PENA DE MUERTE-UGANDA: La horca es para los pobres

Edmary Mpagi y su primo Fred Masembe fueron condenados en un tribunal de Uganda y sentenciados a muerte por el asesinato de un hombre que luego fue hallado vivo.

Edmary Mpagi. Crédito: Wambi Michael/IPS
Edmary Mpagi. Crédito: Wambi Michael/IPS
Masembe falleció en prisión antes de sufrir la horca, en tanto que Mpagi pasó 18 años en el corredor de la muerte. Mpagi dijo que su condena se basó en evidencia fabricada por el Estado.

Él afirma que un médico fue sobornado para testificar falsamente que había realizado una autopsia al cuerpo de William George Wandyaka, la supuesta víctima del crimen.

Mpagi fue liberado de prisión en julio de 2000 luego de recibir un perdón presidencial. Ahora pasa gran parte de su tiempo haciendo campaña contra la pena de muerte. IPS ¿Por qué se opone a la pena capital?

EDMARY MPAGI: Hago campaña porque hay muchas personas esperando la ejecución o que ya fueron ejecutadas a pesar de ser inocentes. La pena es también cruel y bárbara en naturaleza.
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Muchos inocentes, los pobres por ejemplo, mueren porque no pueden pagar una representación legal. Algunos son acusados de delitos capitales por alguna rencilla, y otros son condenados porque la investigación policial es mala. Aunque algunos sí cometieron crímenes, es mejor liberar 99 personas culpables que matar a un inocente.

IPS: ¿Su campaña ha tenido algún resultado?

EM: Sí, he trabajado con Amnistía Internacional en la Organización de las Naciones Unidas para pedir una moratoria de las ejecuciones en los estados miembro del foro.

En Uganda, 170 prisioneros en el corredor de la muerte han sido perdonados y las sentencias a 400 han sido conmutadas por cadenas perpetuas luego de una apelación a la Corte Constitucional.

Ese tribunal falló que la pena de muerte obligatoria era inconstitucional. Fue algo bueno para nosotros, pero queríamos que declarara también inconstitucional la pena capital en sí. Sin embargo, los jueces no lo hicieron. No hemos tenido una ejecución desde 1999, aunque aún hay cientos de prisioneros en el corredor de la muerte en Uganda.

IPS: ¿Qué es lo que personalmente lo mueve a realizar esta campaña?

EM: No le estaría hablando hoy si el Estado me hubiera asesinado. Tuvimos un juicio completo y el Estado llamó a varios testigos. El juez y los asesores concluyeron que el Estado había demostrado su caso más allá de la duda razonable y que habíamos cometido el delito. Fuimos condenados y sentenciados a muerte.

Todo esto ocurrió mientras George William Wandyaka, el hombre que afirmaban había sido asesinado, se escondía en el distrito de Jinja y gozaba de la vida. Pasé 18 años en el corredor de la muerte y dos años en libertad bajo fianza. Mi primo y yo no podíamos creer que un sistema legal podía condenar a personas inocentes.

IPS: Entonces su condena se debió a un error del sistema judicial. ¿Esto es común en Uganda?

EM: Siempre he dicho que los errores en el sistema judicial han llevado a la ejecución de personas inocentes. Mi condena fue un ejemplo típico. En un país como el nuestro, en el que las investigaciones son hechas desde la oficina, no se puede descartar la posibilidad de que la evidencia llevada a los tribunales sea defectuosa y derive en conclusiones erróneas.

La mayoría de los prisioneros ejecutados mientras yo estaba en el corredor de la muerte eran inocentes, pero sufrieron la horca porque eran pobres. No podían contratar a abogados para que los defendieran.

En nuestro caso tuvimos a un abogado del Estado con el que sólo nos reunimos dos veces. No tuvimos un defensor en el sentido real. También hay casos de torturas durante los interrogatorios a determinados sospechosos, sobre todo los acusados de traición, que terminan admitiendo crímenes que no cometieron.

IPS: ¿Cómo es estar en el corredor de la muerte en Uganda?

EM: Es terrible. A nadie se le informa nunca que va a ser ejecutado. Siempre éramos tomados por sorpresa. Sentíamos miedo ante cualquier actividad inusual de los guardias.

En Uganda, las condiciones en el corredor de la muerte son crueles, degradantes e inhumanas. Siempre nos negaron medicamentos. En 1984, mi primo contrajo malaria y tuvo complicaciones estomacales. Solicité a las autoridades de la prisión que le dieran tratamiento, pero me dijeron que habíamos sido traídos a la cárcel para morir y que curarlo era un derroche de dinero de los contribuyentes. Mi primo falleció en 1985. Esto realmente me asustó.

IPS: ¿Hubo ejecuciones durante el tiempo en que usted estuvo en prisión?

EM: Hubo cinco rondas de ejecuciones. La última fue en 1999, cuando el Estado mató a 28 reclusos. Pero para empeorar las cosas, las ejecuciones fueron realizadas en un lugar cercano. Escuchábamos el llanto de los reos.

Las ejecuciones por lo general eran llevadas a cabo en la noche. Cuando un prisionero llegaba a la horca, todos lo escuchábamos. Después de unos momentos, oíamos un sonido fuerte como una explosión: era cuando se abría la trampilla en la plataforma de la horca.

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