Que 1.020 millones de personas estén hambrientas en un mundo lleno de alimentos es una mala noticia. Pero hay otra aún peor: esta cifra apenas cuenta una parte de la historia de la inseguridad alimentaria mundial.
Esto no se debe solamente a que las estadísticas nunca mostrarán un panorama completo sobre las víctimas que este flagelo se cobra entre quienes no tienen suficiente comida.
También obedece al simple hecho de que la cantidad de personas que padecen inseguridad alimentaria es en realidad mucho mayor que esos números, de por sí escandalosos. Cuánto mayor, nadie lo sabe.
Cada octubre, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) elabora las estadísticas sobre el hambre que luego citan líderes internacionales, políticos, organizaciones no gubernamentales y medios de comunicación cuando debaten sobre el tema.
Dada la complejidad de la tarea y los recursos que conlleva, no tiene rivales en este cometido.
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La FAO adopta un enfoque conservador, presumiblemente para evitar que la acusen de exagerar el problema.
Primero analiza datos sobre comercio y producción alimentaria de estados individuales, a fin de evaluar cuál es la cantidad disponible de alimentos. Luego se sirve de patrones de consumo interno para calcular el acceso a ellos y qué proporción de una población dada está desnutrida.
El principal gran problema es que las estimaciones sobre los alimentos que se necesitan para satisfacer las necesidades mínimas de energía se basan en los requisitos para un estilo de vida sedentario. Esto sugiere que muchas personas no se cuentan como desnutridas aunque no estén consumiendo suficientes calorías para llevar una vida saludable y activa.
Tal vez un problema aún mayor sea que, aunque se acepte a las cifras de la FAO como representativas de la población desnutrida, esto de todos modos no habla de cuántos pobres están mal alimentados por no poder pagar una dieta adecuada.
El dicho según el cual "no sólo de pan vive el hombre" es verdadero, tanto literal como figurativamente.
Una persona puede satisfacer sus necesidades de energía llenándose con arroz o papas, pero si no puede realizar variaciones en su dieta no obtendrá micronutrientes clave como hierro, iodo, vitamina A y zinc, con efectos dramáticos para su salud y su capacidad de funcionar.
Ese caso se refiere específicamente a la malnutrición inducida por la pobreza. Pero también se considera malnutrida a la población de países en desarrollo que es obesa por ingerir una cantidad excesiva de calorías.
Lo mismo ocurre, además, con las personas que padecen enfermedades que impiden que sus organismos se nutran adecuadamente a partir de los alimentos, aunque los consuman de modo satisfactorio. Pero estos grupos no son parte de este análisis.
Cifras difundidas el año pasado por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) sugieren que la malnutrición causada por la pobreza es un enorme problema.
A veces se la llama "hambre oculto" y puede tener consecuencias irreversibles, especialmente para los niños menores de dos años y para los fetos de madres malnutridas.
Según Unicef, 129 millones de niños menores de cinco años en los países en desarrollo tienen un peso inferior al que deberían, y por lo tanto están malnutridos. Pero la cantidad de esos pequeños que padecen raquitismo a raíz de dietas inadecuadas es muy superior, situándose en 195 millones.
"La cantidad estimada de personas con deficiencias de hierro o iodo es en realidad mucho mayor que la de desnutridas, en el sentido de deficiencia energética dietaria", dijo a IPS la especialista en seguridad alimentaria Doris Wiesmann.
La FAO reconoce que también hay otros elementos que no llega a cubrir.
"Las personas que están adecuadamente nutridas hoy, pero corren el riesgo de estar desnutridas en el futuro" debido la posibilidad de un desastre natural o una crisis económica que derive en la pérdida del empleo, también padecen inseguridad alimentaria, dijo David Dawe, economista de la FAO.
"Pero no hay estimaciones confiables de cuántas personas están en esa situación", agregó.
La FAO es la primera en admitir que ninguna cifra puede representar plenamente la inseguridad alimentaria. También tiene poco espacio para maniobrar porque, si cambiara radicalmente sus métodos, sus estadísticas se volverían inútiles a los efectos de comparaciones históricas.
Wiesmann ayudó al Instituto Internacional de Investigación sobre Políticas Alimentarias, con sede en Washington, a desarrollar el Índice Global del Hambre, que combina las cifras de la FAO sobre proporción de desnutridos con indicadores sobre malnutrición y mortalidad infantiles.
Pero aunque este sistema llega a un resultado que brinda un panorama más amplio sobre la situación del hambre en un país dado y es útil para efectuar comparaciones nacionales, regionales y mundiales, no sirve para obtener números absolutos sobre individuos que padecen inseguridad alimentaria.
Y aunque supiéramos exactamente cuántas son esas personas, o incluso que duplican la cifra actual, hay motivos para dudar de que eso implique alguna diferencia para las víctimas.
En la Cumbre Mundial sobre la Seguridad Alimentaria que la FAO llevó a cabo en noviembre del año pasado en Roma, la comunidad internacional no acordó compromisos vinculantes en materia de asistencia, ni establecer un plazo para erradicar el hambre.
Y esto, pese a que pocos días antes la FAO había dicho que la cantidad de desnutridos había superado por primera vez el umbral de 1.000 millones.