Un soldado y un islamista que escaparon de la represión del régimen de Siria a las protestas en reclamo de democracia y se refugiaron en Líbano descubrieron que tienen opiniones similares sobre el levantamiento popular en su país.
"Nuestros diferentes orígenes se desvanecieron en Líbano. Pese a las creencias opuestas compartimos la visión sobre los últimos acontecimientos en Siria, explicó el jeque Abdel Rahman.
Desde que el partido Baaz llegó al poder en los años 50, Siria ha sido un país secular que recurrió a la fuerza militar para reprimir a los islamistas.
En 1982, el entonces presidente Hafez al-Assad (1930-2000) lanzó una violenta agresión en Hama, donde la Hermandad Musulmana había llamado a una insurgencia contra el gobierno. Las cifras de muertos no son concordantes y suelen ubicarse entre 10.000 y 30.000 personas.
El uso de los servicios de inteligencia y del ejército para acallar la disidencia no cambió bajo el gobierno de Bashar al-Assad, quien sustituyó a su padre, Hafez, tras su muerte en 2000.
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Desde que comenzaron en marzo los reclamos callejeros de reformas democráticas, los manifestantes chocaron con la violencia oficial que dejó 1.400 personas muertas y más de 5.000 detenidos. El régimen atribuye el malestar a radicales islámicos.
Frente de Rahman, en una pequeña habitación desde la que se puede ver el campo verde que divide a Siria de Líbano, se encuentra Omar, quien prefirió no dar su nombre completo.
"El sistema sirio se basa sobre el principio de acatamiento al régimen, las credenciales o el grado de profesionalismo de la gente es irrelevante. Se reduce a su lealtad, dijo a IPS el soldado sirio, quien trabajaba en la oficina de medios del ejército en la ciudad de Homs.
La estructura de amiguismo contribuyó a la creciente desconfianza entre los oficiales. "La mayoría de los soldados están descontentos con el excesivo uso de la fuerza que hace el régimen, pero tienen miedo de denunciar. Es uno contra otro, el informante siempre tiene ventaja", explicó Omar.
Una situación similar ocurre en otras zonas, como Tell Kalaj, donde los vecinos se enfrentan unos con otros. La ciudad, ubicada a unos 30 kilómetros de Homs, tiene 30.000 habitantes, divididos en una comunidad sunita y otra alawita, el mismo grupo religioso al que pertenece el régimen de Assad.
En mayo, manifestantes en defensa de la democracia fueron duramente reprimidos en la zona por las fuerzas de seguridad. La agencia de noticias siria, SANA, responsabilizó a grupos armados libaneses de destruir propiedad pública y privada y de "matar, saquear y atemorizar a la población".
"Las últimas protestas no hicieron más que exacerbar las tensiones entre las dos comunidades, que ya de por sí son tirantes, en especial tras la detención de cientos de nuestros hombres el año pasado por contrabando", indicó Rahman.
"Las detenciones apuntaron a la comunidad sunita, pese a que el contrabando es una de las principales actividades de los pobladores de la zona, ya sean sunitas o alawitas", explicó, y añadió que la presunta participación de estos últimos en la represión empeoró la situación.
La ola de violencia llevó a Omar a dudar del ejército, al que se integró hace 20 años. "Empecé a pensar que todo lo que me enseñaron era una sarta de mentiras. Los disturbios fueron atribuidos a grupos islamistas y bandas de extranjeros, cuando yo sabía que eran obra de nuestras fuerzas", dijo a IPS.
Es difícil confirmar esas afirmaciones con fuentes independientes debido a la prohibición que pende sobre los medios de comunicación en Siria.
Los caminos del islamista y del soldado se cruzaron en Tell Kalaj. Omar reconoció que una red informal dentro del ejército sirio facilitó su huída. Luego fue recogido por una organización no gubernamental islámica que lo acogió en Líbano.
En este pequeño poblado libanés, en la frontera con Siria, los dos hombres discuten sobre la ceguera y la brutalidad del sistema en su país.
"Un soldado sabe que si lo llaman de la sede de la agencia de inteligencia en Damasco está liquidado", indicó Omar. "En estos días no se necesita de mucho para poner en duda la lealtad", añadió.
A Rahman lo acusaron de fomentar las luchas intestinas y lo dejaron nueve meses en prisión hasta que lo liberaron en marzo. Él denuncia haber sido torturado durante gran parte de ese periodo. Tuvieron que liberarlo porque no pudieron encontrar pruebas en su contra.
"La persona que me interrogó, también responsable de mi caso, me pidió disculpas arguyendo que la tortura era un "procedimiento de rutina", relató Rahman.
También sufrió otras humillaciones, como una golpiza de horas por lavarse con agua del inodoro antes de rezar, pues está estrictamente prohibido en prisión.
Omar se preguntó cómo los países de Occidente, que suelen temerle a los movimientos islamistas, creen que seguirán los acontecimientos en Siria dada la violencia y las situaciones degradantes que padece a diario la gente.
"¿Creerán que los sirios se sentarán a esperar y observar en silencio cómo matan gente?", preguntó. "Pronto todos reclamaremos la yihad" (guerra santa), añadió.