Acabado el régimen de Muammar Gadafi, que gobernó Libia con mano de hierro durante cuatro décadas, el odio racial sale a la superficie.
Los libios ahora tienen como objetivo construir una democracia viable, elaborar una nueva Constitución y organizar elecciones parlamentarias y presidenciales.
Pero los líderes del Consejo Nacional de Transición (CNT) luchan aún por lograr una voz común.
Esta dificultad fue reconocida por el propio primer ministro interino Mahmoud Jibril quien, al anunciar el 22 de este mes su renuncia, señaló que la unidad nacional sería el principal desafío de aquí en más.
"Sacar las armas de las calles, establecer la ley y el orden y unir a las facciones dispares del CNT son las principales prioridades tras la muerte de Gadafi", dijo en una declaración a la prensa tras la reunión regional del Foro Económico Mundial, celebrada en Jordania.
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Con más de 140 tribus y clanes, Libia es considerada una de las naciones más fragmentadas en el mundo árabe. A pesar de la modernización, el tribalismo sigue teniendo fuerza en un país ahora inundado de armas.
Casi 40 milicias independientes han emergido durante la rebelión y continúan activas.
Hay dudas sobre si el CNT tiene la capacidad de gobernar sobre los varios grupos, muchos de los cuales tienen intereses enfrentados y cuentas del pasado.
Para los libios del sur, este panorama desalentador ya se ha convertido en realidad. Tawergha, localidad ubicada a unos 64 kilómetros al sur de la norteña Misurata, sobre la costa occidental del Golfo de Sirte, era hogar de unas 20.000 personas. Ahora se ha convertido en un pueblo fantasma.
Según algunos libios, Tawergha recibió ese nombre porque su población tenía la piel oscura como los miembros de la etnia bereber "tuareg".
Los tuareg, que habitaban las fronteras con Chad, Níger y Argelia, eran históricamente nómades que controlaban las rutas de comercio a través del desierto del Sahara y tenían la reputación de ser ladrones.
En los años 70, Gadafi reunió a los tuaregs y otros reclutas africanos para formar su batallón de elite conocido como Al Asmar, que significa "los negros" en árabe.
Bajo la supervisión de Gadafi, estas milicias por lo general participaban de expediciones en países vecinos. En el comienzo de la revuelta del país, en febrero de este año, muchos tuaregs fueron enviados a reprimir a los manifestantes.
Como consecuencia, el odio racial se incrementó y, en medio de reportes no confirmados de que mercenarios de otros países eran contratados por Gadafi para aplastar el descontento popular, nació otro enemigo común: los africanos de raza negra.
En ojos de los habitantes de Misurata, los tuaregs son responsables de algunos de los peores abusos a los derechos humanos durante el cerco de Gadafi a esa ciudad entre marzo y abril.
El 15 de agosto, en lo que organizaciones de derechos humanos consideran ataques de represalia, fuerzas rebeldes bajo el nombre común de "La Brigada de Purga de Esclavos de Piel Negra" habrían detenido y desplazado a cientos de tuaregs, mientras otros han desaparecido.
"Si regresamos a Tawergha, quedaremos a merced de los rebeldes de Misurata", dijo a Amnistía Internacional una mujer que ha estado viviendo en un tienda de campaña con su esposo y cinco niños.
"Cuando los rebeldes entraron a nuestra ciudad a mediados de agosto y la bombardearon, nosotros huimos llevando la ropa en nuestra espalda. No sé qué pasó con nuestros hogares y con nuestras pertenencias. Ahora estoy aquí en este campamento, mi hijo está enfermo y tengo demasiado miedo de ir al hospital en la ciudad. No sé qué nos sucederá ahora", indicó.
También atrapados en el fuego cruzado de venganza están los emigrantes económicos, refugiados y buscadores de asilo de África subsahariana. Muchos han procurado refugio en los vecinos Túnez y Egipto.
"Temiendo por su vida, mis padres, que son de la ciudad de Al Fasher, en Darfur, huyeron a Trípoli en 1998. Yo nunca había vivido fuera de Libia antes de que comenzara el conflicto. Mi padre trabajó como cocinero y mi madre era una trabajadora del hogar. Antes de escapar yo estaba en mi tercer año de universidad procurando un título en el campo de la medicina", dijo a IPS Eiman, de 20 años.
"Lamentablemente, el levantamiento en Libia tuvo un desenlace sangriento porque la gente no respetó más la ley y comenzó a violar mujeres, tomar rehenes y matar a personas. Durante dos meses, mi familia permaneció atrapada en su casa", añadió.
"Acusaban y mataban a todos los hombres negros atrapados en la calle de ser mercenarios. Nuestra madre se ocupaba de reunirnos comida, pero muchos días pasábamos hambre", contó.
El mes pasado, el diario estadounidense The Wall Street Journal citó a Jibril señalando: "Sobre Tawergha, mi propia opinión es que nadie tiene derecho a interferir en este asunto excepto la población de Misurata. Este asunto no puede ser resuelto a través de teorías y libros sobre reconciliación nacional en Sudáfrica, Irlanda y Europa oriental".
Los llamados de grupos de derechos humanos a que se proteja a los habitantes de raza negra en Libia parecen haber caído en oídos sordos, y esto parece ser una mala señal de lo que está por venir.