Al Qaeda perdió su batalla incluso antes del 11 de septiembre de 2001, fecha de los atentados terroristas que dejaron 3.000 muertos en Nueva York y Washington.
El saudita Osama bin Laden no vivió para ver el décimo aniversario de los atentados del 11 de septiembre. Y el fin de su organización —Al Qaeda— se acerca luego de su ejecución, el 1 de mayo, a manos de las fuerzas especiales de Estados Unidos, sostienen muchos funcionarios del gobierno de este país.
"Estamos cerca de vencer estratégicamente a Al Qaeda", observó el secretario de Defensa, Leon Panetta.
Otros discrepan, señalando que Al Qaeda es fuerte en Yemen.
Ambos se equivocan. Al Qaeda perdió su batalla mucho antes.
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Pese a todo el dolor y sufrimiento que los ataques del 11 de septiembre causaron a los estadounidenses, la misión de Al Qaeda no se centró en Estados Unidos, sino más bien en transformar al mundo musulmán.
Sin embargo, el mundo musulmán no estaba escuchando. Apenas 10 años después, con la crisis de la Primavera Árabe todavía en ebullición y con Estados Unidos intentando, lenta y dolorosamente, salir de los atolladeros en que se metió, finalmente podemos empezar a entender el significado más amplio del 11 de septiembre.
Sin dudas Al Qaeda se dedicó a hacer retroceder la influencia de Estados Unidos en el mundo islámico, particularmente en Arabia Saudita. Pero su audiencia principal fueron los musulmanes. Su objetivo radical de recrear un califato mundial fue parte de un debate sobre cómo participar en la modernidad que ganó terreno entre los musulmanes durante por lo menos 150 años.
Exceptuando a unas pocas organizaciones marginales el Talibán en Afganistán y algunos actores no estatales como Jamaat-e-Islami en Pakistán—, Al Qaeda perdió este debate antes del 11 de septiembre.
El mundo musulmán, desde los conservadores wahhabíes de Arabia Saudita a los marxistas radicales del movimiento de liberación palestina, habían abrazado definitivamente los estados-nación y el sistema internacional.
La fracción del mundo musulmán que abrazó medios violentos para reconstruir un mundo basado en la shariá (ley islámica) se fue volviendo cada vez más pequeña.
El mundo musulmán no solamente rechazó a Al Qaeda; también abrazó a la antítesis de la organización terrorista. Incluso antes de los hechos drásticos y no violentos que derrocaron a líderes autoritarios en Túnez y Egipto, una destacable tradición gandhiana había surgido en el mundo musulmán, desde la desobediencia civil en Palestina hasta una transición ampliamente pacífica en Indonesia.
Que Al Qaeda recurriera a un espectáculo dramático fue a la vez una táctica brillante y un esfuerzo desesperado por revivir su propia peripecia. Durante un breve periodo, una parte del mundo musulmán se congregó en torno a Al Qaeda, pero solamente para protestar contra las políticas de ocupación de Estados Unidos.
Según el Pew Global Attitudes Project, el apoyo de Osama bin Laden en el mundo musulmán cayó entre 2003 y 2011. El uso de atacantes suicidas para cumplir los objetivos de Al Qaeda, cual kamikazes japoneses, solamente puso de relieve la marginalidad del movimiento.
Irónicamente, fue Estados Unidos y su mal concebida respuesta al 11 de septiembre lo que sostuvo la reputación de Al Qaeda. Bin Laden quería que Estados Unidos respondiera con una cruzada, y Estados Unidos le hizo el favor. A tal punto que esta cruzada continúa, por ejemplo, con la escalada de ataques teledirigidos contra un amplio sector del mundo musulmán por parte del gobierno de Barack Obama.
Mientras, la acotada misión antiocupación de Al Qaeda mantiene cierta popularidad. Pero ha fracasado su razón de ser, el desafío al sistema internacional moderno.
Diez años después del 11 de septiembre, el mundo continúa debatiendo sobre modelos económicos y políticos. Como ocurrió en los años 30, el capitalismo mundial se tambalea. La democracia luce esclerosada, corrupta o poco representativa en demasiados países.
Incluso en este entorno caótico, Al Qaeda no ha logrado prosperar. Los manifestantes de la Primavera Árabe en Egipto, Túnez, Siria y otras partes quieren más democracia y más conexión con el mundo moderno, no menos. A muy pocos musulmanes les atrae la perspectiva de volver el tiempo atrás hasta el siglo VII después de Cristo.
Al continuar luchando por una quimera llamada Islam radical, Estados Unidos ayuda a mantenerla. Sí, hay imanes y guerrilleros islámicos que quieren un califato mundial, pero, en términos generales, el mundo musulmán los ignora.
Una década después del 11 de septiembre, no solo es tiempo de poner fin a las guerras en Afganistán e Iraq. También es tiempo de poner fin a la guerra con Al Qaeda y sus células autónomas, una guerra que perdieron incluso antes de que ingresáramos al campo de batalla.
* John Feffer es codirector de Foreign Policy In Focus en el Instituto de Estudios Políticos en Washington.