Aun cuando el conflicto en Libia parece estancado, el gobierno de Estados Unidos resiste la creciente presión de sus aliados para que comprometa más recursos contra el régimen de Muammar Gadafi.
Aunque Washington no ha descartado volver a desplegar aviones AC-130 y A-10, muy efectivos para golpear la artillería, tanques y equipamiento pesado de las fuerzas leales a Gadafi, la administración de Barack Obama ha dejado claro que no piensa ir más allá, al menos por ahora.
Consultado el miércoles si Washington consideraba seguir el camino de Gran Bretaña, Francia e Italia de enviar asesores militares para trabajar con las fuerzas rebeldes en la protección de civiles, conforme a la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el portavoz de la Casa Blanca, Tim Carney, fue inequívoco en su respuesta.
"El presidente obviamente está al tanto de esta decisión (de los tres países) y la apoya, y espera que ayudará a la oposición (libia). Pero para nada cambia nuestra política de no enviar al terreno tropas estadounidenses", añadió.
Las palabras de Carney parecieron reforzar las del vicepresidente Joseph Biden, quien insistió en una entrevista con el Financial Times que los aliados de Washington en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) eran completamente capaces de cumplir la misión en Libia sin ayuda adicional estadounidense.
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"Si el Señor Todopoderoso sacara a Estados Unidos de la OTAN y lo lanzara al planeta Marte donde no podríamos participar", dijo Biden, "sería raro que la OTAN y el resto del mundo no tuvieran capacidad de hacerse cargo de Libia".
No obstante, tanto el estancamiento del conflicto en Libia —donde los rebeldes no han podido retener los avances que habían logrado en el terreno y parecen perder control de la noroccidental ciudad de Misurata como la incapacidad o indisposición de Estados Unidos y de sus aliados europeos para dar un golpe decisivo al régimen despiertan serias dudas sobre cómo Occidente resolverá la crisis.
Cuando la administración de Obama cedió a las súplicas francesas y británicas para que interviniera con fuerza militar, su esperanza era que una abrumadora muestra de su poder aéreo intimidaría al ejército libio y fortalecería a los rebeldes para derrocar a Gadafi, un objetivo que la OTAN y Washington aprobaron pese a no estar explícitamente autorizado por la resolución de la ONU.
Pero, a pesar de un alto nivel de deserciones, el régimen ha demostrado ser fuerte y tener capacidad de adaptarse. Por su parte, las fuerzas rebeldes están más desorganizadas y peor equipadas de lo que pensaba Occidente.
Desde que Washington entregó el comando de la operación a la OTAN hace dos semanas y limitó su papel a hacer vigilancia y colaborar con combustible, el conflicto se convirtió en una guerra de desgaste que de hecho podría agravar la crisis humanitaria, cuando la intervención pretendía aliviarla.
El resultado en el terreno fue el estancamiento, así como una creciente tensión entre Gran Bretaña y Francia, que llevan la mayor carga de la operación, mientras los demás miembros de la OTAN pierden entusiasmo, incluyendo a Washington.
La tensión no está confinada a los miembros de la OTAN, algunos de cuyos principales aliados, como Alemania y Turquía, fueron renuentes con la operación.
La decisión de las tres capitales europeas de enviar consejeros militares a Libia seguramente sea vista por el grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), que llamó a una solución pacífica de la crisis la semana pasada, como una iniciativa que sólo agravará el conflicto.
De las naciones del BRICS, sólo Sudáfrica apoyó la resolución de la ONU, y el resto se abstuvo.
La postura oficial de Obama es que el poderío militar de Estados Unidos sólo puede ser usado para cumplir con el mandato de proteger civiles y que, a esta altura, Occidente sólo debe depender de medidas no militares para lograr un cambio de régimen en Libia.
Su negativa a los pedidos de Londres y París de asumir un papel más agresivo también está basada en su convicción de que Europa, debido a su proximidad con el norte de África, debe asumir una mayor responsabilidad por su vecindario y dejar de depender tanto de Estados Unidos. "No podemos hacerlo todo", dijo Biden al Financial Times.
Los más altos líderes del Pentágono también se habían resistido a la participación de Estados Unidos en la creación de una "zona de exclusión aérea" sobre Libia, y no ocultaron su disgusto por esta nueva intervención en otro país musulmán.
No es que Washington se esté retirando de la batalla. Además de su apoyo aéreo, no ha excluido ni un eventual despliegue de tropas ni el posible suministro de armas a las fuerzas rebeldes. Además, equipos de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) han estado en Libia desde marzo.
Algunos funcionarios también confirmaron el miércoles que Estados Unidos preveía dar a los rebeldes equipamiento no letal por 25 millones, incluyendo uniformes, armaduras, botas, tiendas de campaña, radios y alimentos.
Pero el continuo estancamiento en el terreno probablemente incremente la presión sobre Washington, y no sólo de los aliados europeos.
Sectores neoconservadores e intervencionistas liberales piden acciones más duras y alertan sobre graves consecuencias si la actual situación persiste, desde el fin de la llamada Primavera Árabe hasta la disolución de la OTAN.
Incluso algunos observadores "realistas" que cuestionaron o directamente se opusieron a intervenir, señalan que lo que está en juego, tanto en términos humanitarios como estratégicos, es muy grande como para ignorarlo.
"Parece que el juego franco-anglo-estadounidense tiene ahora muchas posibilidades de fracasar a expensas" del pueblo libio, señaló el respetado especialista en defensa Anthony Cordesman, del Centro para Estudios Estratégicos e Internacionales.