Después de casi cinco siglos de ser utilizada solo para elaborar azúcar y algunos productos menores, como aguardiente, alcohol y melaza, la caña pasó a ser en Brasil fuente de una miríada de derivados y objeto de múltiples investigaciones científicas y tecnológicas.
El etanol creció como otro producto principal en las tres últimas décadas, dividiendo con el azúcar la sacarosa extraída en las moliendas. Pero ahora son los desechos, como bagazo, paja y vinaza, los que ganan protagonismo.
La vinaza, efluente de la destilación del etanol, alimentará las algas microscópicas que producirán biodiésel dentro de algunos años, según un proyecto del Centro de Ciencias Agrarias (CCA) de la Universidad Federal de São Carlos, en Araras, ubicada a 170 kilómetros de São Paulo.
Sus muchos nutrientes acelerarán la proliferación de las algas que son ricas en ácidos grasos para elaborar biocombustibles.
Además se producirá fertilizantes, ya que "las algas secuestran hasta 64 por ciento del potasio presente en la vinaza", explicó a IPS el jefe del Departamento de Tecnología Agroindustrial del CCA, Octavio Valsechi.
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Otra ventaja es evitar el monocultivo de oleaginosas en extensas tierras. La duda es si su costo no será superior al del biodiésel hecho a partir de aceites vegetales.
El bagazo es cada día mejor aprovechado para la generación de electricidad en las mismas centrales azucareras. Pero un Centro de Gasificación de biomasa, a construirse en los próximos tres años en Piracicaba, a 160 kilómetros de São Paulo, genera perspectivas más prometedoras.
Se trata de una planta piloto para producir gas de síntesis, que puede triplicar la electricidad generada por el bagazo, además de convertirse en combustible líquido o precursor de plásticos, según el Instituto de Investigaciones Tecnológicas (IPT), órgano del gobierno estadual de São Paulo que diseñó el plan y se asoció a varias entidades públicas y privadas para viabilizarlo.
En el mundo ya se gasifica carbón, pero la tecnología para biomasa solo ahora será probada a escala industrial.
El potencial eléctrico del bagazo al utilizar la tecnología actual, de quema directa en las calderas, equivale a "una Itaipú", en referencia al gigantesco complejo hidroeléctrico que comparten Brasil y Paraguay cuya capacidad es de 14.000 megavatios, estima la Unión de la Industria de la Caña de Azúcar, que reúne las mayores empresas del sector.
Pero incluso en ese método tradicional "estamos perdiendo la mitad del potencial energético de la caña", porque se quema el bagazo con mucha humedad, lamentó Valsechi.
La creciente mecanización de la cosecha, que abarcará la totalidad a partir de 2014 en el estado de São Paulo, escenario de 60 por ciento de la producción nacional, permite que la paja de la caña deje de ser quemada. Pero aún se estudia la mejor manera de recogerla en el campo.
"De la caña se puede sacar todo lo que produce el petróleo", aseguró a IPS Tadeu Andrade, director del Centro de Tecnología Cañera (CTC), creado en 1969 por la Copersucar, una cooperativa de centrales azucareras paulistas que se expandió a otros estados.
Es lo más cercano al "moto continuo (máquina de movimiento perpetuo), porque se realimenta", generando los fertilizantes y la energía para su propio cultivo y procesamiento, además de producir más biomasa que otros grandes cultivos, como maíz o soja, arguyó.
Su vinaza, rica en potasio, abona su replantación así como también los residuos que quedan en los filtros de la industria y la paja dejada en el suelo, acotó, aunque luego reconoció que es necesario una complementación con fertilizantes químicos.
El caldo de caña, antes de convertirse en azúcar o etanol, es un sustrato para multiplicar microorganismos que sirven a un sinnúmero de productos, desde polímeros que regeneran huesos, alimentos, medicamentos y cosméticos variados e incluso plasma sanguíneo, señaló Valsechi, tras lamentar la escasez de investigadores para la enorme demanda cañera.
El camino hacia la energía del hidrógeno puede estar también en la caña, apuntó. La "alcoholquímica" ya avanzó mucho en Brasil y una gran empresa petroquímica produce los plásticos denominados "verdes", porque son biodegradables.
La caña también permite hacer un tipo de combustible de aviación. La Empresa Brasileña de Aeronáutica, una de las grandes fabricantes de aeroplanos pequeños y medianos de pasajeros y otros de uso militar, anunció para 2012 un vuelo de prueba con un aparato impulsado por bioqueroseno.
Esa diversificación de los productos de la caña, impulsando el conocimiento científico de sus potencialidades, tiene origen en el Programa Nacional del Alcohol (Proalcohol), iniciado en 1975 para sustituir la gasolina y reducir las importaciones petroleras cuyo precio se había cuadruplicado en 1973.
Desde entonces se septuplicó la cosecha brasileña de caña, mitigando la presión petrolera, pero generando otros problemas que requieren soluciones. La vinaza, por ejemplo, constituyó un desastre ambiental en el comienzo del Proalcohol. Derramado en los ríos, mató a millones de peces en los años 80 al quitarles oxígeno.
La amenaza mermó cuando comenzó a usarse como fertilizante, tras descubrirse que contenía mucho potasio.
La producción de etanol de caña se sigue impidiendo en muchos países latinoamericanos, cuyos suelos ya ricos en potasio y napas freáticas poco profundas corren el riesgo de ser contaminados por la "fertirrigación", admitió Valsechi, agrónomo dedicado a la caña desde su graduación en 1980.
Como cada litro de etanol destilado genera 10 litros del efluente, las alternativas para librarse de la vinaza resultan demasiado costosas. Por eso las algas que capturan potasio pueden aportar una solución.
En Argentina, con un suelo con mucho aluminio y clima menos favorable que Brasil, se dificulta más aún producir etanol a partir de la caña, observó Marcos Vieira, otro profesor del CCA que dirige la Red Interuniversitaria para el Desarrollo del Sector Sucroalcoholero (Ridesa), de investigadores financiados por el gobierno nacional para el mejoramiento genético de la caña.
Las variedades desarrolladas por la red, identificadas por las siglas RB, cubren hoy 60 por ciento del área cañera de Brasil y contribuyeron a elevar la productividad a 85 toneladas por hectárea, habiendo casos de hasta 150 toneladas, sostuvo Vieira. Hace 35 años no se alcanzaba 50 toneladas por hectárea, en promedio.
Ridesa busca "variedades eclécticas", que se adaptan a distintas condiciones de clima y suelo de Brasil, manteniendo buena productividad y resistencia a plagas y sequías, explicó.
En cambio, el CTC, que atiende prioritariamente a sus asociados de la cooperativa, adoptó una orientación opuesta, de desarrollar variedades específicas para diferentes suelos y climas. "Son 25 combinaciones edafo-climáticas", cuyos mapas ayudan los agricultores a elegir la variedad más productiva en su tierra, explicó Andrade.
Pero los avances genéticos, que pusieron Brasil en ventaja respecto de otros países productores de caña, "por si solas no mejoran la producción en el campo", reconoció. Se necesitan también prácticas agronómicas, que se diseminaron en muchos cursos del CTC, y de mecanización.
Una regla adoptada en los años 80, que define el precio de la caña según su índice de sacarosa, obligó a los productores a usar las mejores variedades de caña y técnicas de cultivo, apuntó Andrade. Fue "una revolución", según el profesor universitario Roberto Rodrigues, ex ministro de Agricultura y también vinculado al sector.
Las investigaciones y desarrollo de nuevos productos de la caña se extendieron también a las grandes empresas, como la estadounidense Amyris, especializada en biotecnología, que busca en Brasil asegurarse el suministro de caña para producir su "farneseno" para elaborar combustibles para aviones, lubricantes, cosméticos y otros derivados.