Los vendedores que recorren la costa del territorio palestino de Gaza ofreciendo juguetes, ropa y alimentos tratan de llegar a las playas antes de que se llene de gente que trata de aplacar el calor veraniego.
Shariff Abu Kass, de 27 años, recorre todos los días la playa en Jeque Rajleen desde la mañana hasta la noche cargado de pantalones deportivos livianos.
"Tengo dos hijos y estoy sin trabajo, así que hago esto a diario. Suelo ganar unos 40 shekeles (unos 13 dólares), al día, pero los viernes más porque se llena de gente", relató.
Antes de que Israel dispusiera el sitio contra Gaza a mediados de 2006 había más opciones laborales. Pero los obreros de la construcción y otras personas que trabajaban en el estado judío tuvieron que buscar nuevas alternativas.
El desempleo en la franja de Gaza aumenta desde hace años y actualmente afecta a 45 por ciento de la población económicamente activa.
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Abu Kass buscó cualquier cosa para reemplazar el empleo en la construcción que perdió. "Ese trabajo era mejor, pero acá no hay posibilidades", se lamentó.
Mohammad Daowul, de 28 años, recorre la playa con un carro tirado por un caballo vendiendo juguetes inflables baratos.
"Hace 10 años que hago esto. Solía ser sastre en Gaza, cuando todavía podíamos exportar vestimenta a Israel o Cisjordania", indicó. "Pero el cierre de la frontera y el sitio impiden exportar e importar los insumos que necesito. Como ya tenía un caballo empecé a usarlo para trabajar", añadió.
Los juguetes cuestan entre cinco y 10 shekeles (entre 1,6 y 3,25 dólares) y la taza de una bebida helada, un shekel (unos 0,325 centavos de dólar).
"La vida está muy difícil para todo el mundo. Incluso hace unos años, los padres podían adquirir juguetes para todos sus hijos en la playa. Pero ahora, los que tienen muchos, sólo compran uno para todos. No pueden pagar más", relató Daowul.
"Antes ganaba más como sastre y el costo de vida era menor. Aun si ahora gano los mismos 50 shekeles (16,25 dólares) al día que antes, todo está más caro. No me alcanza para mis tres hijos, mi esposa y yo, por no mencionar el caballo", añadió.
En el parque municipal de Gaza, Issa Ghoul, de 19 años, vende papas fritas y chocolates para sostener a su familia. "Dejé la escuela cuando tenía 14 y comencé a trabajar aquí. Mi padre murió cuando yo era chico y no hay quién nos mantenga", relató.
Varios niños menores que Ghoul aprovechan los semáforos para meterse entre los automóviles a vender chicles, pastillas de menta y chocolates baratos para agrandar el ingreso familiar.
"No puedo encontrar otro trabajo", indicó Ghoul. "Mi madre y mi hermana de tres años están enfermas, ¿qué otra cosa puedo hacer que esperar que la gente me compre algo?", añadió.
Muchos palestinos se enorgullecen de estudiar. Ghoul no es diferente, salvo que su situación personal se lo impidió. "Me hubiera gustado terminar la escuela como todo el mundo y ser profesor", confesó.
El parque Jundi, en el centro de Gaza, está lleno de vendedores de té y refrigerios a toda hora esperando vender algo a la multitud que deambula sin propósito.
En una esquina del parque, Mohammad Awaida, del distrito de Zeitoun, en la ciudad de Gaza, vende con su hermano menor estuches de plástico para teléfonos celulares, colgados de un perchero improvisado.
"Empezamos el otro día durante el mes de Ramadán. Venimos en la mañana y nuestro padre en la tarde", indicó Awaida, de 15 años.
"Me gusta el trabajo porque ayuda a mi familia. Ramadán es un mes muy caro y cuando termine vamos a necesitar ropa nueva para la escuela", añadió.
En el camino de una de las entradas del parque, Abu Fares, de 38 años, vende café, té y cigarrillos desde la mañana hasta la noche. Antes trabajaba en la construcción en Israel, pero ahora es la única fuente de ingresos que tiene.
"Somos 10 en la familia. Hago esto desde hace siete años y mi hijo mayor, Feres, ahora me ayuda", señaló, haciendo un gesto con la cabeza a su hijo de 10 años.
La difícil situación laboral no le quitó el sentido del humor. "Por suerte no tengo que comprar un permiso para poner la mesa aquí. Si no fuéramos un país ocupado probablemente me pedirían uno", bromeó Abu Fares.
Abu Mohammad, un hombre de unos cuarenta años residente en Beit Hanoun, vende la popular bebida helada, que guarda en una conservadora en la canasta de su bicicleta.
Otro hombre de unos 30 años recorre todos los días la playa empujando en la arena su bicicleta cargada de inflables para el agua para tratar de ganarse la vida.
Niños, niñas y adultos por igual revuelven contenedores y montones de basura, recolectando botellas de agua y otros elementos reciclables que juntan en grandes sacos de tela.
"Soy mecánico y trabajé en Israel y Cisjordania", relató Abu Sobheh, de 42 años. "Ganaba muy bien porque era bueno. Cuando cerraron la frontera me dediqué a mi terreno. Pero el ejército israelí lo destruyó varias veces con topadoras, así que ahora hago lo que puedo para mantener a mis 10 hijos", añadió.
Las historias como las anteriores se repiten una y otra vez en la asediada franja de Gaza. Niños y niñas asumen la responsabilidad de contribuir al sustento familiar y los adultos, trabajadores calificados, hacen casi cualquier cosa para ganar dinero.
Los adultos recuerdan cuando la situación era menos asfixiante, cuando las fronteras estaban abiertas y había una economía. Los menores aprenden qué esperar de la vida en un territorio ocupado.