Recolectores namibios quieren controlar garras del diablo

La namibia Nguni Diyasen remueve suavemente la tierra con una azada y luego agranda el hoyo con las manos. A 50 centímetros de la superficie descubre la raíz amarronada de una garra del diablo (Harpagophytum zeyheri).

Nguni Diyasen pone garras del diablo a secar. Crédito: Servaas van den Bosch/IPS
Nguni Diyasen pone garras del diablo a secar. Crédito: Servaas van den Bosch/IPS

Utilizada para tratar la artritis y el reumatismo, esta planta también constituye el único ingreso de la agricultora.

«Si se le torció una pierna y no puede enderezarla, use esta planta», recomendó el recolector Dickson Spreuke.

Según Johannes Litcholo, de la aldea de Omega, en el nororiental Parque Nacional de Bwabwata, «en promedio, la garra del diablo les proporciona a los cultivadores 50 dólares por temporada».

«Ésta dura desde junio a octubre, y cualquier cosechador pasa hasta seis semanas recolectando», continuó.
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«Para esto juntamos a nuestros hijos y todas nuestras pertenencias, cargamos agua sobre nuestros burros y nos aventuramos en lo profundo del bosque, donde encontramos las plantas en suelos arenosos. A veces, manadas de elefantes quieren nuestra agua. Otras, los leones persiguen a los cosechadores», relató.

Los khwe, una tribu del pueblo san, son los habitantes originales del área. Actualmente pasan sus días en bases militares abandonadas, yermos recordatorios de la guerra en la que Namibia se independizó de Sudáfrica.

Por su calidad de baquianos, durante la guerra el ejército sudafricano usó a los khwe para orientarse. Esto convirtió a los integrantes de esta comunidad en objetos de la ira del gobierno que llegó al poder tras la independencia.

Como las regulaciones restringieron sus movimientos en el parque, algunas de sus habilidades ancestrales, como el rastreo y la caza, se han olvidado rápidamente, y abundan el acoholismo y el VIH/sida (síndrome de inmunodeficiencia adquirida).

Recolectada por la industria farmacéutica en los años 60, esta planta se vendía en el exterior, pero nadie de la comunidad se hizo rico con ella.

«El comercio no estaba regulado y era insostenible», recordó Friedrich Alpers, de Integrated Rural Development and Nature Conservation (IRDNC), entidad que promueve que los habitantes de Bwabwata generen ingresos mediante la agricultura orgánica, el turismo y la caza deportiva.

«Las camionetas llegaban en mitad de la noche y (sus tripulantes) les pagaban a los khwe una suma ínfima por la garra del diablo», agregó.

Hace dos años, IRDNC logró un contrato entre la Asociación Kyaramacan, que representa a los 5.000 residentes del parque, y un exportador que garantizó un precio justo.

Un programa de cultivos orgánicos capacitó a 361 agricultores que en 2009 reunieron 18 toneladas de garras del diablo.

Mientras Diyasen corta un tubérculo del tamaño de su antebrazo, explica que deja intacta la raíz de la planta para asegurar que vuelva a crecer adecuadamente.

El tubérculo se corta con un cuchillo de acero inoxidable para impedir la contaminación, y se pone a secar sobre una red, fuera del alcance de pollos hambrientos y depredadores curiosos. El agujero que se cavó se tapa cuidadosamente, para que la planta pueda cosecharse nuevamente en el futuro.

«Todas estas medidas se toman para garantizar una cosecha sostenible y orgánica, para la cual hay un mercado en el exterior», dijo Alpers.

«En 2008, el precio era dos dólares por kilogramo, que es bastante alto. Pero a causa de la recesión y del almacenamiento que llevan a cabo los productores, el año pasado el precio se redujo a la mitad. Con un certificado de cosecha orgánica, esperamos que el precio llegue a tres dólares por kilogramo», agregó.

Pero Dave Cole, gerente de Productos Naturales Indígenas de la Cuenta Reto del Milenio, advirtió que hay que moderar las expectativas. «Yo quisiera que los agricultores cobraran más, pero la realidad del mercado es diferente», dijo.

De hecho, lo que el exportador ofrece al grupo de Bwabawata para 2010 es la decepcionante cifra de 1,30 dólares por kilogramo de garra del diablo.

De todos modos, Cole señaló que hacer que los cultivadores participen en el manejo de un recurso sustentable es la mejor manera de crear una industria igualmente sostenible.

«La cosecha orgánica y la organización de la industria exportadora de un modo que reconozca el rol de los khwe en la cadena productiva es vital. Sólo entonces los ingresos derivados de los productos farmacéuticos llegarán a la comunidad», planteó.

Sin embargo, el recurso puede estar experimentando presiones, dado que la biodiversidad de Bwabwata está amenazada. El cambio climático preocupa a los khwe.

«Los ancianos dicen que cada vez hace más calor y hay menos lluvia. Si el clima se vuelve más seco no será bueno para las plantas, que escasearán», dijo Spreuk.

Una preocupación más inmediata es la llegada de la agricultura a algunas áreas del parque.

Durante años se postergó una concesión para un emprendimiento de caza deportiva potencialmente lucrativo, en parte debido a la interferencia de inescrupulosos operadores de safaris.

«Hasta entonces sobreviviremos en base a fondos de pensiones, alivio de sequías y vegetales. El hambre es una realidad», dijo Litcholo.

Aunque todavía hay cantidades importantes de garras del diablo enterradas en lo profundo de los suelos arenosos del Parque Nacional de Bwabwata, un mayor desarrollo, turismo masivo, cambio climático y contaminación constituyen amenazas reales a la biodiversidad del área.

«Tenemos muchos recursos, pero no los controlamos. ¿Por qué nuestros derechos están tan limitados?», planteó Andrew Ndala, del IRDNC.

* Este artículo es parte de una serie de reportajes sobre biodiversidad producida por IPS, CGIAR/Bioversity International, IFEJ y PNUMA/CDB, miembros de la Alianza de Comunicadores para el Desarrollo Sostenible (http://www.complusalliance.org).

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