El gobierno «hará todo lo que esté en su poder para rescatarlos», prometió el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, al jefe de la custodia de la embajada de su país en El Cairo que lo llamó por teléfono ante el acoso de una muchedumbre enfurecida, a la que solo detenían seis efectivos.
"Sólo una puerta nos separa" de los manifestantes, apuró angustiado el jefe identificado como Jonatan. Esa fue la propia descripción realizada por Netanyahu en un discurso televisado el sábado de tarde, tras evitar lo que en Israel se llamó "terrible experiencia de linchamiento" en Egipto.
Seis guardias de seguridad permanecían encerrados en una habitación de El Cairo por entonces, mientras en su oficina de Jerusalén el canciller Netanyahu se mantenía reunido con sus principales colaboradores y la plana mayor del Ministerio de Defensa, de las Fuerzas Armadas y de los servicios de inteligencia.
Lejos de la situación dramática, era imposible encontrar al presidente del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, mariscal Mohammad Hussein Tantawi.
El último recurso de Netanyahu fue llamar al presidente de Estados Unidos, Barack Obama, para pedirle asistencia personal, a la par de que el ministro de Defensa, Ehud Barak, hacía lo propio con su contraparte de la potencia norteamericana, Leon Panetta.
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La situación llevó a los israelíes a tomar conciencia de la impotencia de los funcionarios más poderosos.
En una semana, Israel perdió la alianza estratégica con Turquía, al norte, y casi pierde su sociedad con Egipto, en el sur. Diplomáticos israelíes fueron expulsados de ambos países.
Pero hay una diferencia importante entre ambos episodios.
La expulsión del embajador israelí de Ankara fue decidida por el primer ministro de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, en respuesta de la actuación del comando israelí que el 31 de mayo de 2010 asaltó un buque turco que pretendía romper el bloqueo contra el territorio palestino de Gaza para llevar insumos humanitarios, en el que murieron nueve ciudadanos de ese país.
El resentimiento popular en El Cairo, alimentado por la actitud de Turquía, estuvo "a un paso" de llevar al rompimiento de las relaciones diplomáticas entre Egipto e Israel.
El malestar estalló tras el asesinato, por error, de cinco soldados egipcios el 18 de agosto por las fuerzas israelíes que perseguían guerrilleros palestinos de Gaza, que habían ingresado a Israel a través de Egipto y asesinado a ocho civiles.
El episodio de la embajada terminó cuando un comando egipcio llegó a la legación diplomática y rescató a los guardias israelíes. El Cairo hizo público su compromiso con todos los acuerdos suscritos con Israel. En cambio, Ankara, anunció la cancelación de todos los pactos oficiales militares y económicos.
Ehud Barak pidió públicamente excusas y prometió cooperar con Egipto para investigar la refriega fronteriza. En cambio, Netanyahu se negó a pedir disculpas a Turquía por la forma en que manejó el asunto de la Flotilla de Paz en 2010.
La situación entre Turquía e Israel degeneró en una relación de "ojo por ojo, diente por diente".
Erdogan amenazó el jueves 8 con despachar buques de guerra para escoltar a los próximos barcos con ayuda humanitaria que se dirijan a Gaza.
La respuesta de Netanyahu no se hizo esperar y aprovechó una visita a una base naval para contestar ese mismo día. "Ante los hermanos de armas que físicamente interrumpieron una infracción al bloqueo naval, les digo de forma clara, la justicia de nuestro camino es el valor estratégico del estado de Israel", declaró.
A cambio del apoyo de Turquía al Movimiento de Resistencia Islámica (Hamás) palestino, el canciller israelí Avigdor Lieberman, del ultraderechista Partido Israel Beitenu, amenazó con ofrecer ayuda a la insurgencia kurda.
Analistas israelíes se preguntan si el estado judío no estará envuelto en un "tsunami diplomático", pronosticado hace meses por Barak en relación con la iniciativa del presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmoud Abbas, de solicitar el reconocimiento del estado palestino a la Organización de las Naciones Unidas (ONU) el 20 de este mes.
"Las posturas estratégicas y políticas de Israel en el gobierno de Netanyahu son mucho peores", concluyó Aluf Benn, editor en jefe del diario Haaretz, en su columna, "Crisis con Turquía y Egipto marca un tsunami político para Israel".
"Medio Oriente vive un sismo político de proporciones históricas", señaló Netanyahu, lo que llevó al analista Ari Shavit, también de Haaretz, a preguntarse en forma retórica, "La semana pasada perdimos a Turquía y a Egipto, quién sabe qué perderemos la semana que viene".
La receta del primer ministro israelí para lo que se viene es bastante perturbadora. El discurso oficial apuntó más a hacer frente a la rápida evolución de los acontecimientos que a insinuar una iniciativa política, en especial respecto de la cuestión palestina.
Los comentarios de Netanyahu del fin de semana estuvieron llenos de emociones pasivas.
Fatalismo, "no elegimos esta secuencia de acontecimientos"; temor, "hay muchas fuerzas externas y fuertes aquí"; provocación contra quienes sostienen que Israel pida disculpas a Turquía, "tendemos a pensar que todo lo que ocurre es culpa nuestra, que estamos en falta por los conflictos en nuestra región".
Y para terminar, el gran ecualizador de la política interna: la seguridad.
"Más que nunca, tenemos que preservar nuestra seguridad", y dos días antes en la base naval, "en estos tiempos de inseguridad e inestabilidad, tenemos que fortalecer nuestro poderío".
Las redundancias y perogrulladas como "fortalecer nuestro poderío", "permanecer firmes ante la adversidad", no parecieron calmar la sensación generalizada de inseguridad. De hecho parecía que evadía su responsabilidad, la impotencia al mando, la profesión de fe de un dirigente atemorizado por una suerte de sentencia del destino.
Las declaraciones de Netanyahu estuvieron intercaladas de fórmulas como: "me gustaría expresar mi gratitud a…", "también me gustaría mencionar la intervención de…", "agradezco las palabras de…", "me gustaría agradecer de nuevo a…", e incluso, "¡gracias a Dios!".
Muchos agradecimientos, pero nada sobre la protección que necesitará Israel en la coyuntura actual y, parafraseando al propio primer ministro, "a un paso" del oprobio internacional y enojo que suscitará el reconocimiento del estado palestino bajo ocupación israelí en la ONU.