UNIÖN EUROPEA: DE MAL EN PEOR

La Unión Europea está pasando momentos muy difíciles. La comunidad de 27 naciones del Viejo Contiinente no cuenta, no obstante el Tratado de Lisboa, que entró en vigor el 1 de diciembre del 2009, con un comando unificado. Por el contrario, con la designación de un nuevo Presidente del Consejo Europeo, el belga Herman Van Rompuy, y de la diplomática británica Catherine Ashton, que tiene a su cargo las relaciones internacionales de la Unión, además de la Comisión Europea bajo la presidencia de José Manuel Durão Barroso a la cual se superpone, en los próximos seis meses la llamada presidencia rotativa que ejerce el primer ministro belga Ives Leterme, la dispersión de funciones ha creado una mayor confusión.

A esto se agrega que los mayores Estados de la Unión Europea -la locomotora franco-alemana y otros como el Reino Unido, Italia y tal vez España y Polonia- no logran ponerse de acuerdo sobre las medidas a adoptar, concertadamente, para enfrentar y superar la crisis.

Hoy, más aún que antes, ha cobrado actualidad la frase pronunciada en los años setenta por Henry Kissinger cuando era el Secretario de Estado norteamericano y se quejaba de «no tener un teléfono al que llamar cuando necesito comunicar algo importante a Europa».

Lo cierto es que los 27 gobiernos de los países miembro de la Unión no se entienden -como tampoco los 16 de la zona del euro- acerca de la definición de una política concertada y convergente en razón de la subsistencia de egoísmos y particularismos nacionales.

El Banco Central Europeo (BCE) está presidido por un francés que en realidad es pro-alemán y desde la sede del banco en Frankfurt emite medidas muy severas orientadas a una rápida reducción de los déficit presupuestarios y de los endeudamientos externos, públicos y privados. Pero de este modo se desprotege a las personas, no se ponen frenos a una desocupación creciente, a una pobreza en aumento, a la exclusión social y a las desigualdades que se ahondan, cada vez más, entre pobres y ricos.

Esta política va en dirección contraria a la que está postulando el Director Ejecutivo del Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss-Kahn, un francês que vive en Washington y considera (ahora) que las recetas neoliberales sólo pueden agravar la depresión en los países que las asumen.

La primera ministra de Alemania, Angela Merkel, que se ha revelado menos perspicaz de lo que pareció en los primeros tiempos de su mandato no se entiende ni se pone de acuerdo con el Presidente de Francia Nicolas Sarkozy, quien por su parte ha descendido al más bajo nivel de popularidad que ha tenido un presidente francés desde los tiempos del general Charles De Gaulle.

La Italia de Silvio Berlusconi comienza a poner en evidencia grandes rupturas sociales y políticas y la popularidad del primer ministro merma día tras día. España aspira en este momento una bocanada de aire fresco gracias a la victoria en la Copa Mundial de Fútbol; pero las dificultades entre las periferias y el centro tienden a agravarse. El Reino Unido está sumido en la mayor crisis económica, financiera y política que ha vivido desde la última guerra mundial. Para no hablar de Irlanda, de Bélgica y de algunas naciones de Europa Oriental.

Los europeos -que se precian de declararse europeístas- tienen que reaccionar, tanto a nivel nacional como regional. La Unión Europea es el más interesante y original proyecto de paz y de bienestar social que se conoce. No podemos dejar que la crisis la destruya. Pues tal es el gran riesgo. Y los europeos son los primeros y los más directamente interesados. Deben ponerse de pie y luchar para cambiar el rumbo político y evitar que la Unión Europea se disgregue y arrastre consigo a Occidente. Sería una tragedia para todo el mundo. (FIN OPYRIGHT IPS)

(*) Mário Soares, ex Presidente y ex Primer Ministro de Portugal.

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