INDÍGENAS-VENEZUELA: El cuerpo como lienzo

Pintura yanomami Crédito: Fidel Márquez/IPS

Hombres y mujeres de la etnia yanomami trazan sobre sus cuerpos líneas rectas, curvas, punteadas, paralelas, con arcos, círculos, triángulos, rectángulos, cuadrículas, telas de araña o aros, que se enlazan como en un tablero de damas chinas.
«Nos pintamos cuando hay fiesta, para mostrar que estamos alegres, y también para oír bien el canto del «shamán» cuando nos llama», explicó a IPS el artista yanomami Sheroanawe Hakihiiwee.

Es que el shamán (chamán) canta (para ahuyentar los malos espíritus) pero no puede hacerlo solo», añade.

La población yanomami está conformada por unas 20.000 personas dispersos en comunidades de 200 a 250 que habitan un shabono o vivienda comunal. Alrededor de 70 por ciento de ellos viven en el extremo sur del país, a unos 1.000 kilómetros de Caracas, y el resto en el norte brasileño.

Hasta hace medio siglo estuvieron casi totalmente aislados y, según dijo a IPS el antropólogo e historiador Daniel de Barandiarán, su presencia en ese territorio se puede remontar hasta 25.000 años de antigüedad. Se les considera un testimonio viviente del hombre de la Edad de Piedra.

Durante milenios han subsistido en la Amazonia, con pequeños sembrados de unos pocos vegetales, la cacería y también la recolección, actividades que les proveen alimento, curare (veneno para sus flechas), yopo (alucinógeno de empleo ritual), fibras para su cestería y chinchorros (hamacas), y tintes para sus cuerpos.

La pintura «la hacemos con onoto (achiote, Bixa orellana) y tintas que conseguimos de cortezas, hojas machacadas y frutos que se secan», indicó Hakihiiwee.

 

Pintura yanomami Crédito: Fidel Márquez/IPS

 

«Quien no se quiere pintar, nosotros le decimos que se perdió, ya no quiere más ser yanomami. Y eso está pasando, especialmente con quienes van a poblados y ciudades. Por eso trabajamos para proteger nuestra cultura», agregó.

Para ayudar a sostener ese rasgo de su cultura, Hakihiiwee decidió trasladar a otros soportes los trazos del dibujo corporal yanomami, apoyándose en la memoria de su madre y otros parientes de su comunidad de Pori Pori, a orillas del alto Orinoco.

El resultado fueron docenas de dibujos sobre papel artesanal, de distintos formatos, y de los cuales una muestra se exhibe en la galería Oficina Número 1 de Caracas. La mayoría de los trazos son líneas acordes con su cosmogonía, incluso los que semejan una tela de araña «que es un espíritu también», según el artista.

«En la cultura yanomami tradicional no existe el papel, pero en Pori Pori y otras comunidades se hicieron talleres de reciclaje y elaboración de papel a base de fibras naturales», contó a IPS Álvaro González, conservador de libros y papel en el estatal Instituto de Estudios Avanzados e impulsor de la tarea emprendida por Hakihiiwee.

Sobre ese papel, a modo de pancarta de seis metros de largo por 25 centímetros de ancho, mujeres yanomami escribieron y dibujaron el relato de Iwariwe, héroe mítico que robó el fuego desde la garganta a un caimán para que el pueblo pudiera cocer sus alimentos.

Ese libro fue despachado a la ciudad estadounidense de Chicago para ser mostrado en el Columbia College Center for Book and Paper Arts, suerte de templo del papel a donde también viajará Hakihiiwee con algunos de sus dibujos para dar una conferencia.

En Pori Pori y comunidades aledañas, el equipo de González promueve talleres para reciclaje de materiales, elaboración de papel con fibras locales y encuadernación, así como dibujo y escritura de sus propios mitos e historias a niños y jóvenes yanomami.

Uno de los maestros es Hakihiiwee, como tantos de los suyos diestro tejedor de chinchorros, fabricante de cestos y de flechas. Los yanomami, autosuficientes, cuando recorren su selva prácticamente no llevan equipaje e improvisan los útiles necesarios a medida que avanzan, con los materiales a la mano.

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«Es la manera como los grandes pueden enseñar a los niños, junto con las artes de cazar, pescar y recolectar, para poder sostener su cultura y tradiciones al cabo de décadas de intervención de misioneros católicos, evangélicos, de las estadounidenses Nuevas Tribus y operadores políticos», comentó González.

Hakihiiwee no comulga con ninguna de esas religiones nape (extranjeras). «Toda mi familia usa tabaco, mastica chimó (jalea a base de tabaco) y eso es contrario a las enseñanzas con las que llegan los evangelizadores. Pero sí, ya alguna comunidad se perdió con esa evangelización», aseveró.

Cuando concluya su muestra «O ni The Pe Comi» (Todos los dibujos están aquí) y vuelva de su viaje, Hakihiiwee, de 37 años, planea continuar con la preservación de su cultura regresar a sus dibujos, su enseñanza y la preservación de su cultura, oral durante milenios pero que con manos como las suyas comienza a pasar a la grafía.

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