En los últimos tres días, la japonesa Hiroko Oogusa, de 62 años, cumplió las órdenes de las autoridades locales y se encerró en su casa, ubicada a 40 kilómetros de la central nuclear de Daiichi, en Fukushima.
"Los funcionarios del concejo local que pasaron por mi casa anunciaron mediante altavoces que no debíamos salir ni dejar que entrara aire, a fin de protegernos de la radiación", dijo Oogusa a IPS a través de una intermitente línea telefónica.
"Hago un esfuerzo por no perder las esperanzas, porque me estoy quedando sin alimentos y me pregunto qué ocurrirá", agregó.
Oogusa, quien vive en la aldea de Iwachiku, soportó el terremoto de nueve grados en la escala de Richter que el 11 de este mes azotó Japón. El sismo sacudió su casa, dejándola sin agua ni calefacción, pero ella nunca imaginó que además quedaría "prisionera".
"Estoy enojada y triste a la vez por el horror que estamos enfrentando. Siempre estuve en contra de que hubiera centrales nucleares en nuestra área, pero no podía hacer nada al respecto", dijo.
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Una semana después del terremoto y del tsunami de 10 metros de altura que devastó la norteña región de Tohoku, Japón, un país sísmico que cuenta con la más avanzada tecnología para el manejo de desastres, enfrenta graves problemas.
Como las carreteras están rotas o bloqueadas, las áreas afectadas no tienen gasolina, lo que dificulta las operaciones de rescate. La cantidad de muertos aumentó a 5.500, y más de 10.000 continúan desaparecidos. Más de 350.000 personas se encuentran en centros de evacuación.
El tsunami impactó en el complejo atómico de Fukushima I, donde se produjeron varias explosiones tras fallar los sistemas de refrigeración de emergencia.
Las Fuerzas de Autodefensa de Japón arrojaron agua desde helicópteros sobre la unidad tres de esa planta atómica, ubicada unos 240 kilómetros al norte de Tokio, para enfriar el combustible del núcleo del reactor, que está liberando peligrosa energía radiactiva.
El gobierno ordenó una zona de exclusión de 30 kilómetros alrededor de la planta para impedir que la población se contamine con radiactividad. Según Oogusa, hace dos días las autoridades extendieron esa zona a su aldea como precaución.
El área acordonada es "un estremecedor pueblo fantasma, que empeora de noche por la falta de electricidad", dijo.
Otros que se han refugiado en centros para evacuados expresaron sentimientos similares. Cientos de personas todavía esperan alimentos y mantas, mientras muchos centros informan que en medio del frío extremo hay que compartir una o dos estufas, lo que vuelve la vida más miserable y estresante para niños y ancianos.
Para el profesor Yasuo Kawawaki, director de la International Recovery Platform, conocida por su trabajo en materia de reducción de desastres, las actuales imágenes de la tragedia no sólo ilustran la enormidad de la crisis que azota al país, sino también una importante experiencia de la que aprender una lección.
"La crisis es múltiple y no estábamos suficientemente preparados", explicó Kawawaki.
"No es sólo el terremoto que azotó el área, sino también un tsunami sin precedentes, y también el peor accidente nuclear", agregó.
Los analistas sostienen que la situación actual pone de relieve la vulnerabilidad del país. La evaluación resulta aleccionadora para el público que se había acostumbrado a vivir en una potencia económica mundial, vanagloriándose de una infraestructura de última generación y de una eficiencia casi infalible.
El proceso de recuperación será enorme, dado que hay cientos de miles de personas que han perdido a sus seres queridos, sus hogares y sus trabajos, dijo Kawawaki. Tokio también está afectada por la escasez de electricidad, lo que obliga a que las jornadas laborales sean más cortas y al cierre de oficinas y comercios.
"La investigación sobre planificación (de medidas a tomar en caso de) desastres y emergencias está avanzada en Japón, pero ahora nos damos cuenta de que todavía no es suficiente", señaló.
De todos modos, Japón es un país rico con una población adinerada, un gran excedente comercial, pericia técnica y liquidez que brindarán un marco de estabilidad mientras se ingrese en la fase de recuperación, sostuvo Koichi Ishiyama, quien trabaja en finanzas internacionales.
"El proceso insumirá varias décadas, pero por lo menos creo que tenemos cimientos sólidos", dijo.
De momento Japón está atrapado en una enorme de emergencia. Cuando Masaru Shigemoto subió a un autobús el jueves de tarde para dirigirse a Tochigi —a 100 kilómetros de Fukushima—, declaró su tristeza a las cámaras de televisión que filmaban la evacuación.
"Nací y me crié en esta ciudad que ahora está devastada por la explosión nuclear. Quiero volver, pero no creo que pueda en lo que me queda de vida", dijo.