MUJERES-BIRMANIA: Prostitutas en riesgo permanente

Cada noche, cuando la birmana Aye Aye (nombre ficticio) deja a su hijo menor, le dice que se va a trabajar como vendedora de refrigerios. Pero lo que en realidad vende es sexo, para que ese niño de 12 años pueda finalizar su educación.

"Todas las noches trabajo con la intención de darle dinero a la mañana siguiente, antes de que se vaya a la escuela", explica Aye, de 51 años, y madre de otros tres hijos, todos los cuales están casados.

Su amiga Pan Phyu, de 38 años, también es trabajadora sexual. Desde que su esposo falleció, se ocupa de sus tres hijos, aparte de su madre y su tío.

Pero la fuente de ingresos de Aye y de Phyu está mermando rápidamente, porque ya no es tan fácil conseguir clientes a sus edades. Actualmente hay muchas mujeres más jóvenes que se dedican al comercio sexual, por las difíciles condiciones económicas que se viven en Birmania, donde la prostitución es ilegal.

Las vidas cotidianas de las dos amigas están marcadas por los riesgos que acarrea un trabajo ilegal, y que van desde abusos perpetrados por los clientes y acoso policial hasta preocuparse por contraer enfermedades de transmisión sexual, entre ellas el VIH (virus de inmunodeficiencia humana, causante del sida).
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Es difícil acceder a cifras precisas sobre la cantidad de trabajadoras sexuales que operan en el país. Pero algunos informes de prensa señalan que hay más de 3.000 centros de esparcimiento, como bares con karaoke, salas de masajes o clubes nocturnos, donde se ejerce la prostitución. Se estima que hay seis meretrices en cada uno de estos lugares.

Para Aye y Phyu hay menos oportunidades de trabajo en los clubes nocturnos del centro de Rangún, por eso se ubican cerca de la autopista, en las afueras de la ciudad.

"Ya me cuesta encontrar incluso un cliente por noche, aunque algunos quieren usarme gratis. A veces me estafan y se van sin pagar", dice Aye suspirando.

Entre sus clientes hay estudiantes universitarios, policías, empresarios y taxistas. "Es verdad que a veces no conseguimos dinero, sino apenas dolor", agrega Phyu.

Muchos clientes piensan que pueden abusar fácilmente de las meretrices porque, como su trabajo es ilegal, no tienen posibilidades de defenderse.

"A veces recibo dinero por un cliente pero tengo que atender a tres. Si me niego o digo algo me golpean", relata Phyu, que se dedica a esta actividad desde hace 14 años.

"Si no les caigo bien al funcionario local de mi municipio o a mis vecinos, ellos pueden informar a la policía, que me puede arrestar en cualquier momento por comerciar sexo", agrega Aye.

Para evitar que los policías las acosen, Aye y Phyu tienen que darles o bien dinero o bien sexo. "Tenemos que hacernos amigas de ellos. Si no podemos pagarles un soborno nos amenazan con arrestarnos", explican.

"Algunos clientes vienen vestidos de civiles, pero durante la conversación me doy cuenta de que son policías", dice Phyu.

Hace pocos años, ella y su amiga fueron arrestadas cuando la policía allanó el hotel donde se encontraban, amparándose en la Ley de Eliminación de Burdeles. Aye pasó un mes en una cárcel de Rangún luego de pagar un soborno. Phyu no pudo pagar, así que estuvo presa un año.

Como a muchas prostitutas, nunca deja de preocuparles la idea de infectarse con VIH y otras enfermedades de transmisión sexual.

Aye recuerda que hace dos años sospechó que había contraído el virus transmisor del sida (síndrome de inmunodeficiencia adquirida). Un análisis de sangre en la clínica Tha Zin, donde estos exámenes se les realizan gratuitamente a las trabajadoras sexuales, confirmó sus peores temores. "Quedé conmocionada y perdí la conciencia", relata.

Pero Phyu dice con calma: "Yo ya esperaba haberme infectado con VIH, porque había visto a amigas mías morir de enfermedades relacionadas con el sida. Mi médico me dijo que puedo vivir normalmente, porque mis linfocitos CD4 superan los 800", agregó, refiriéndose a la cantidad de glóbulos blancos que combaten las infecciones e indican la evolución del VIH o sida.

De todos modos, Aye y Phyu siguen en el trabajo sexual porque, dicen, es el único trabajo que saben les puede hacer ganar suficiente dinero.

"Intenté trabajar como vendedora ambulante, pero no funcionó porque no tenía suficiente dinero para invertir", declara Aye. Ella cobra entre dos y cinco dólares por una sesión de una hora con un cliente, suma que nunca ganaría vendiendo alimentos aunque trabajara todo el día.

Como tiene VIH, Aye lleva preservativos en su bolso, como le sugirió el médico de la clínica Tha Zin. Pero sus clientes se niegan a usar protección, dice. "Es aún más difícil convencerlos de usar condón cuando están borrachos. A menudo me golpean por urgirlos a colocarse uno", señala.

Htay, un médico que prefiere mantener su identidad en reserva, dice que una meretriz que concurre a su consultorio le contó una historia similar.

"Todos los meses brindamos una caja de condones gratuitos a las trabajadoras sexuales, pero cuando volvemos a revisar esa caja la cantidad no se ha reducido mucho. El motivo que me dio la paciente es que sus clientes no quieren usar preservativos. Eso es un problema", dice Htay, que atiende a personas que viven con VIH.

Según un informe de 2008 del Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH/Sida (Onusida), más de 18 por ciento de unas 240.000 personas que viven con VIH/sida en Birmania son mujeres que se dedican al trabajo sexual.

Las prostitutas VIH positivas son una realidad oculta en Birmania. "Nuestra sociedad encubre la verdad de que la prostitución existe por vergüenza y temor al pecado, pero eso en realidad empeora la situación", destaca Htay.

"Pienso que es necesario crear una red de trabajadoras sexuales en este país", dice Nay Lin, de la Phoenix Association, una organización que brinda apoyo y capacitación vocacional a personas que viven con VIH/sida.

De esta manera "pueden defender sus derechos y proteger a sus comunidades", agregó.

"Las trabajadoras sexuales, como las demás, son madres que ganan dinero a cambio de sexo para mantener a sus familias, pero siempre trabajan con temor a la policía y a sufrir abusos por parte de sus clientes. Deberíamos respetarlas como madres en vez de abusar de ellas", dice Lin.

En cuanto a Aye, sigue yéndose a trabajar apenas su hijo se queda dormido. Le preocupa lo que pueda ocurrir con él si no gana suficiente dinero para mantenerlo.

"Si esta noche no tengo clientes, mañana tendré que vender mi cabello", dice, señalando su larga melena, por la que probablemente consiga unos siete dólares.

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