Como un manjar de casi irresistible atracción, el chocolate ha jugado siempre papeles contradictorios en la vida humana. Para aquellos que lo consumen se trata de una exquisita experiencia. Para quienes cultivan el cacao con el que se hace el chocolate, en cambio, muy a menudo tiene un sabor decididamente amargo. Para aquellos que luchan por sobrevivir con la mísera paga que reciben por los granos de cacao que recogen no hay satisfacción alguna sino penurias. Y muchos de los que cultivan cacao nunca han probado el chocolate.
Tal como es normalmente procesado, el chocolate es una golosina, no una verdadera comida. Pero el cacao es cultivado desde hace cuatro mil años y durante casi todo ese tiempo, menos en los últimos 150 años, ha sido un alimento y un medicamento, no una confitura. Algún indicio de su valor nutricional ha sido revelado en una reciente investigación científica en la que se indica que el cacao es rico en antioxidantes, flavonoides, epicatechin y otros ingredientes que protegen contra los ataques cardíacos, los derrames cerebrales, el cáncer y la diabetes. Pero la mayor parte del chocolate que se consume actualmente consiste en realidad en una mezcla de azúcar y leche recubierta con una capa de chocolate hecho con granos de cacao de calidad inferior, altamente propicia para estimular la obesidad.
Sin embargo, el chocolate no tiene porque ser malo para nosotros o un mal negocio para los cultivadores de cacao. Si es adecuadamente cultivado, procesado y comercializado puede ser una fuente de transformaciones en el sector de la alimentación y de la nutrición, reavivar culturas, beneficiar a la agricultura y a la biodiversidad, así como la salud personal y social.
El 70% del cacao hoy en día viene del oeste de África, donde constituye un monocultivo de pocas variedades. Pero el cacao es nativo de las espléndidamente diversas selvas pluviales de América Central y del Sur. Allí crece en forma silvestre entre cientos de especies de árboles y plantas, muchas de las cuales poseen aún inexploradas propiedades nutricionales o medicinales.
En Brasil, la cabruca, un original método de cultivo del cacao de una antigüedad de al menos 250 años, deja intacta a la selva tropical original. Simplemente abre espacios debajo del manto de la selva para que allí crezcan los árboles de cacao. La cabruca tiene el potencial para proporcionar a los agricultores una parcial base económica para preservar las selvas tropicales que aún quedan en la vasta Mata Atlántica brasileña y para todas las selvas pluviales donde también se cultiva el cacao.
La cabruca es una forma de agrosilvicultura, en que la agricultura combina los cultivos con la crianza de animales domésticos y la utilización respetuosa de los bosques silvestres ricos en productos alimenticios de una manera mutuamente beneficiosa para los ecosistemas. Al contrario de la agricultura industrializada, que elimina toda la flora circundante y planta sus cultivos cada temporada en terrenos recién arados, la agrosilvicultura opera en largos ciclos en los cuales los árboles producen sus frutos durante cien años o más sin que el agricultor necesite jamás arar el suelo. Entretanto, bajo su manto protector, las gallinas, los cerdos y otros animales domésticos pueden ser criados y su estiércol utilizado para fertilizar tanto los árboles silvestres como los domesticados.
Tan altamente diverso ecosistema es adecuado para revertir las condiciones desastrosas a las cuales la agricultura industrial está llevando al ambiente. Los réditos que es posible obtener por una amplia serie de cultivos en las selvas pluviales bien pueden proteger a los agricultores contra los problemas del monocultivo en otras zonas. El propio cacao ha sido atacado en años recientes por plagas que han reducido las cosechas en el continente americano hasta en un 90%.
Un enfoque más biodiverso para el cultivo del cacao puede proporcionar un poderoso incentivo económico para preservar y replantar las selvas pluviales que antes alfombraban todos los trópicos. Si se hace en una escala suficientemente amplia, replantar las selvas pluviales y administrarlas como ecosistemas de ciclos amplios puede también ayudar a estabilizar el clima en todo el mundo dado que aquellas absorben el exceso de dióxido de carbono producido por la actividad industrial.
Al mismo tiempo, los cultivadores necesitan y merecen una parte más grande de los frutos de su trabajo. Actualmente, sólo pueden vender sus granos crudos y recibir una minúscula fracción del precio que se les cobra a los consumidores. La parte del león de las ganancias va a los intermediarios, distribuidores y procesadores, que son algunas de las más grandes corporaciones del planeta. Sin embargo, es perfectamente posible, práctico y no particularmente caro, procesar el cacao en las regiones donde crece. La mayoría de los cultivadores no posee recursos para formar una cooperativa y construir sus propias instalaciones de procesamiento. Para ello, necesitarían la concesión de préstamos a bajo interés, quizás propiciados por los organismos internacionales que promueven medidas de mitigación del clima y financiados por los créditos de los bonos-carbono ganados a través de programas de reforestación.
Las bien intencionadas propuestas para reforestar los trópicos, mejorar el sustento de agricultores pequeños y reducir la descontrolada explotación de los recursos naturales han hasta ahora fracasado debido a la falta de incentivos económicos. Cultivado en los largos ciclos de la agrosilvicultura, procesado localmente y reforzado por la utilización de una gran diversidad de productos alimenticios y medicinales que se pueden obtener en las selvas tropicales, el cacao ofrece la posibilidad de una sólida base económica para sus productores. Pero también serviría para desafiar una bien arraigada red de intereses privados y públicos que aprovechan un sistema neocolonial de extracción de recursos común a muchas materias primas. Desde que tal sistema probablemente no será sustituido rápidamente, el éxito de tal reemplazo dependerá de cómo los dos enfoques puedan encontrar los modos de coexistir, como lo hace la propia flora de las selvas pluviales, en saludable competencia y cooperación de uno con el otro. (FIN/COPYRIGHT IPS)
(*) Mark Sommer, periodista y columnista estadounidense, dirige el programa radial internacional A World of Possibilities ( ).