AFGANISTÁN: La úlcera de EEUU

Funcionarios de Estados Unidos aseguran haber logrado importantes progresos en su campaña para revertir el resurgimiento del movimiento islamista Talibán en Afganistán, pero las últimas noticias sugieren lo contrario.

La base aérea estadounidense de Bagram, en Afganistán. Crédito: Depto. Defensa de EEUU
La base aérea estadounidense de Bagram, en Afganistán. Crédito: Depto. Defensa de EEUU
Incluso altos funcionarios militares reconocen en privado que su publicitada nueva estrategia contrainsurgente de "despejar, controlar y construir" en áreas disputadas del sur y este pashtún afgano no está funcionando como se esperaba, a pesar de la llegada de unos 20.000 soldados más en los últimos seis meses.

Las bajas entre los casi 130.000 uniformados estadounidenses y de otros miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) desplegados en Afganistán también están creciendo rápidamente.

Cuatro efectivos de Estados Unidos murieron el miércoles cuando talibanes abatieron el helicóptero en el que viajaban por la meridional provincia de Helmand, escenario en los últimos meses de una gran ofensiva de Washington por el control de la estratégica región agrícola de Marja.

La campaña causó esta semana 23 bajas en las fuerzas de la OTAN, incluyendo a 10 uniformados que murieron en diversos ataques el lunes, el día más mortal para la alianza en los últimos dos años.
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"Ha sido una dura semana", reconoció el miércoles el portavoz del Departamento de Defensa estadounidense, Bryan Whitman.

Diecisiete de los 23 eran soldados estadounidenses, lo que elevó a 1.100 el número de muertes dentro de las fuerzas desplegadas por Washington en Afganistán desde 2001, según el sitio web independiente iCasualties.

Altos funcionarios militares atribuyeron el creciente número de bajas al incremento de tropas en el terreno, así como al comienzo de la habitual ofensiva del Talibán cada verano boreal.

Sin embargo, el propio secretario de Defensa, Robert Gates, alertó que a Estados Unidos y a sus aliados de la OTAN se les acababa el tiempo para mostrar resultados.

"La única cosa que ningún público (de la alianza) tolerará, incluyendo el público estadounidense, es la percepción de un estancamiento en el que están perdiendo a sus jóvenes", dijo el miércoles en Londres, en vísperas de una reunión ministerial clave de la OTAN en Bruselas.

"Todos nosotros tendremos que mostrarle a nuestro público a fines de este año que nuestra estrategia está funcionando, logrando algún avance", añadió.

El presidente estadounidense Barack Obama, quien en noviembre pasado prometió el inicio de la retirada de Afganistán para julio de 2011, señaló que su gobierno realizaría una importante revisión de su estrategia a fines de este año, con el objetivo de constatar si realmente funciona.

Las últimas encuestas en Estados Unidos muestran una clara erosión del apoyo público al compromiso de Washington en la guerra, comparado con hace ocho meses, cuando Obama aceptó las recomendaciones del Pentágono de enviar un total de 30.000 soldados más a Afganistán, para que el contingente ascienda a 100.000.

Se espera que otros 34.000 uniformados de la OTAN y de otros países que no integran la alianza sean enviados para fines de este año.

Según una consulta del diario The Washington Post y la cadena ABC News divulgada el jueves, 53 por ciento de los entrevistados consideraron que "no valía la pena" la ofensiva en Afganistán, que el mes pasado, según la mayoría de las mediciones, superó a la Guerra de Vietnam como el conflicto más largo en la historia de Estados Unidos. Fue el mayor porcentaje de esa respuesta en más de tres años.

La misma encuesta concluyó que 39 por ciento del público estadounidense cree que Washington está perdiendo la guerra, contra 42 por ciento que sostiene lo contrario.

El creciente escepticismo sobre la utilidad del conflicto, incluso dentro de las propias Fuerzas Armadas, parece tener varias razones.

La desilusión con el presidente afgano Hamid Karzai, que ya había crecido tras las fraguadas elecciones del año pasado y las denuncias de nepotismo en su administración, aumentó aun más la semana pasada, cuando el jefe de Estado destituyó a sus dos principales funcionarios en materia de seguridad: el ministro del Interior, Hanif Atmar, y el jefe de inteligencia, Amrullah Saleh.

Ambos eran considerados por Occidente los miembros más competentes del gabinete.

Los dos funcionarios se habrían opuesto fuertemente a la orden de Karzai de liberar a todos los talibanes detenidos sin suficiente evidencia en su contra como para ser juzgados.

La orden fue la última en una serie de medidas destinadas a buscar una reconciliación con los líderes del Talibán, algo a lo que Washington se opone tajantemente.

Entre otras cosas, Estados Unidos teme que una acción así lleve a la Alianza del Norte, conformada por grupos no pashtunes, a romper sus acuerdos con el gobierno y a prepararse para una nueva guerra civil como la que devastó a Afganistán antes de que el Talibán tomara el control en 1996.

La intención de Karzai de buscar una reconciliación se origina en su convicción de que la estrategia de Estados Unidos no tiene posibilidades de debilitar, y mucho menos derrotar, al movimiento islamista.

Esa impresión podría estar fundada en una correcta evaluación de lo que está ocurriendo en el terreno.

De hecho, la campaña de Marja, promocionada como una gran prueba de la nueva estrategia de Washington cuando fue lanzada en febrero, parece estar fracasando. El mes pasado, el comandante de las fuerzas aliadas en Afganistán, Stanley McChrystal, la definió como una "úlcera sangrante".

* El blog de Jim Lobe sobre política exterior puede leerse en: http://www.ips.org/blog/jimlobe/.

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