Santo Domingo de Guzmán fue la primera ciudad colonial de América, la capital del imperio español y la Roma de la Iglesia Católica en las entonces llamadas Indias Occidentales, y el premio más codiciado del pirata británico Francis Drake.
"Nunca había oído sobre ella hasta que el crucero nos dejó aquí", dijo la francesa Nicole Sebastian.
A diferencia de ciudades hermanas como San Juan y La Habana, esta Cenicienta está resurgiendo de sus cenizas.
Categorizada como Patrimonio Cultural de la Humanidad, Santo Domingo es un diamante en bruto que necesita ser pulido, pero su designación no ha protegido sus valiosos monumentos ni le ha brindado un concentrado esfuerzo de renovación.
Ramón Ortega, dueño de la hojalatería La Cibaeña, en Santo Domingo, recuerda la grandeza que otrora tuvo su vecindario, ahora un laberinto de pequeños talleres en edificios destartalados.
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"Éste era el principal distrito empresarial, todas las grandes empresas y bancos tenían sus sedes aquí", dijo.
Según él, el problema actual es que "la clase rica no tiene visión. No hay apoyo ni ayuda a los residentes. Hay potencial pero ninguna acción decisiva".
Adela Salórzano Ortega, dueña de Tikal, comercio que se especializa en productos artesanales mexicanos, explicó: "Antes del declive de los años 80, El Conde, el bulevar principal, era una calle de intelectuales ( ) y tenía los mejores negocios".
Pero cuando la ciudad se expandió hacia el oeste, "el Duarte llegó a El Conde", agregó con triste ingenio. El Duarte es el caótico distrito comercial ubicado al norte de esa zona.
Apenas una manzana al sur de esa central calle, el comercio de Salórzano se ubica en un lugar de poco tráfico. Allí se podría mejorar la limpieza, aumentar la seguridad y restaurar las fachadas coloniales, opinó.
No obstante, Salórzano continúa al frente de su negocio porque "todavía es una joya".
"Tengo fe en su futuro", aseguró.
En los años 90, esta ciudad colonial se convirtió en un pueblo fantasma, y sus calles, sin iluminación por las noches, se poblaron de prostitutas y matones. Durante el día no era mucho mejor, con proxenetas y cambistas clandestinos.
La situación se revirtió un poco cuando el presidente Joaquín Balaguer decidió celebrar los 500 años de la llegada de Cristóbal Colón construyendo el Faro Colón y demoliendo los tugurios en torno al río Ozama.
El proyecto centró entonces su atención en la ciudad colonial y estimuló a individuos intrépidos, principalmente extranjeros, a renovar partes de su patrimonio cultural.
Pero el desarrollo de la zona colonial se dejó en manos de intereses privados, por lo que su renovación sigue siendo poco sistemática y, en términos generales, no está sujeta a controles.
"Santo Domingo no puede imitar el éxito de La Habana antigua, porque su gobierno funciona de modo diferente y no hay un solo organismo a cargo de la zona", observó Nikauly Vargas, secretaria general de la Comisión Nacional Dominicana de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).
Según Félix Manuel Pimentel, un vendedor de bienes raíces cuya tarjeta de presentación lo identifica como "especialista en frente de playas", esta zona "fue otrora como la Quinta Avenida de Nueva York". Sin embargo, se mostró escéptico en relación a las recientes mejoras.
"Los bienes raíces aquí se mueven, pero (quienes lo hacen) son principalmente extranjeros, inversores privados", dijo.
Las empresas privadas no se las han arreglado para revertir completamente las cosas. Se brinda poco apoyo al empresario, a quien acosan los problemas.
Susanna Pleines es dueña del Hotel Atarazana, cerca de Plaza España. A mediados de los años 90, cuando las condiciones eran favorables para los pequeños empresarios, "el lugar me fascinó inmediatamente", relató.
Pero no fue tan fácil. "Durante dos años intentamos establecer una cafetería, pero la burocracia es increíble", explicó.
Lo mismo ocurre con los impuestos. El que grava la transferencia e importación de bienes industrializados, además de la prestación y locación de servicios, es de un exorbitante 18 por ciento.
Aparte, la municipalidad impone un tributo a los servicios en base a la cantidad de habitaciones, por lo que la empresa paga lo mismo cada año independientemente de la cantidad real de huéspedes.
Mientras, los precios se han disparado, y los especuladores piden hasta un millón de dólares por predios vacíos. Una casa colonial de tres dormitorios en la ruidosa avenida La Católica se vende en más de 2.000 dólares.
Por otro lado, turistas como Hisaung Nafissa, de 24 años y procedente de Mauricio, se sienten desorientados. Él llegó a Santo Domingo en un crucero y quedó deslumbrado por un vitral de San Juan Bautista en la Catedral de Santa María de la Encarnación.
"Es todo muy interesante, pero es difícil sin una guía real. No tengo idea de a dónde ir luego de aquí", dijo.
Mariano Rodríguez, dueño de un comercio de venta de recuerdos turísticos, resumió: "Vendemos sol, arena y aguas azules. No promovemos nuestra historia".