Celebridades de China, como la estrella de básquetbol Yao Ming y el actor Jackie Chan, participan desde hace años de campañas contra el consumo de sopa de aleta de tiburón. Pero cambiar esa costumbre alimenticia de siglos sigue siendo un desafío.
Para muchos chinos, el consumo de este plato, que data de la dinastía Ming (1368-1644), es una señal de riqueza y prestigio, por lo general ofrecido en bodas y banquetes. Algunos también creen que la aleta de tiburón tiene valor medicinal, a pesar de la falta de evidencia científica al respecto.
Conforme la economía china creció, también lo hizo la demanda de esa sopa.
La población de tiburones en el mundo disminuyó alrededor de 90 por ciento durante las últimas décadas. Cada año son pescados unos 100 millones de escualos, unos 73 millones de estos por sus aletas.
Pero la carne de estos animales tiene poco valor. Los pescadores por lo general les amputan la aleta y los lanzan al mar para que mueran desangrados o de asfixia (deben nadar para poder respirar a través de sus ranuras bronquiales).
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Entre 50 y 80 por ciento de todas las aletas de tiburón, esto es, unas 10.000 toneladas, pasan por los puertos de Hong Kong, y la mayor parte a la China continental, y en menor grado a Malasia, Taiwan, Indonesia y Tailandia.
Las aletas son obtenidas en diferentes partes del mundo, como las costas de América Central, América del Sur, Europa, Estados Unidos, Indonesia y Taiwan.
En los últimos años han crecido las campañas de alto perfil en China contra el consumo de sopa de aleta de tiburón. Activistas alertan que supone un derroche y que incluso puede ser dañino para los humanos, ya que algunos investigadores han encontrado altos niveles de arsénico, metilmercurio y otras sustancias nocivas en las aletas.
En 2004, la organización WildAid, un grupo que lucha contra el tráfico ilegal de fauna y flora, abrió una oficina en Beijing que intenta, mediante avisos y relaciones públicas, promover la protección de los tiburones.
La principal campaña cuenta con la colaboración del basquetbolista Yao Ming, nacido en Shanghai y que ahora juega en Estados Unidos.
Los avisos son transmitidos por la estatal Televisión Central de China, y se han colocado carteles publicitarios en las principales ciudades del país.
"Cuando la compra se detenga, también lo hará la matanza", dice Yao en uno de los avisos.
La campaña de WildAid ha tenido notable éxito. Según una encuesta comisionada por la organización en vísperas de los Juegos Olímpicos de Beijing en 2008, 55 por ciento de los entrevistados habían visto la campaña. De esos, 94 por ciento dijeron haber sido impactados, 83 por ciento cesaron o disminuyeron el consumo de aleta y 89 por ciento opinaron que su venta debía ser prohibida.
"Ese tipo de cifras muestran que estamos logrando un impacto. Pero hay todavía un largo camino por recorrer", dijo a IPS el presidente de WildAid, Steve Trent. "No puedo decirle que estamos salvando a tiburones, pero sí le puedo decir que China es cada vez más conciente y entiende los problemas, y estamos dispuestos a actuar", afirmó.
Como señal de cambio, el sitio de compras y ventas por Internet chino Alibaba recientemente prohibió la oferta de aletas de tiburón a través de su portal. En mayo, una decena de restaurantes y hoteles de Hong Kong prometieron eliminar la opción de sopa de aleta de tiburón de sus menúes.
Uno de los pocos casos positivos fue el de un restaurante en la meridional ciudad de Guangzhou, que gastó 3.000 dólares en un tiburón nodriza de 200 kilogramos y luego lo anunció en un periódico local para atraer a clientes.
La organización ambientalista Green Eyes envió a algunos de sus miembros para hacerse pasar por comensales, y descubrió que más de 70 personas ya habían hecho reservas para probar el tiburón.
El grupo inició protestas frente al restaurante pidiendo que se salvara al tiburón, lo que llamó la atención de los medios, y finalmente los propietarios de la casa de comidas decidieron entregar al animal vivo a las autoridades, que le encontraron hogar en el Parque Oceánico de la provincia.
A pesar de la creciente conciencia pública, cambiar las costumbres sigue siendo extremadamente difícil.
Según un estudio realizado por WildAid y la Asociación China para la Conservación de la Vida Silvestre, más de un tercio de los encuestados en 16 ciudades chinas consumieron la polémica sopa, mientras que 75 por ciento dijeron no saber que ese plato de hecho se hacía con aleta de tiburón.
El comercio de la aleta es también una industria lucrativa.
Cuando Yao Ming dijo en 2006: "Prometo dejar de comer sopa de aleta de tiburón y no lo haré bajo ninguna circunstancia", compañías de China, Hong Kong, Japón y Singapur firmaron una carta conjunta de protesta, señalando que la campaña afectaba su negocio.