetros al este de Trípoli, hicieron de este lugar su casa por más de un mes.

"Regresé a Beni Walid para ver qué había quedado de mi casa", dijo Jalifa Mohammad Jalifa, de 50 años. "La habían saqueado, así que me volví. Me crucé con dos combatientes rebeldes, que me pidieron las llaves de mi automóvil y se lo llevaron. Todo el dinero que me quedaba, mis documentos, todo estaba en el auto. No tengo nada ahora", se ofuscó.

Ese tipo de historias son moneda corriente. Abdul Hadi mostró a IPS una fotografía de su casa saqueada en su celular. Lo que más lamenta es haber perdido los documentos de propiedad de su vivienda. "Perteneció a mi familia desde hace 500 años, y mira dónde estamos ahora", indicó, señalando el campamento.

"No se puede decir que todos los revolucionarios sean mentirosos", dijo Adnan, con una bandera rebelde dibujada en su camiseta. "Ahora pueden hablar libremente, pero deben decir la verdad", dijo a los desplazados que se habían acercado. La presencia de agentes de seguridad no identificados incomodó a la gente, que enseguida desapareció para cenar en las barracas.

"Sé que Gadafi está muerto", señaló el taxista que llevó a este periodista de regreso al centro de Trípoli. "Pero aún lo veo en la actitud de mucha gente".

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