AMÉRICA LATINA: Las aguas corren turbias

Más de 20 por ciento de los latinoamericanos y caribeños no cuentan con saneamiento básico y 15 por ciento de ellos directamente no tienen acceso al agua potable, un recurso víctima de las deficiencias de gestión, advierten expertos reunidos en Brasil.

"Hay que reconocer que la calidad del agua es un problema serio, con una situación grave de contaminación por mal manejo e incapacidades en la gestión, y acuíferos que merman sus reservas a gran ritmo", dijo a IPS Walter Ubal, del Centro Internacional de Investigaciones para el Desarrollo, del gobierno de Canadá (IDRC, por sus siglas en inglés).

Las superconcentraciones urbanas hacen crecer la demanda del recurso y, consecuentemente, el costo de buscarlo y potabilizarlo es "altísimo", destacó este especialista en gestión de recursos naturales y ambientales presente en el XIV Congreso Mundial del Agua, que finaliza este jueves 29 en Porto de Galinhas, en el norte de Brasil.

El encuentro, iniciado el domingo 25, fue organizado por el gobierno del estado de Pernambuco y la Asociación Internacional de Recursos Hídricos (IWRA, por sus siglas en inglés), una red internacional no gubernamental.

"Lo peor es que estamos manejando opciones de tratamiento que pueden ser más costosas y generar mayores impactos ambientales", alertó Ubal, quien reconoce que no hay manera de purificar el agua que sea 100 por ciento sustentable.
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Explico que "es necesario encontrar formas menos malas y, a su vez, que se puedan incorporar componentes sociales".

"Todo eso es un esfuerzo muy grande, porque una gran planta de tratamiento de agua residual puede ser generadora de olores y cambia el valor de las viviendas, lo cual lleva a enfrentar una complejidad más allá de lo técnico, que es lo social", analizó.

Con el objetivo de comprender el estado de las plantas de tratamiento de aguas residuales en la región, el director del Instituto de Ingeniería de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Adalberto Noyola, coordina desde abril un equipo de especialistas que buscan adaptar procesos y tecnologías que sean más sustentables para mejorar la situación en América Latina.

La meta de la investigación, que abarca a México, República Dominicana, Guatemala, Colombia, Chile y Brasil, es evaluar los impactos ambientales de las tecnologías más aplicadas en la materia en la región y así identificar estrategias de mitigación de gases de efecto invernaderos, explicó Noyola a IPS.

"Tratamos el agua para evitar contaminar el río, el mar o el suelo y conforme la sociedad avanza y hay más demanda de agua, en muchas regiones se busca reutilizar el recurso en el riego para la agricultura y en la industria, aunque aún no para uso doméstico", indicó.

Brasil y México, cuyas poblaciones sumadas equivalen a la mitad de la de América Latina y el Caribe, tienen un porcentaje de tratamiento de sus aguas residuales que va de 30 a 40 por ciento.

Chile, en tanto, fue incluido en el estudio porque presenta características de servicios de agua y saneamiento similares a los "del mundo industrializado por su política continua de largo plazo de privatización", informó Noyola, quien afirmó que en 2012 ese país alcanzará el índice de 100 por ciento de tratamiento de sus aguas utilizadas.

República Dominicana y Colombia, en cambio, le realizan tratamiento de purificación solo a 25 por ciento del agua utilizada, mientras que Guatemala apenas lo hace con 10 o 15 por ciento.

Noyola detalló que en la región se usan básicamente tres tipos de tecnologías para tratar el agua residual, que son las lagunas de estabilización, el lodo activado y los reactores anaeróbicos.

Las lagunas de estabilización, que son tanques de grandes extensiones recubiertos con cemento, arcilla compactada u hojas de plástico para evitar la infiltración, "tienen la ventaja de que su costo de operación es muy bajo, aunque por su tamaño solamente se puede instalar en terrenos planos", observó.

El lodo activado es más compacto, pero requiere de equipamiento, motores y más tecnología, y el costo de operación por energía eléctrica es mayor. "Se puede tener una buena calidad de agua constante" con este método, detalló.

En cuanto a los reactores anaeróbicos, compactos sin aire, cuentan "con la ventaja de que su costo de operación es muy bajo". Sin embargo, produce metano en lugar de generar materia orgánica. "Su desventaja es que la calidad del agua es menor que el sistema de los activados y hay que completarlo con un post tratamiento", apuntó.

Noyola está de acuerdo con Ubal en que no hay una tecnología para tratar el agua residual que sea enteramente sustentable y ambientalmente adecuada en su totalidad.

"Hay unas más verdes que otras. Todo el proceso que involucra energía va a traer una consecuencia, aunque sea pequeña. El desafío es reducir los impactos", sostuvo.

Para Noyola, no hay una única tecnología para utilizar en el tratamiento del agua en América Latina, puesto que "hay muchos escenarios de tamaños de plantas de tratamiento y hasta de áreas geográficas diversas".

Al tratar el agua, se consume energía, lo cual genera una carga de emisión de gas invernadero, argumentó.

"El gas metano es peligroso, con un gran impacto en el cambio climático. Si lo eliminas y no lo captas puedes estar contribuyendo de forma negativa. Estás moviendo la contaminación del agua a la atmósfera, o sea que se cambia un problema para pasar a otro", destacó Loyola.

Este experto coordina un estudio pionero que pretende elaborar un diagnóstico actual y representativo del tratamiento de aguas residuales en las ciudades de América Latina, además de reunir las informaciones en una guía que estará a disposición de gobiernos municipales.

"Vamos hacer una guía con recomendaciones para que el tomador de decisiones seleccione la mejor tecnología que más se adapta a sus necesidades. Algunos países ya han avanzado en recomendaciones, pero son más de tipo técnico y económico. Queremos también traer el estudio ambiental", puntualizó.

Según el ingeniero Noyola, las plantas de tratamientos de agua también tienen impactos negativos y se hace necesario reducirlos al mínimo y hacer una selección más sustentable de la tecnología.

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