A primera vista, la aldea de Rokwe, en las afueras de Yuba, es igual a cualquier otra en Sudán del Sur. El sol brilla sobre las chozas de barro y un coro ensaya en una iglesia cercana. Solo lo que se ve en la clínica local deja en claro que éste no es un lugar común.
Decenas de pacientes buscan refugio del sol en el centro de salud. Muchos tienen más de un miembro destrozado. Algunos pueden caminar, mientras otros sufren grandes dificultades para trasladarse por sí mismos. Rokwe es una colonia para leprosos.
Erkolan Onyara tenía apenas 13 años cuando descubrió por primera vez unas pequeñas manchas en sus piernas. No sabía qué eran, y cuando más llagas dolorosas aparecieron en todo su cuerpo, decidió mostrárselas a su madre. Ella identificó de inmediato las señales de la enfermedad que también había padecido: lepra.
Pronto perdió la sensibilidad en las áreas de la piel afectadas, y las heridas comenzaron a infectarse. Para entonces, su enfermedad se había agravado, y su madre fallecido.
Sin saber cómo cuidar a Erkolan, la familia se enteró de que en esta aldea personas con lepra eran atendidas por miembros de una iglesia. Su hermano mayor lo llevó a Rokwe en 1976, y la congregación de los Hermanos de San Martín de Porres lo aceptó en la colonia.
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Erkolan recuerda sus primeros meses en la aldea como si fuera ayer. «Estaba solo y me asusté. No conocía a nadie y no sabía qué estaba sucediendo con mi cuerpo. Fue un momento difícil para mí», contó.
Como muchos afectados por la lepra, Erkolan perdió la sensibilidad en sus manos y pies, lo que hizo que muchas veces se lastimara sin darse cuenta mientras caminaba.
Cuando tenía 19 años, ocurrió el desastre. «Estaba cocinando la cena e intenté agarrar una olla que estaba sobre el fuego. No sentí el calor y mis dos manos se quemaron mucho. Perdí mis dedos y parte de las manos».
Durante su juventud, la vida en la colonia fue muy dura. Con la ayuda de algunos de los Hermanos construyó una pequeña tukul (choza de barro), pero tenía problemas para obtener su sustento diario.
«No podía trabajar porque estaba desfigurado. Fui a pescar al (río) Nilo a veces o intentaba cultivar algo para comer, pero muy seguido pasaba hambre», contó. Una de las hermanas de la congregación solía visitarlo y lo ayudaba cocinándole y lavándole la ropa.
El pequeño centro de salud de los Hermanos sufre una crónica escasez de recursos. La guerra ha hecho que el suministro de medicamentos sea inestable. Sin embargo, sus integrantes están decididos a tratar a los pacientes de la aldea y curarlos de la lepra.
Erkolan se curó en 1986, pero la enfermedad pasó factura en su cuerpo: sus manos quedaron desfiguradas y perdió varios dedos de los pies, lo que lo obliga a caminar con dificultad.
El gran avance médico en la batalla contra esta enfermedad se produjo en 1981, cuando un estudio del Grupo sobre Quimioterapia y Lepra de la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomendó el tratamiento de terapia múltiple.
Aun después de curarse de la lepra, la mayoría de los pacientes prefieren permanecer en la aldea. Por lo general quedan con severas discapacidades que hacen más difícil la vida en ésta, una de las regiones más pobres del mundo.
Además, en el medio de la guerra civil, la colonia parece un lugar más seguro.
Bruno Dada, miembro de la congregación, ha estado trabajando en la colonia los últimos 23 años. Dijo que se habían producido combates cerca de la aldea en los últimos años, especialmente desde que el ejército construyó cuarteles muy cerca.
El estigma sobre la lepra parece haber en cierta forma protegido a los 350 habitantes de Rokwe de las violentas redadas que han sufrido muchos otros lugares de la zona.
Los soldados ignoran la aldea pues creen que no pueden saquear nada allí, además de que tienen miedo de contraer la enfermedad.
«Hay un estigma. La gente cree que puede contraer la lepra si saluda con las manos a un paciente, cuando en realidad es imposible infectarse de esa manera. Incluso si un paciente ha sido curado hace años, mucha gente aún tiene miedo de acercársele», dijo Bruno.
No obstante, muchos leprosos viven con miedo en Rokwe. Erkolan expresó la ansiedad que sienten los aldeanos: «Siempre teníamos miedo porque sabíamos que éramos vulnerables. Si estallaba algún combate, no nos podíamos defender».
Erkolan se casó con una mujer de la aldea y vive con ella en la choza que construyó apenas llegó. Es un padre orgulloso de seis hijos, el mayor de los cuales ya se casó y se mudó.
Si Erkolan pudiera hacer un milagro, sería que su hija mayor terminara sus estudios. «Teníamos que hacer mucho esfuerzo para obtener dinero y tuvimos que sacarla de la escuela», dijo.
«Era muy buena estudiante, pero simplemente no podíamos mantenerla. Tuvimos que enviarla para que se casara, así la familia de su esposo podía mantenerla. Aún me siento mal por eso», añadió.
Un reciente regalo de un tío mejoró en algo la vida de Erkolan. Le obsequiaron una vieja bicicleta, con la que puede ir al campo a recolectar leña. «Andar en bicicleta para mí es más fácil que caminar. Puedo llevar la leña en la bicicleta por el costado de la ruta. No vendo mucho, pero a veces obtengo algunas libras» sudanesas, contó.
Si bien la mayoría de los habitantes de Sudán del Sur tienen esperanzas en su país desde que se independizó en julio de Jartum, Erkolan no puede evitar ser escéptico. «No ha habido avances aquí por mucho tiempo. Ningún gobierno se preocupa por nosotros. Espero que las cosas cambien, pero tengo que ver para creer», afirmó.
* Publicado en acuerdo con Street News Service.