La década pasada fue un período de optimismo para los países en desarrollo y sus socios en el tema del desarrollo. Las tasas de crecimiento económico alcanzaron altos niveles en muchas regiones más del 5% en el África subsahariana, por ejemplo- y después de una década de estancamiento los flujos de ayuda comenzaron a aumentar. La iniciativa de los ocho Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) para enfrentar la pobreza y los desafíos para el desarrollo a través de una serie de metas acordadas internacionalmente ciertamente galvanizó entonces el apoyo de los países donantes. Sin embargo, desde la reciente crisis financiera el crecimiento económico retrocedió. El impacto fue severo, no sólo en los países con gran necesidad de ayuda sino también en las naciones donantes, que están sufriendo una creciente presión fiscal para recortar sus presupuestos de ayuda. De modo que las perspectivas de alcanzar los ODM en el 2015 parecen más débiles que nunca.
La perspectiva es especialmente sombría para el ODM 1, que se propone reducir a la mitad el número de las personas en extrema pobreza. Incluso antes del impacto de la crisis, el rápido crecimiento económico había fracasado en detener la creciente desigualdad, que está frecuentemente asociada con la pobreza.
La generación de empleo es el principal mecanismo para reducir la pobreza, las sociedades devienen más igualitarias y el crecimiento económico puede ser sostenido. El incremento de la parte de las ganancias de la productividad que corresponde a los trabajadores será un modo de distribuir con más justicia los beneficios de la globalización.
Durante los pasados 40 años de rápida globalización, la creencia de que los bajos salarios son un factor clave de la competitividad internacional ha dominado las políticas económicas. El crecimiento conducido por la exportación ha sido un rasgo distintivo de esa era, que ha infundido la creencia de que los salarios deben ser desollados hasta el hueso para preservar las duramente ganadas ventajas competitivas en el comercio internacional. Contra este trasfondo se introdujeron fundamentalmente los ODM, para contrarrestar las consecuencias sociales de los bajos salarios, el desempleo y la pobreza.
Sin embargo, hay economías como la de China, que no se caracterizan solamente por el trabajo barato sino también por la alta tecnología, resultante de elevadas inversiones extranjeras y de transferencia de tecnología. Los beneficios de la productividad han procedido no sólo del trabajo barato sino también de las inversiones, lo que ha mejorado las vidas de millones de chinos y generado un amplio superávit comercial. No obstante, las ganancias de productividad que obtiene China también han beneficiado a países desarrollados, a veces a expensas de su propio pueblo. Las economías europea y estadounidense han recogido los botines de la productividad china a través de importaciones baratas, mientras que los trabajadores chinos podrían haberse beneficiado más del modelo de economía exportadora si no hubieran sufrido una disminución en los salarios reales.
Una estrategia de crecimiento basada en las exportaciones no es posible para todos los países, por una serie de razones. Entre ellas está el lógico corolario de que no todos pueden ser exportadores netos ya que algunos países deben ser importadores netos de bienes y servicios. Son estos últimos países los que han apuntalado la demanda global en la década pasada, junto con la demanda de materias primas que han provisto los insumos para las manufacturas exportadas.
A nivel nacional, las políticas tendientes a aumentar los salarios y estimular el consumo pueden ayudar a mantener la demanda y el empleo, factor clave para conseguir la reducción sostenible de la pobreza contemplada en el ODM 1. Internacionalmente, el incremento de la demanda de importaciones de esos países y aquí me estoy refiriendo específicamente a China y otras naciones asiáticas- puede ayudar también a reequilibrar las enormes asimetrías en reservas extranjeras. La actual retirada de alrededor de siete billones de dólares de la economía mundial, que está siendo empleada como una forma de autoaseguramiento en materia de reservas en divisas, representa una gigantesca caída de la demanda para la economía mundial y para los países en desarrollo en particular, precisamente en momentos en los que es más necesaria. Reequilibrar la tenencia de reservas, junto con el crecimiento salarial, son dos áreas que podrían tener un inmediato pero sostenible impacto en la demanda y finalmente en la reducción de la pobreza.
La respuesta correcta en las actuales condiciones económicas mundiales, por lo tanto, no es la de congelar o reducir salarios o de incrementar los impuestos, que castigarían a los más vulnerables, sino la de invertir en el crecimiento, particularmente a través de estímulos fiscales y de inversiones en capacidades productivas. (FIN/COPYRIGHT IPS)
(*) Supachai Panitchpakdi, Secretario General de la Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD)