El turismo reúne a Sri Lanka

Los adolescentes vestían a la usanza de las grandes estrellas de cine indias, y contrastaban con las mujeres de coloridos «shalwar kamiz», atuendos tradicionales de Asia meridional. Eran turistas tamiles, y su presencia llamaba la atención de todos.

La llegada de este grupo a Sigiriya, la famosa fortaleza de roca del siglo quinto, fue algo inusual. Hace un año, se consideraba imposible que tamiles de la norteña península de Jaffna visitaran el resto del país a menos que se tratara de un viaje organizado por las autoridades o por grupos de la sociedad civil.

La guerra civil srilankesa, de 30 años, estuvo a punto de dividir en dos a este pequeño país insular. Los Tigres para la Liberación de la Patria Tamil-Eelam, conocidos como los Tigres Tamiles, lucharon contra sucesivos gobiernos desde los años 80 exigiendo un Estado separado para la etnia tamil en el norte y este de esta nación de mayoría cingalesa.

Para cuando terminó la guerra, en mayo de 2009, más de 70.000 srilankeses habían muerto y cientos de miles más habían sido desplazados. Solo la última ola de combates, iniciada en 2007, causó el desalojo de 300.000 personas.

Durante la guerra, el norte fue quedando aislado. Los únicos civiles que abandonaban la zona lo hacían para huir de los combates. Para los habitantes de Jaffna, las excursiones a lugares turísticos de Sri Lanka eran un recuerdo lejano.
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"Fue una experiencia interesante. Esta fue la primera vez que viajé fuera de Jaffna después de la guerra", dijo Sathiralingam Swarnam, de 25 años, un maestro que tramitó la excursión de siete días al sur de Sri Lanka para sus 25 estudiantes de una escuela privada en el norte del país.

Al igual que sus alumnos, Swarnam nunca había visitado estos lugares. "Fue mi primera vez en Sigiriya", señaló. "Vi las pinturas de las cuales sólo había leído en libros. Fue fascinante", afirmó.

Las filas de los Tigres estaban conformadas en su mayoría por jóvenes tamiles del norte y este, algunos de los cuales realizaron ataques –incluso suicidas—contra intereses militares y económicos disfrazados de civiles.

Como consecuencia, todos los jóvenes tamiles vistos fuera de sus ciudades o poblados, incluso los que no tenían vínculos con los Tigres, generaban desconfianza entre los cingaleses.

Hoy, más de un año después del fin de la guerra, los tamiles pueden finalmente conocer el resto del país sin ser víctimas de sospechas por parte del gobierno o de otros civiles.

"La pasamos genial", dijo Beevirasa Robinson, de 17 años, originario de la localidad de Nelliady. "Fue la primera vez en mi vida que tuve la oportunidad de salir de Jaffna". Visitamos varios lugares, como Anuradhapura, Polonnaruwa, Sigiriya, Trincomalee y Nuwara Eliya. Fue fantástico".

Con la reapertura en enero de la autopista A9, el único vínculo por tierra entre Jaffna y el resto del país, el turismo interno se ha incrementado, explicó Swarnam. Más de una docena de ómnibus salen cada noche de la principal terminal de Jaffna con destino a Colombo.

La autopista A9 se encontraba clausurada desde agosto de 2006, cuando los Tigres atacaron a fuerzas del gobierno al sur de Jaffna. Todos los viajes y transportes de bienes comenzaron a ser realizados por mar, lo que era peligroso, o por aire, algo mucho más caro.

"¿Cómo podíamos viajar entonces? Sólo nos concentrábamos en sobrevivir al día siguiente", contó Swarnam.

En el Vanni, una amplia zona controlada por los Tigres durante más de 10 años, decenas de miles de civiles que acaban de regresar a sus tierras aún luchan por reanudar su vida. "No creo que veamos mucha gente del Vanni viajando como nosotros, pero algunas pocas escuelas han organizado excursiones al sur", dijo Swarnam.

Mientras los habitantes de Jaffna recién comienzan a explorar el resto del país, más de 100.000 srilankeses del sur visitan el norte cada semana. Los fines de semana que coinciden con vacaciones o festivales religiosos, el número de turistas supera el medio millón.

Como muchos de sus pares del norte, Robinson estaba nervioso con la idea de visitar el sur. Pero, a pesar de su dificultad para hablar con fluidez el inglés o el cingalés, no se sintió marginado en ningún lugar.

"Nadie nos miró de mala manera. De hecho, nos miraban muy bien", contó Robinson.

"Estuvimos aislados del resto del país por mucho tiempo", agregó. "Creíamos que Jaffna era hermoso, pero ¡quién iba a imaginar que fuera tan maravilloso afuera!".

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