ESTADOS UNIDOS: ¿UNA TEMPORADA TONTA?

Numerosas expresiones del inglés americano pierden notable sabor con la traducción. Cada cuatro años, en las elecciones intermedias, no se elige al presidente, pero sí a un tercio del Senado, y la totalidad de la Cámara de Representantes. En una democracia parlamentaria, con un senado débil, las elecciones legislativas, que llevan como resultado el nombramiento del primer ministro, son el mayor acontecimiento político. En Estados Unidos no ocurre lo mismo. Con el preludio de la campaña, se las llama, hasta hora, la “temporada tonta (silly season)”. Las consecuencias de los comicios recién terminados pueden cambiar esa imagen. O al menos es lo que creen los que se consideran ganadores.

Vencedores también pueden ser los que optimistamente analizan la evolución del porcentaje de la evolución de la participación electoral. En el zig-zag de las elecciones presidenciales e intermedias se observa el ascenso del voto en 2000 (Bush) del 51% al 55% en 2004 (reelección), para casi llegar el 57% en 2008 con Obama. Las intermedias presentan un movimiento ascendiente mayor con el no confirmado cálculo del 41% ahora, superior al 37% en 2006 y 2002. Estas cifras pueden ser un signo del futuro.

Curiosamente, cuando los votantes se preparaban para acercarse a las urnas, falleció Ted Sorensen, el redactor de los discursos de John F. Kennedy. Con él se pueden haber desvanecido las resonancias de clásicas expresiones, pero ciertos rasgos parecen estar instalados en los mitos americanos. “No pedirle al país lo que puede hacer por nosotros, sino preguntar qué podemos hacer por el país” paradójicamente es un slogan conservador, ligeramente progresista. Es lo que parecen pensar los votantes que han propinado una bofetada a Obama y los demócratas.

El país “oficial” les ha defraudado desde el encumbramiento del primer presidente negro hace dos años. Por lo tanto, pretenden, con el Tea Party a la cabeza, reconquistarlo y, si es posible, controlarlo. Esencialmente anhelan regresar a un país idílico que en realidad nunca existió. El inglés es su lengua exclusiva. Aunque hay católicos en sus filas, las ramas más conservadoras del protestantismo dominan sus filas. La inmigración incontrolada y también la “excesiva” deben ser atajadas.

La variante de ideología en que se basa es una genuina construcción del populismo que, en contraste con la conducta en América latina, no parece necesitar del papel patrocinador de los líderes salvadores. Internamente, el grueso de los que han provocado el cambio electoral es populista en el seno de su familia y su especial comunidad local. No pertenecen exclusivamente a los sectores de la antes moderadamente bien instalada, con gran esfuerzo y ética de trabajo, clase media. También sus filas se nutren de los desempleados y los acomodados.

Más que la retirada del favor a Obama y los demócratas, en realidad la mayoría del electorado se ha mostrado desconfiando de ambos partidos hegemónicos. Por debajo de la ceremonia del voto se oculta la esencia sutil de un anarquismo de raíz que, puestos a elegir, preferiría funcionar sin ningún gobierno. Así triunfó Ronald Reagan quien desde Hollywood capturó Washington con la consigna de no fiarse del orden establecido. Esa ideología no fue usada por los dos Bush, el padre moderado y el hijo fundamentalista usuario del poder estatal. El estado amable y benéfico había regresado con Obama. Ahora ha sido defenestrado.

Es la primera vez en la historia estadounidense que un sector inconexo se ha presentado con ambición de ocupar el espacio reservado a partidos perfectamente enraizados, celosos de su territorio. Aunque se duda de su supervivencia y su impacto real en el futuro del tejido político nacional, resulta digno de meditación el surgimiento de una presión política con metas de contar en la lid electoral, como cualquier partido. Lo que en las últimas décadas es casi la norma en América Latina, y en ciertamente con el papel arbitral de los partidos minoritarios en Europa (a la izquierda, derecha y el centro), en Estados Unidos ha sido inexistente, hasta ahora.

La segunda novedad significativa es que la pauta histórica de la seguridad del escaño ha desaparecido. Aunque el electorado no se siente fiel a los partidos nacionales, históricamente se ha sentido afín a sus legisladores locales. Ahora parece que parecen prescindir de ellos y optar por un cambio rápido. En el panorama general, es significativo recordar que en por tres elecciones seguidas, los votantes han cambiado el perfil del Congreso, lo que no existía apenas en el medio siglo anterior.

Otros signos parecen mostrar que también hay continuidad en los cambios. El empate del control de ambas cámaras producirá el embotellamiento del proceso legislativo, sin posibilidades de producir cambios decisivos en los grandes temas. Es posible que las modestas reformas de Obama queden en el nivel precario que consiguió. El rescate de los fallos de la economía continuará favoreciendo a las empresas, detalle que curiosamente ha sido la causa de la ira de un amplio sector del electorado, de diversa ideología. (FIN/COPYRIGT IPS)

(*) Joaquín Roy es Catedrático ‘Jean Monnet’ y Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami (jroy@miami.edu).

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