La explosión de proyectos inmobiliarios en las costas del Pacífico de Costa Rica amenaza la biodiversidad del país y nubla el futuro del turismo ecológico que tanto promueve, alertó un estudio de científicos nacionales y estadounidenses.
El informe fue elaborado durante dos años por el no gubernamental "Center for Responsible Travel" (Crest), de la estadounidense Universidad de Stanford, y desnuda los problemas del modelo turístico costarricense, en que destaca el descontrolado auge de resorts y residencias vacacionales.
"La prioridad es hacerse rico, sin importar quién caiga en el camino", aseguró a IPS Gady Amit, presidente de la organización ambientalista Confraternidad Guanacasteca.
El crecimiento de la infraestructura turística ha dañado en forma irreversible a la noroccidental provincia de Guanacaste, en el Pacífico norte, y contraviene las bases del turismo verde con que Costa Rica promueve el sector.
Y en su voracidad también amenaza a la península de Osa, en el Pacífico sur, uno de los 25 puntos del planeta con mayor concentración de biodiversidad, 2,5 por ciento del total. "Es un tesoro en biodiversidad inusual, de los pocos que quedan en el mundo", alertó la investigadora de Crest Margarita Penón.
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El estudio "El impacto del desarrollo asociado al turismo en la costa pacífica de Costa Rica" fue presentado este mes en San José por el director de Crest, Williham Durham, y varios de los investigadores involucrados. En él, se recomienda "repensar" el desarrollo turístico e inmobiliario asociado, antes de que sea tarde.
Pero el gubernamental Instituto Costarricense de Turismo (ICT), que dirige el sector, no concuerda con sus planteamientos.
María Amalia Revelo, subgerente y directora de mercadeo del ICT, aseguró a IPS que el modelo de desarrollo turístico interno se basa desde hace 15 años "en pequeños establecimientos de hospedaje, que se ha complementado con hoteles de mediano tamaño".
Se mantiene el promedio de 17 habitaciones por hotel, "lo que indica que el modelo turístico del país se ha sostenido en el tiempo", aseguró.
Revelo admitió que existen algunos grandes hoteles en las costas pacíficas, pero dijo que eso no es lo común y que "grande no es sinónimo de malo". A su juicio, el país ha logrado la coexistencia de ambos modelos hoteleros.
Pero los ambientalistas locales y Crest coinciden que el mayor problema está en el sector inmobiliario, con urbanizaciones de grandes dimensiones en la propia línea costera, campos de golf y centros comerciales.
"Al menos el sector hotelero conlleva puestos de trabajo, el residencial, cuando acaba la construcción, no", dijo Amit.
Crest resalta que estos excesos van a condenar al área a sufrir deslizamientos de tierra, contaminación y deterioro de los manglares, arrecifes y bosques característicos de sus ecosistemas, así como la futura carencia de agua potable.
De hecho, algunas poblaciones locales comienzan a tener problemas con el abastecimiento de agua, ante el alto consumo de los turistas y los campos de golf. La comunidad de Sardinal, en Guanacaste, comenzó una abierta confrontación con el gobierno central para defender sus derechos sobre el agua.
En otras localidades, como Tamarindo, el turismo residencial desplazó a sus habitantes locales. "No quedan pobladores, ni casi empresarios", comentó Amit.
La razón es que los precios del suelo, de los bienes inmobiliarios y de los servicios se dispararon, y la mayoría de los costarricenses carecen de ingresos para pagarlos.
En Papagayo, uno de los mayores polos turístico-inmobiliarios del país, los terrenos se vendieron a unos 100 dólares por hectárea, y actualmente "con ese dinero apenas se puede comprar un metro cuadrado", aseveró el dirigente ambientalista.
Además, la sobrepoblación asociada con el desordenado desarrollo multiplicó la contaminación costera.
"La gente se está bañando en pura mierda", dijo Amit con crudeza.
La playa de Tamarindo debió ser cerrada varias veces por altas concentraciones de materia fecal. Los grandes complejos hoteleros y residenciales carecen de plantas de tratamiento de aguas residuales, o apenas las utilizan cuando las tienen, para ahorrar los costos de mantenimiento.
Mientras, en Osa "la amenaza está latente y cada vez se nota más cerca", comentó Merlyn Oviedo, propietario de un pequeño hotel en Puerto Jiménez, una localidad del concentrado muestrario de ecosistemas del trópico húmedo.
Explicó que los empresarios turísticos de la península sienten que su oferta de hábitats naturales es amenazada por un desarrollo opuesto al ecoturismo.
Nuevas carreteras comunican San José y el Pacífico central con Osa, en el extremo sur de la provincia de Puntarenas. Así se facilita y acorta el acceso al área promocionada como la última frontera salvaje costarricense.
"Estamos a favor de estas infraestructuras, pero da miedo lo que puedan traer", dijo Oviedo, que puso como ejemplo negativo una "vía exagerada", que llega a tres kilómetros de su establecimiento.
Los planes para transformar el aeropuerto local de Osa en internacional prendieron todas las alarmas. El director de Crest fue enfático en recomendar que se anule esa idea, porque favorecería "desarrollos monstruosos" y depredadores. "La amenaza sería enorme", ratificó Oviedo.
La subgerente Ravelo negó que en Osa se vaya a imitar el modelo de Guanacaste porque sus ecosistemas y sus ofertas son muy diferentes. En la península hay variedad de bosques y humedales, mientras que al norte domina el paisaje tropical seco.
El estudio crítica la poca regulación y ordenamiento territorial y la existencia de 35 organismos escasamente coordinados, involucrados en el otorgamiento de permisos para los proyectos inmobiliarios y turísticos en el Pacífico.
La investigación confirma que en Costa Rica se enfrentan cada día más dos intereses: el del sector turístico, que genera 2.000 millones de dólares y dos millones de visitantes cada año, y los de la conservación ambiental en un país que en poco más de 51.000 kilómetros cuadrados alberga 4,5 por ciento de la biodiversidad mundial.