LÍBANO: No hay banquete para todos tras ayuno del Ramadán

Aunque no es un festejo en el sentido estricto, el Ramadán es en Líbano un tiempo de alegría para muchos, durante el cual las familias vuelven a reunirse. Pero en este país de extremos, no todos pueden darse el lujo de celebrar el mes sagrado musulmán.

Durante el Ramadán, los restaurantes y supermercados están repletos. Las ventas de alimentos en el país aumentan 20 por ciento, mientras que en la región del Golfo Pérsico o Arábigo se incrementan alrededor de 50 por ciento.

Los hoteles de Beirut bullen de actividad, organizando cenas de "iftar" (que se realizan al finalizar el ayuno) con precios que oscilan entre 30 y 80 dólares.

"Generalmente los precios dependen de lo que el cliente requiera. Además de una comida tradicional de iftar, es posible que también quiera un puesto especial de alimentos que por ejemplo sirva shawarma (carne de cordero asada al espiedo) o falafel (croquetas de garbanzo fritas)", dijo Saadedine Zeidan, gerente general de Socrate, una de las firmas de catering más importantes del país.

La empresa sirve incluso 1.000 comidas por día durante el Ramadán. Sus ventas promedio casi se duplican en ese periodo.
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Según el dueño de un restaurante que no quiso ser nombrado, entre los clientes figuran políticos, que regularmente organizan cenas de iftar para cientos de invitados, la mayoría de ellos también políticos o altos funcionarios del gobierno.

Aunque este sector de la sociedad puede darse el lujo de ofrecer esos banquetes durante todo el mes, constituye una minoría.

"Muchas personas ricas ven al Ramadán como otra ocasión para realizar fiestas extravagantes y comprar los alimentos más caros", dijo el clérigo jeque Mohammad Nokari, miembro del tribunal de la shariá sunita.

Mohammad Arab no es precisamente uno de los pocos afortunados. Vive en una esquina de la calle Hamra, cerca del Centro Médico de la American University en Beirut.

"Vivo en la acera desde hace unos meses, tras una discrepancia con mi hija. No celebro las fiestas, ya sean el Año Nuevo o Eid el-Fitr", dijo encogiéndose de hombros, en alusión al feriado de tres días que señala el fin del Ramadán.

Arab no está solo. Yasmine, una niña de nueve años, también pasa sus días en la calle Hamra, mendigando alimentos o dinero entre los transeúntes de esta popular zona comercial.

"¡Ayúdeme! ¿Podría por favor darme unas liras (moneda libanesa) o comprarme un sandwich?", pide.

Según un ejemplar de 2009 de This Week Lebanon, una publicación semanal del Byblos Bank, un estudio publicado por el Ministerio de Asuntos Sociales y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo indica que alrededor de 28 por ciento de la población libanesa califica como pobre, mientras que ocho por ciento vive en condiciones de pobreza extrema.

"Esto significa que 300.000 individuos no pueden satisfacer sus necesidades alimentarias, básicas y no básicas", señala el informe.

La publicación agrega que la mayor parte de la indigencia se concentra en las norteñas ciudades de Trípoli, Akkar y Minieh-Denieh, así como en las meridionales Jezzine y Sidón, y en las orientales áreas de Baalbeck y Hermel.

En estas regiones viven dos tercios de los indigentes, que constituyen 50 por ciento de la totalidad de libaneses pobres.

Aunque no pueden disfrutar del Ramadán como los ricos, el mes sagrado ofrece algunas ventajas a los menos afortunados. El "zakat", uno de los cinco pilares del Islam, es un impuesto religioso que se cobra para beneficiar a los pobres, y muchos musulmanes adinerados lo aportan en estos días.

"Para mí, el Ramadán es un regalo de Dios", explicó Oum Ragheb, una mendiga que habitualmente está en el área de Hamra. Esta madre de siete hijos estima que gana, en promedio, entre 300 y 400 dólares al mes, pero durante el Ramadán esa cifra asciende a 1.200 dólares.

"La gente es más generosa con su zakat durante el Ramadán", agregó con una sonrisa, mientras una anciana le entregaba el equivalente a unos tres dólares.

Arab también parece beneficiarse del mes sagrado: en estas fechas come con más frecuencia. Los habitantes de los edificios vecinos "a menudo me dan una comida caliente unos minutos antes de la puesta de sol", cuando termina el ayuno, relató.

Con una población tan grande de pobres, el Ramadán es un mes particularmente ajetreado para las organizaciones no gubernamentales, muchas de las cuales preparan iftars para ellos.

"Ayudamos a los pobres contando con equipos especiales de trabajadores sociales, que viajan hasta las áreas más remotas del país", dijo Badia Hamad, gerenta de relaciones públicas de las Social Welfare Institutions.

"Recaudamos alrededor de dos tercios de nuestro presupuesto anual durante el Ramadán", admitió.

El clérigo Nokari explicó que, pese a algunos excesos, la mayoría de los musulmanes más ricos ayudan a las familias pobres.

No obstante, Mohammad Barakat, director de la Islamic Welfare Institution, reconoció que a veces puede ser difícil llegar a todos. "Algunos de los niños que mendigan en las calles son empleados por pandillas especializadas. Sin embargo hacemos lo máximo para ayudar a la mayor cantidad posible", dijo.

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