COLUMNA-MEDIO ORIENTE: Los límites de la democracia

El pueblo egipcio tiene muchas razones para estar orgulloso. Ha dado al mundo una brillante lección sobre cómo derrocar a un dictador en tres semanas y casi sin violencia.

Su mensaje de libertad, unidad y solidaridad permanecerá por mucho tiempo en la memoria colectiva de Medio Oriente y del mundo.

El camino hacia la democracia es, desde luego, mucho más largo. Pero la sabiduría política que han mostrado hasta ahora los manifestantes egipcios es una buena razón para creer que superarán los duros obstáculos que los esperan.

Sin embargo, es necesario advertir a los demócratas de Egipto, y sobre todo, a quienes los sigan en Medio Oriente, que la democracia no es la solución a todos los problemas.

La democracia no necesariamente resuelve los problemas de la pobreza y la desigualdad económica, ni los conflictos culturales vinculados a la identidad común de los ciudadanos de una nación.
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Una fórmula occidental

El motivo esencial por el que la democracia carece de respuestas para tales asuntos es que sus principios fueron formulados en sociedades capitalistas industriales, caracterizadas por una considerable homogeneidad cultural y por brechas económicas relativamente pequeñas.

La democracia es un conjunto de principios formales desarrollados en Europa occidental con el fin de facilitar la representación y articulación de las clases media y trabajadora y concebida para contener de forma pacífica los conflictos entre éstas y la clase alta.

Cuando no hay un equilibrio de poder entre las clases, ni una identidad nacional única y consensuada, la instalación automática de los principios democráticos formales podría inclusive empeorar las cosas.

Para impedir que eso ocurra, se necesita entender las condiciones sociales y económicas peculiares de cada país y poner en juego no sólo los principios democráticos, sino otros factores constitucionales, institucionales y políticos. Los peligros de la democratización

Si existe un vínculo sistemático entre la identidad cultural y el estatus económico, la democracia se convierte en problema más que en solución, pues exacerba los conflictos culturales hasta el punto de la violencia al crear una oportunidad formal para que la mayoría fuerce la voluntad de la minoría.

El sociólogo político Michael Mann ha demostrado que, en estos casos, la democracia sólo sirve para intensificar las tensiones entre grupos raciales y étnicos, a lo que yo agregaría —en el contexto de Medio Oriente— el conflicto entre grupos confesionales y entre sectores religiosos y laicos.

El ejemplo más reciente fue la democratización de la ex federación de Yugoslavia, que condujo a 10 años de guerras y a la división en siete estados, acompañadas de genocidio y limpieza étnica.

El caso más antiguo fue Estados Unidos, nada menos. La cuna de la constitución democrática que anunciaba un «gobierno del pueblo», empezó con la masacre de los pueblos indígenas americanos porque ellos no estaban incluidos en el «nosotros, el pueblo» de Estados Unidos.

Esta advertencia puede resultar irrelevante para Egipto, que goza de un patrimonio nacional excepcional, homogeneidad cultural y una tradición de tolerancia hacia minorías religiosas, como los cristianos coptos y los judíos, así como de mutuo respeto entre creyentes devotos y no practicantes.

Pero la adopción del camino egipcio en otros países de la región, como Irán, Bahrein y Libia, ya indica otras posibilidades, y lo mismo se puede esperar de procesos similares que han empezado en Jordania –con conflictos entre sus poblaciones beduina y palestina—así como en Siria –entre los musulmanes sunitas y los alawis—y que constituyen el contexto de tensiones sociales en países con democracias formales como Iraq y Líbano.

En Israel, la violenta represión a la Intifada (alzamiento palestino) de Al-Aqsa en 2000 demostró que el grupo étnico que ejerce el poder no cede control político y económico ni mediante la democratización ni otorgando la independencia, a menos que los poderes de las dos partes se equilibren, como en el caso de la secesión entre el sur y el norte de Sudán.

En busca del consenso político

Quien busque la democracia en esas condiciones debe hallar primero fórmulas originales y consensuadas, bajo las cuales cada grupo cultural sea libre de seguir su propia cultura sin intentar imponer su identidad y costumbres al resto de la ciudadanía.

En otras palabras, protestar y manifestar por la democracia no basta. Lo que necesitan los países de Medio Oriente es un consenso político sobre el reconocimiento recíproco de derechos y la coexistencia, garantizados mediante una constitución e institucionalizados por procesos electorales e instituciones representativas.

Egipto sí debe preocuparse, en cambio, por la desigualdad económica y las penurias que soporta la mayoría de su población. Sin soluciones a esos problemas, hasta el régimen más democrático puede ser volteado por nuevas protestas populares y dar lugar inclusive a nuevas formas de autoritarismo.

Un buen ejemplo de esos fracasos de la democracia se materializó en diciembre de 2001 en Argentina, cuando las masas inundaron las calles reclamando «que se vayan todos» los políticos y derrocando a cinco presidentes en pocos días.

Esto ocurrió apenas dos años después de unas elecciones democráticas que llevaron al poder a una amplia coalición de partidos de centroizquierda, que prometía superar una profunda crisis económica, pero no lo hizo.

El gobierno elegido se inclinó en cambio por seguir las políticas dictadas por el Fondo Monetario Internacional (FMI), que protegía los intereses de inversores extranjeros, en contra de los de las clases asalariadas y medias.

La crisis condujo a que todos los que tenían depósitos bancarios perdieran 70 por ciento de sus activos con la bendición del FMI.

Por eso Egipto debe entender que si bien la democracia es esencial, ninguna constitución o sistema de gobierno resolverá sus problemas económicos. Apenas ejecutados los comicios, las nuevas autoridades deberán pasar del discurso liberal de la democracia a la discusión de cuestiones fundamentales de la estructura económica del país.

En ese proceso, se verán obligadas a descubrir que es mucho más difícil arrancar de raíz un sistema económico corrupto que derribar a un dictador.

* Publicado en acuerdo con Al Jazeera. Lev Grinberg es profesor de economía política y sociología en la Universidad Ben-Gurion del Negev, Israel, y autor de «Politics and Violence in Israel/Palestine: Democracy vs. Military Rule (Política y violencia en Israel/Palestina: la democracia versus el régimen militar).

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