Cientos de autobuses que transportan a sirios fuera del país esperan en los límites con Líbano mientras las autoridades fronterizas analizan sus documentos. No hay turistas árabes u occidentales, cuando antes se veían en grandes números en esta época del año.
"Es una temporada completamente muerta. Apenas tenemos trabajo, y la situación se agrava a diario desde que comenzaron las tensiones", dijo el taxista Youssef.
Enérgicas protestas pro-democráticas se producen en todo el país desde el 15 de marzo. El régimen de Bashar Al Assad lanzó una dura represión contra los manifestantes en la que, hasta ahora, más de 2.000 personas han muerto y al menos 12.000 han sido detenidas, según activistas y organizaciones no gubernamentales.
Una carretera atraviesa las rojizas montañas que llevan a Damasco, la capital siria. Aquí, carteles del expresidente Hafez Al Assad quien entregó las riendas del poder a su hijo Bashar antes de su muerte en 2000adornan las altas paredes grises de las bases militares que se ven cada tanto en el camino.
El himno nacional y canciones patrióticas sirias se escuchan constantemente por la radio. En forma intermitente, una locutora lee mensajes de apoyo al régimen. "Saludamos a nuestro líder", dice. Como enfatizando esas palabras, un cartel en la carretera reza: "Hafez Al Assad, nuestro líder por siempre".
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Pasando las grandes llanuras y atravesando largas carreteras, Damasco se asoma con toda su gloria. La ciudad es una mezcla de edificios nuevos y relucientes con casas venidas a menos, construidas tanto en estilo francés como otomano. Mientras, las solemnes fachadas de los edificios gubernamentales revelan su influencia soviética.
La resultante dicotomía arquitectónica entre lo viejo y lo nuevo, lo agraciado y lo grotesco, parece pervivir en cada esquina de la ciudad.
En la zona de Abu Rumaneh, donde se encuentra el Hotel Four Seasons, hay lujosos comercios que venden artículos exclusivos. En la elegante zona de Melki se ven líneas de césped y flores en medio de las calles.
Aquí, los habitantes se dividen entre los que apoyan al régimen y los partidarios de los manifestantes. Todos se quejan de la falta de información de ambos bandos.
"Ya no sabemos en qué medios de prensa confiar", dijo Hassan, residente de Melki. "Con frecuencia recibimos llamadas telefónicas de nuestros amigos que nos alertan no tomar la calle Mazzeh que lleva a nuestro barrio, porque hay informes de disparos, cuando en realidad las calles están totalmente en calma".
Lejos de las zonas más ricas de la ciudad, la situación es bien diferente.
"Estamos organizando cortas protestas en las noches, sobre todo durante las oraciones de Ramadán (mes de ayuno en el Islam) para escapar de la vigilancia de los servicios de inteligencia", dijo Abou Alaa, residente de un barrio pobre.
Militares patrullan las calles. Algunos hombres, claramente personal de inteligencia, se paran en las esquinas usando lentes negros o se mezclan entre la gente.
A donde quiera que se vaya en Damasco, las calles están llenas de rumores.
"Algunos dicen que la violencia es perpetrada por matones, islamistas radicales o combatientes radicales", dijo Hani, un residente de la ciudad. "Pero creo que los manifestantes son pacíficos, quieren ser reconocidos y cumplir sus metas. El gobierno podría hacer más".
Alguien no familiarizado con el modus operandi del régimen de Assad encontraría inofensiva esta declaración. Pero los que conocen el rígido control del gobierno sobre la opinión pública en los últimos 40 años entienden que hacer una afirmación así es un paso valiente.
Pero hoy, en los cafés y en los taxis, cada vez más personas están dispuestas a expresar sin miedo su opinión.
"Damasco y Aleppo (las dos ciudades más grandes del país) se están movilizando. Son como dos enormes cacerolas a punto de hervir. Las protestas se producen en el área de Mouhajireen, en el centro de Damasco, a unos pocos kilómetros del Banco Central", dijo un economista de la capital.
Miles también se manifestaron esta semana en la Plaza Saad Allah Al Jabri Square, en la relativamente calma Aleppo.
Un autobús del ejército pasa por tres carteles, uno de Hafez Al Assad, otro de Bashar y otro de un halcón, el escudo de armas de los militares. Es una suerte de Santa Trinidad amenazada por una población que cada vez le tiene menos miedo.