El gobierno de Jordania, que había logrado capear el temporal de revueltas populares desatado en Medio Oriente a comienzos de este año, ahora debe afrontar el creciente malestar de la ciudadanía con reclamos de reformas políticas y económicas.
La agitación en este reino del desierto se inspiró en las movilizaciones sociales que derrocaron a los gobiernos de Túnez y de Egipto. Con demandas relativamente modestas, los manifestantes jordanos lograron poco hasta ahora.
La gente salió a la calle para protestar contra la inflación y el desempleo, aunque luego se derivó en reclamos de reformas políticas, como elecciones generales para formar gobierno. También piden el fin de la mano dura del poderoso servicio de inteligencia, del nepotismo y de la corrupción.
Hay quienes reclaman limitaciones a los poderes del rey Abdullah, que heredó el trono tras la muerte de su padre en 1999, pero ya no piden el fin de la monarquía.
"No queremos derrocar ni destruir el régimen, sólo reformarlo", señaló el taxista Abdullah Hamdan, un jordano descendiente de palestinos.
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Los manifestantes jordanos tienen menos fuerza que los de Egipto, que pusieron fin al régimen de Mubarak y siguen presionando al gobernante consejo militar. Sus protestas y marchas, las que rara vez superan las 2.000 personas, son rápidamente dispersadas por las fuerzas de seguridad.
A diferencia de las agrupaciones de jóvenes, de izquierdistas e islamistas, el movimiento reformista de Jordania no progresa por los conflictos internos. Las autoridades expusieron las fracturas para socavar la movilización.
También explotaron las diferencias entre la población que constituye la columna vertebral de la elite gobernante y los ciudadanos de origen palestino. Los primeros acusan a los segundos, más numerosos, pero sin representación política de tratar de tomar el control del país.
Confiado de que la situación estaba controlada, el rey Abdullah dio el visto bueno para detener las reformas económicas e incluso enlenteció el cambio político.
En enero, Abdullah reemplazó al primer ministro y encabezó medidas económicas para tranquilizar a la población. Hubo otro cambio en el gabinete en julio, pero no alcanzó a cumplir su promesa de que el gobierno fuera elegido por la mayoría en vez de que fuera designado por él.
"La gente está molesta porque no han visto resultados concretos", explicó el analista político Amer al-Sabaileh. "Los cambios han sido puramente cosméticos", añadió.
La agitación se mantendrá porque las condiciones económicas se siguen deteriorando, en especial en el sur rural, pronosticaron analistas. El desempleo se estima en 13 por ciento y la inflación se dispara en un contexto en que el petróleo y los alimentos están caros en todo el mundo, lo que aumenta la carga sobre los pobres.
"Se está gestando una crisis económica", alertó el economista Yusuf Mansur. "El gobierno tiene un déficit sin precedentes y la deuda alcanzó los 18.000 millones de dólares, lo que supera el producto interno bruto en 65 por ciento", añadió.
Jordania, un viejo aliado de Estados Unidos, también sintió los disturbios que ocurren en los países vecinos. La revuelta popular de Siria puso fin al comercio y los manifestantes egipcios atacaron varias veces tuberías por donde llega el gas natural, fundamental para la generación de electricidad.
Los trastornos del servicio obligaron al gobierno a recurrir al petróleo y al gasóleo importado a un costo enorme.
"Alrededor de 90 por ciento de la electricidad que usamos se genera con gas", indicó Mansur. "Aun antes de la Primavera Árabe recibíamos sólo dos tercios del volumen enviado por Egipto en 2009. Este año recibimos menos de un tercio, las pérdidas aumentan", explicó.
Arabia Saudita ofreció 1.000 millones de dólares a Jordania para ayudarla a apuntalar su atribulada economía. Pero el gobierno quizá todavía deba imponer medidas de austeridad nada simpáticas para la población para recortar el gasto, lo que puede empeorar la situación social.
La participación inusualmente alta en las últimas manifestaciones muestra que la paciencia de la ciudadanía se agota. Las protestas en Jordania son nimias comparadas con las de sus vecinos árabes, pero analistas y el propio régimen, parecen estar comprendiendo su fuerza.
"En Jordania, hasta unos pocos miles de personas en la calle es una cifra muy significativa", dijo Al-Sabaileh. "Pero si comparas la cantidad de habitantes, unas 2.000 personas aquí pueden equivaler a 100.000 en Egipto", añadió.
Este país tiene menos de seis millones de habitantes, en tanto Egipto tiene 83 millones.
La frustración por lo que se entiende que son demoras del gobierno en implementar las reformas políticas y económicas, ampliaron los reclamos que ahora también se concentran en el rey, indicó.
Algunas agrupaciones pidieron que Jordania se convirtiera en una monarquía constitucional. Pero la mayoría de la gente suele considerar al rey como la única fuente legítima y la verdadera garantía de estabilidad, lo que amalgamó la inestable mezcla de jordanos, palestinos y tribus beduinas.
"La gente cree que un cambio tiene que venir del propio monarca", señaló Al-Sabaileh. "Noventa por ciento de las quejas se elevan al rey y todavía lo suelen tomar como referencia y equilibrio entre los distintos poderes", añadió.