Tras una explosión en una central de energía atómica de Japón, consecuencia del terremoto y tsunami del viernes 11, el país retiene el aliento ante el peligro de fusión del núcleo del reactor.
Los equipos de emergencia luchan contra el tiempo para limitar los daños tras la explosión, que se escuchó en la planta de Daiichi, en Fukushima, unos 240 kilómetros al norte de Tokio. El gobierno había declarado estado de emergencia para la planta. Los intentos se dirigen a enfriar el reactor sobrecalentado.
Se detectó radiactividad en las afueras de la central y miles de personas fueron evacuadas de zonas circundantes.
La reputación de Japón como líder mundial en manejo de desastres pasa por una prueba crucial ante la extensa destrucción que causó el terremoto de 8,9 grados en la escala Richter y que ha dejado una cantidad creciente de muertos en el noreste, una zona densamente poblada.
La respuesta veloz y basada en información precisa es clave para abrirse paso en la crisis, que puede agravarse con rumores y pánico, advierten expertos.
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El profesor Tokiyoshi Yamada dijo en cadena nacional de televisión que las estrategias de rescate y evacuación comenzaron de acuerdo al programa de manejo de desastres que se basa en información cuidadosamente analizada y que identifica las necesidades y el daño en las zonas afectadas.
"Cada aldea y localidad tiene sus propios problemas, vecinos, destrucción y necesidades de evacuación. El primer paso es evaluar el daño, basándonos en tanta información como podamos reunir, y sólo entonces actuar", explicó.
De momento, los especialistas buscan sobrevivientes, una tarea que constituye casi una proeza, pues muchos de los afectados en zonas rurales son adultos mayores y viven solos. El tsunami, con olas que llegaron a tener una altura de 10 metros, ha aislado aldeas enteras inundando rutas, y el acceso a ellas es todo un desafío.
La televisión mostró un hospital del municipio costero de Iwate, uno de los más dañados en el noreste, completamente aislado del resto de la comunidad. Los helicópteros de rescate no habían llegado aún al centro médico, que había lanzado un mensaje de SOS con enormes letras blancas en el techo del edificio.
Largas filas de personas esperaban por agua y comida. Una mujer de Iwate dijo que había esperado tres horas para finalmente recibir suministros.
Otra mujer de unos 60 años describió su escape como un "milagro". "Cuando la advertencia de tsunami llegó, llené una mochila y corrí a un edificio alto, subí corriendo varios pisos por escalera. Estaba tan aterrorizada, pero feliz por ponerme a salvo".
Decenas de miles de personas han sido evacuadas. Poblados enteros fueron tragados por sucesivas olas del tsunami. Automóviles, barcos y hasta vecindarios eran arrastrados por las aguas.
El terremoto alcanzó 8,8 grados en la escala sísmica japonesa y es el peor en un siglo. Este es uno de los países más vulnerables del mundo a los temblores. El del viernes fue provocado por un desplazamiento de 500 kilómetros de las placas tectónicas que yacen bajo el lecho oceánico.
En el sismo de Kobe, en 1995, murieron más de 6.000 personas. La cifra de muertes puede llegar también a varios miles esta vez.
Encabezados por el primer ministro Naoto Kan y su gabinete, todos enfundados en uniformes azules de trabajo, más de 50.000 efectivos de la Fuerza de Autodefensa se sumaron a cientos de agentes de gobiernos locales, expertos en emergencias, socorristas y personal médico que se afanan en vehículos terrestres, helicópteros o a pie para asistir a la gente que sigue atrapada en los escombros.
"El terremoto puede describirse esta vez como un tsunami catastrófico", dijo Kan a la prensa este sábado 12, luego de sobrevolar en helicóptero las áreas afectadas. El primer ministro se refería a las olas del maremoto que golpean las zonas costeras frente al océano Pacífico.
La región costera occidental, desde la norteña isla de Hokkaido hasta la más sureña Okinawa, siguen bajo advertencia de tsunami.
El sismo también causó destrucción en Tokio, que experimentó temblores de magnitud cinco y donde viven 13 millones de personas, un décimo de la población nacional. Hasta ahora se registraron cinco muertes en la capital, la mayoría víctimas de muebles que cayeron sobre ellos en sus propias casas.
Aun así, la imagen más poderosa que emerge de este escenario de caos es la estoica paciencia de la población.
La televisión suministra información y noticias cada hora, hay entregas masivas de mantas y alimentos y los hoteles reciben a la gente que se ha quedado varada.
Take Masaru Kendo es un vendedor de periódicos del centro de Tokio. El viernes terminó de distribuir sus diarios 15 minutos después del temblor. "Siento llegar tarde", dijo al entrar en una de las oficinas, ante el aterrorizado personal. Entonces voló escaleras arriba, para hacer su siguiente entrega. (IPS/FIN/traeng-dcl/sk/ss/ap en pr dv fe/11)