A Washington le interesa o preocupa muy poco lo que Europa, colectivamente como Unión Europea (UE) o individualmente por países, pueda hacer en sus relaciones con el resto de las Américas. En realidad, esta actitud es un reflejo y consecuencia de la disminución del interés por la subregión del sur, a causa del predominio de la urgencia de acción hacia otras zonas, como el Oriente Medio, China, y en general sobre el tema del terrorismo internacional.
Geográficamente, a medida que uno se aleja del área de cercana influencia de Washington (Caribe, Centroamérica y, sobre todo, México) el interés del gobierno estadounidense decrece aún más. Sin embargo, existen todavía unos temas puntuales que merecen, por lo menos, cierta atención, sin exagerar su importancia, que a la postre es mínima.
En cuanto a Cuba, excesivas fueron las expectativas de observadores en Estados Unidos y España con respecto a la hipotética labor de mediación entre Madrid y La Habana, que repercutiera en fórmulas para conseguir una evolución del régimen cubano que fuera aceptable para Washington, como condición de una modificación o eliminación del histórico embargo. Es cierto que España, como protagonista idóneo en el contexto de la UE en ese tema, fue identificada tempranamente como un actor útil para la política de Washington en el aparente intratable dilema de qué hacer con el régimen cubano a la vista del fracaso histórico de la estrategia de aislar al régimen castrista y provocar su caída.
La política de implicación constructiva de la UE, liderada por España, se veía como alternativa. Pero la resistencia del Presidente Raúl Castro a hacer concesiones y la reanudación de la táctica de su hermano Fidel para identificar la política europea de condicionar las relaciones con la propia estrategia de Estados Unidos han convertido esta colaboración en imposible.
Más útil puede resultar la colaboración europea en los proyectos de reconstrucción de zonas afectadas por desastres naturales, como huracanes en el Caribe y ahora el terremoto que casi ha destruido Haití, además del más reciente de Chile. Las credenciales de la UE y sus Estados miembros son notorias: más de la mitad de la ayuda humanitaria y de desarrollo tiene origen europeo. Si desapareciera, numerosas zonas de América Latina quedarían totalmente huérfanas de apoyo exterior.
No está claro en la actualidad qué pueden hacer las potencias europeas en cuanto al diferendo entre Washington y el Presidente Hugo Chávez, que no parece haber mejorado tras la sucesión de George W. Bush (el foco de los ataques venezolanos) por Barack Obama. Lo cierto es que los países con mayores intereses en Venezuela han sufrido el impacto de las decisiones del líder venezolano, en forma de expropiaciones.
Los programas de cooperación entre Venezuela y la UE son modestísimos. Igual puede decirse con respecto a Bolivia, y en menor grado Ecuador. De ahí que la relación especial entre la UE y Brasil (como ejemplo del abandono sutil de la política exclusiva en bloques) pueda encajar con los planes de Washington (reflejo de su historia) para identificar socios con peso en distintas regiones del mundo para establecer coaliciones. Pero la agenda errática del Presidente brasilero Lula no parece haber contentado a los responsables de la política exterior norteamericana.
Centroamérica y México se presentan como terrenos también posibles de colaboración. El tráfico de drogas y la emigración descontrolada (los peligros de una Cuba en transición o con tensiones internas) son temas en los que el consejo y la colaboración europea puede resultar eficaz. El narcotráfico es un cáncer dualmente provocado por el consumo en Europa y Estados Unidos. La masiva emigración es una realidad actual que Estados Unidos y Europa comparten. Aunque de momento las amenazas del uso del territorio latinoamericano por el terrorismo internacional sólo aparecen como potenciales, de generarse este problema, Europa podría convertirse en un efectivo aliado de Estados Unidos.
En el terreno económico, menos preocupación pueden levantar las inversiones europeas en Latinoamérica, ya que se presentan como más beneficiosas que la apertura asiática y de China en particular hacia Latinoamérica. Si hace un par décadas se veían los planes de integración regional en América Latina, siguiendo el modelo de la UE, como competidores de los esquema de libre comercio patrocinados por Estados Unidos (NAFTA, ALCA), ahora se consideran como posibles colaboradores de la estabilidad de la región. Está por ver cómo van a coincidir o colisionar las actitudes europeas y las norteamericanas en cuanto a la aparición de esquemas evidentemente opuestos a la presencia de Estados Unidos (ALBA) o exclusivamente latinoamericanos (UNASUR, o más recientemente la Organización de Estados Latinoamericanos y del Caribe). (FIN/COPYRIGHT IPS)
(*) Joaquín Roy es catedrático Jean Monnet y Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami (jroy@Miami.edu).